48: Cenizas

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Nix se interpuso entre la primera oleada de niebla y sus amigos. Una especie de burbuja roja brilló cuando la niebla impactó contra él y se desintegró, como si fuera un meteorito atravesando la atmósfera. Veteris bajó los brazos y dejó que el humo se disipara. Cuando lo hizo, lo peor que les había pasado era que Nix resoplaba, y se había quedado sin niebla.

Las facciones de Veteris se contrajeron. Fue su mueca de rabia la que hizo Nix comprendiera que podía ganarle en una batalla. Él llevaba un tiempo indefinido atrapado en unos garrotes que le succionaban la energía y estaba débil, pero a Veteris, aunque le sacaba milenios en fuerza y experiencia, le habían quitado la mitad de sus poderes y llevaba casi dos décadas atrapado en un frasco. Estaban en igualdad de condiciones.

—Será mejor que os marchéis —masculló Nix entre dientes a sus amigos.

—Ni hablar —contestó Alix, para sorpresa de Nix. Cuando se giró a mirarle ya no le pareció ver el chico asustadizo y tartamudeante del primer día que le había conocido. Se le había caído el velo de los ojos y una nueva mirada, dura y decidida, alumbraba el dorado de sus iris.

Las chicas asintieron ante sus palabras, conformes.

—Como queráis.

Nix dio un paso hacia delante y mostró las palmas de las manos. Dos bolas de fuego gemelas crecieron en ellas. Una especie de fogata roja se desprendió de su cuerpo, su aura lamiéndole el cuerpo. Sus ojos se tiñeron como dos brasas encendidas cuando lanzó las bolas de fuego hacia Veteris.

Una de ellas se desvió de su trayectoria y fue a parar a una esquina de la sala. La otra impactó en Veteris y le echó hacia atrás, como si hubiera recibido un puñetazo en la boca del estómago. La bola de fuego se metió en su cuerpo como si la estuviera absorbiendo y se incorporó apenas dos segundos después, con su risa reverberando por la madera.

—¿Eso es todo lo que tienes? ¿Fuego?

—En realidad, no he hecho más que empezar.

Veteris sonrió y se preparó para contraatacar. Elevó los brazos. De las ranuras del suelo empezó a salir una especie de líquido blanquecino, como si le arrancara la humedad a los tablones, hasta que se formó una ingente cantidad de líquido blanco sobre su cabeza. Olía a moho y a problemas.

—El fuego se combate con agua —dijo. Bajó los brazos de golpe y diez litros de agua sucia cayeron sobre Nix. Le dio el tiempo justo para protegerse la cabeza con los brazos e invocar su aura como un escudo contra la magia. El agua siseó al entrar en contacto con su piel y se evaporó. Los hilos de humo desaparecieron en el techo.

Veteris sonrió de medio lado, como si estuviera disfrutando de la pelea.

—Nada mal.

Veteris saltó de golpe hacia el techo. Cuando volvió a caer, el suelo tembló, y una grieta nueva se sumó a las que habían creado las gotas de sangre de Alicia. Esta era más grande y profunda y zigzagueó hasta los pies de Nix, que estaba muy ocupado tratando de mantener el equilibrio. Cuando la grieta se abrió a sus pies, de sus entrañas salieron raíces plateadas que le atraparon los pies y empezaron a envolverle como boas, comprimiendo su caja torácica y sus pulmones. El aura de Nix volvía a estar atrapada. Se retorció entre las raíces. Veteris estaba apunto de reírse cuando la planta, de repente, empezó a prenderse fuego. Las raíces se retorcieron y cayeron al suelo. Nix salió sonriendo y con una llama en cada dedo de la mano.

Esta vez, Nix se alzó sobre el suelo y se abalanzó sobre Veteris, que le esquivó con unos segundos de ventaja, los suficientes como para que no le diera tiempo a cambiar su trayectoria. Nix rodó sobre el suelo y sobre sí mismo y chocó contra la pared. Cuando abrió los ojos tenía a Veteris encima y un color amarillo, de felino, le sonreía.

Cenizas en la nocheOnde histórias criam vida. Descubra agora