22: Después de un parpadeo

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Estaba Alicia en su habitación contemplando el resplandor de la luna cuando escuchó ruidos colándose por la cerradura de la puerta. Llevaba toda la noche quieta y despierta. El insomnio la perseguía desde el día en el que había muerto su madre, y solo con los primeros rayos del alba, o estando extremadamente cansada, era ella capaz de dormirse. Por ello, aquella noche, aún cuando era tarde y las calles de Londres respiraban sueños, seguía despierta.

Lo primero que escuchó fue un golpe, como si algo cayera al suelo. Pensó que alguien más estaría despierto. Quizás fuera la señora Rogers buscando un vaso de agua en la cocina con mala iluminación, o Alix, al que no había visto desde que Nix desapareciera, pues seguía encerrado en su sótano y no había subido ni por hambre ni por necesidad. Quizás un nuevo invento había explotado, como ya había escuchado que había ocurrido, o algún aparato que se había desplomado sobre el suelo.

No le confirió importancia hasta que poco después del golpe escuchó uno gritos ahogados, unos balbuceos de tortura que se escuchaban muy bajito. Su sentido del oído, que había aprendido a desarrollar por algo que llamaban "vida o muerte", estaba ahora más alerta, y había sido capaz de captar a través de las puertas cerradas y el angosto espacio entre habitaciones y pasillos esos quejidos y los leves murmullos de personas hablando que sonaban a través de ellos.

Decidida a echar un vistazo y ocupar el tiempo muerto hasta caer rendida, sin ganas de consumir su curiosidad en algo que no fuera las respuestas a esta, apartó las sábanas de encima de ella, y con cuidado de no hacer resonar la madera a sus pies, caminó de puntillas hasta la puerta de su habitación.

Salió despacio y se asomó al pasillo. A ambos lados el único acompañante era la penumbra, y estaba a punto de pensar que estaba afectada por el leve lapsus en el que se había desmayado y la excitación de la noche anterior, cuando observó que, de una de las ranuras inferiores de una puerta al otro lado, algo al fondo y algo apartada de su habitación, había una luz encendida que se difuminaba al exterior por ahí.

Se movió con lentitud, procurando no hacer ruido. Los sonidos que había oído y que la habían hecho salir de la cama volvieron a estallar dentro de la habitación, más altos, y de repente no eran solo ruidos o murmullos, si no que también eran voces con timbres reconocibles y palabras casi audibles, de dos personas diferentes, para ser exactos.

—La bala... —escuchó, un gorgoteo de palabras—. La bala... Elisa, la bala.

Aquella voz le sonaba. Empujó un poco la puerta, ya entreabierta, lo suficiente como para poder asomarse sin llamar la atención, y echó un vistazo al interior.

Elisa, vestida con pijama, se interponía delante de una figura alargada y tumbada en el suelo. Las piernas quedaban al descubierto debajo de la ventana, y pudo ver cómo se sacudían cuando cambiaban de forma. Ahí fue cuando se dio cuenta de quién era el hombre tendido sobre ella.

Pensó en irrumpir en la habitación y rematar la faena que había empezado con una bala en el hombro cuando la joven en pijama del otro lado de la puerta se levantó a toda prisa. Alicia se apartó de la rendija de la puerta y se apoyó en la pared para no ser vista, ya decidida a espiar la conversación entera, esperando a que Elisa volviera a su lugar para volver a mirar por la rendija de la puerta.

Volvió a asomarse cuando escuchó sus rodillas golpeando el suelo al caer y fue testigo de cómo Elisa, esa chica de cabellos rubios y modales pijos, la chica modosita cuya primera condición para participar en la búsqueda del misterio había sido no tener que mancharse las manos, hundía un dedo en la carne herida de Griffin y le sacaba la misma bala que ella le había incrustado.

También vio como vomitaba después de aquello, y una inevitable sonrisa de diversión se abrió paso por su rostro al contemplarlo.

Pero de todo aquello, lo que más le sorprendió no había sido que Elisa estuviera compinchada con Griffin, ni sus gritos, si no aquellas dos frases que se incrustaron en su cerebro como dagas de cristal una vez se le curó la herida:

—No fue la bala —había dicho Griffin, aún luchando contra sus transformaciones—: Si no la persona que la disparó.

Después de eso, las palabras de ambos le llegaron apelmazadas, porque sus oídos zumbaban. Se afanó en pensar qué podía significar aquello. Porque estaba segura de que debía significar algo más que lo que parecía. Algo que ella no era capaz de comprender. ¿Por qué su bala, o más bien ella, era importante? ¿Qué tenía de especial para hacerle un daño a Griffin que no pudiera hacerle cualquier otra persona? La impresión de que importaba se atenazó a su estómago y lo estrujo con fiereza, subiendo por su columna.

Interrumpió sus cavilaciones cuando se dio cuenta de que Griffin le estaba tendiendo la pista que les había arrebatado a Elisa.

—Será hija de puta... —masculló, en una blasfemia que no pudo reprimir. Por suerte, ninguno fue capaz de escucharla.

Griffin desapareció después de un parpadeo y Elisa se acostó con la luz apagada. A través de la ventana abierta creyó ver una figura, quizás una mariposa a contraluz, que le dio la sensación de que la había visto y la estaba mirando. Cerró los ojos y al abrirlos la mariposa había desaparecido. Cerró la puerta y se deslizó de vuelta a su habitación.

Aquella noche no durmió ni siquiera después de ver despuntar el alba. 

***

Este capítulo es corto y encima se me olvidó que debía actualizarlo ayer, upsi. En fin, corramos un tupido velo...

Bueno, ya sabemos quién es la que estaba espiando tras la puerta, eh. ¿Qué significará esto? ¿Qué vamos a hacer con esta información? O, más bien... ¿Qué hará Alicia?

¿Qué os ha parecido el capítulo?

¡Averiguaremos las respuestas!

Muac a todos vosotros, mis fénixes londinenses ;)

Muac a todos vosotros, mis fénixes londinenses ;)

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Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now