35: Enséñame a dibujar

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Alix estaba cabreado. Muy cabreado. Casi tanto como triste. Acababan de separarle de su mejor amiga, y no estaba nada contento.

—Deberías calmarte —propuso Nix, y en el momento en el que lo hizo supo que era una mala idea. La palabra calma en una situación estresante solía tener la eficacia contraria. Solía significar que la persona estresada se iba a cabrear aún más.

—¿Cómo quieres que me calme? —chilló Hudson. Le temblaban las manos, como pequeños colibrís inquietos que no pudieran despegarse de sus brazos—. ¿No entiendes que Elisa no quiere esto? ¡Le van a matar el espíritu!

—Estoy seguro de que su espíritu estará perfectamente, Hudson. Gritar y alterarte no la va a ayudar —notó Nix.

Los capilares rojizos en los ojos de Alix estaban a punto de estallar.

—Nix tiene razón —musitó Alicia. Estaba sentada sobre la mesa, balanceándose hacia delante, con las manos agarradas al borde. Gracias a Dios, la señora Rogers se había retirado antes de que Alicia pudiera provocarla algún infarto con sus pésimos modales—. La princesita estará bien.

—Pero... ¿Y si no? Tengo un mal presentimiento.

Nix se acercó hasta Alix. Sus manos habían dejado de aletear a sus lados, y ahora caían lacias, rendidas y agarrotadas. Nix le puso una mano en el hombro y le obligó a girarse. Le miró a los ojos. Los de Alix brillaban de lágrimas que aún no había derramado y los de Nix se oscurecían como las tormentas de invierno.

—Lo estará —aseguró. Y había algo en su tono de voz que hizo que Alix aceptara ese hecho. Quizás estaba cansado de gritar. Quizás estaba harto.

Sus ojos dieron las gracias por él. Su sonrisa estaba demasiado cansada como para corroborarlo, y se derrumbó en una de las sillas de la mesa, cerca de las piernas colgantes de Alicia.

—Oye, Ranita... —titubeó ella. Alix inclinó la cabeza entre sus hombros caídos, de manera que la miraba desde abajo, con una expresión de derrotista, y la invitó a que continuara la frase con un asentimiento.

—¿Sí?

Ni siquiera trató de discutir por el apodo.

—Después de esto... ¿Quieres seguir con la búsqueda? Ahora que no está Elisa...

La frase se perdió en el aire, como una condena a muerte reverberando en el eco de los silencios, que Alix detuvo con rapidez.

—Sí quiero —dictaminó—. Elisa no querría que renunciara a nada por ella.

—Hablamos como si estuviera muerta —observó Nix, de pie en el centro del salón, con las manos detrás de la espalda—. Y tan solo está en la otra punta de la ciudad.

Hudson se permitió una sonrisa.

—Por cierto. —Levantó la cabeza y sus manos volvieron a moverse, inquietas. Sus dedos se golpeaban unos contra otros, arriba y abajo. El dorado de sus ojos brilló con más intensidad—: El tipo de las coordenadas del que os hablé las tendrá mañana. Podéis... ¿Podríais quedaros esta tarde? No... No sé si...

Algo en su tono de voz, en cómo se rompían las últimas letras de la frase, convenció a ambos de que lo mejor era no dejarle solo, ahora que Elisa no estaba para pulular a su alrededor como una polilla a la luz, todo el día.

—Por supuesto —aceptaron.

***

Nix estaba dibujando, inclinado sobre su trozo de papel, de forma que nadie pudiera apreciar del todo los contornos de su dibujo. Había salido al jardín y observaba las hojas castañas desprendidas de los árboles, que caían por la verja, y los sombreros que paseaban por encima de la valla, solo sombreros y abrigos con hombros, sin cuerpo.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now