36: Jaula para humanos

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51°28'40"N 0°00'05"O eran las coordenadas de un sitio famoso en Londres. Ante ellos se alzaba el real observatorio de Greenwich, con los muros de las torres de ladrillo marón y las cúpulas blancas y negras, tiznadas por cenizas.

Eran solo tres frente a él. Alix se movía con la eficiencia de un androide, y su misma expresión. Sus ojos dorados habían dejado de brillar desde que Elisa se había ido. Alicia se movía tensa, alejada de Nix, y él fingía que no le importaba nada de todo aquello, aunque le doliera.

Los tres juntos, sin tocarse ni hablarse, caminaron dentro del edificio. Había un panel justo en la entrada donde señalaban los distintos puntos de interés del Observatorio de Greenwich, numerados y posicionados en el mapa. Entre ellos estaba el número uno, el observatorio del jardín, una cúpula blanca, y otros tantos números más. Alix y Nix leyeron las etiquetas mientras Alicia oteaba la entrada, bastante vacía, y contemplaba las ilustraciones que acompañaban a los nombres.

A Nix le llamó la atención el punto número diez. Veteris. El nombre de Consejero de Gru Benedict Benlock.

Lo señaló en el mapa, pulsando la burbuja con el número que señalaba el lugar en el que estaba la sala de Veteris, como si presionara un botón.

—Tenemos que ir al número diez —determinó.

—¿Cómo estás tan seguro? —inquirió Alix. La voz le salía decaída, como si las palabras le pesaran mucho en la lengua y tiraran de la punta hacia abajo.

—Una corazonada.

Sintió la mirada de Alicia penetrarle la nuca cuando dijo esas palabras, pero Alix no se dio cuenta y emprendieron la marcha hacia la sala número diez.

Cuando llegaron, les sorprendió que se encontrara completamente vacía. Las paredes curvas y de madera se cernían sobre la entrada en la que se habían quedado quietos, y no había nada en ella más que un tragaluz en el techo que depositaba un cuadrado de luz blanca en el centro del suelo. Las paredes estaban desnudas y la madera astillada, como si hubiera empezado a descomponerse y unas manos aburridas hubieran empezado a ayudarla tirando de la corteza suelta.

—¿Estamos en la sala correcta? —inquirió Alix. Retrocedió un paso y observó el cartel que les daba la bienvenida a la habitación:

Sala Veteris nº10

—Sí lo estamos. ¿Entonces...?

Nix no había apartado la mirada del rectángulo de luz que atravesaba la habitación de arriba abajo desde que lo habían avistado. Desde el hueco de la entrada y con los ojos entrecerrados intentaba observar más allá de las partículas de polvo y luz que se cruzaban bajo el tragaluz. Un destello metálico le llamó la atención en un segundo de desconcierto, y poco a poco pudo observar que, al otro lado del haz de luz, había algo metálico que resplandecía pegado a los tablones de madera de la pared.

Sin decir nada a sus compañeros, abandonó la posición de guardia en la entrada, y avanzó hasta el haz de luz. Puso un pie en el cuadrado en el suelo, y todo estalló.

Sin previo aviso, la luz que se colaba por el tragaluz se volvió negra y dos columnas de nube y humo descendieron con rapidez sobre Nix, envolviéndole. No le dio tiempo más que a cubrirse con los brazos cuando las oscuridades estallaron contra su cuerpo y formaron una nube densa a su alrededor, absorbiendo toda la luz.

Cuando se dispararon, Alicia y Alix, tosiendo y con los ojos cegados, pudieron apreciar que en torno a Nix ahora había una celda de barrotes de obsidiana gaseosa que se retorcía a su alrededor, como si le hubieran atrapado en una nube de tormenta.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now