24: Reintegración

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Alicia esperaba frente a la puerta de la habitación de Alix con el cuerpo adelantado, las manos en la espalda y dando vueltas sobre el mismo punto. Se paró y llamó con prisa y energía a la puerta de madera, casi clavándose la madera en los nudillos.

Alix salió de la habitación desorientado, frotándose un ojo, con los párpados caídos, el pelo revuelto y bostezando.

—¿Alicia? —murmuró, costándole mover la boca—. ¿Qué...? —Bostezó—. ¿Qué quieres?

Alicia no le contestó de inmediato. En cambio, le empujó dentro de la habitación y cerró la puerta.

—Tenemos que hablar, Ranita.

Él le miró haciendo una mueca.

—¿Podrías dejar de llamarme así?

—No.

Hudson puso los ojos en blanco. Se sentó sobre la cama, somnoliento.

—¿De qué quieres hablar? —masculló.

Alicia se puso delante suya y con toda la convicción que fue capaz de reunir, expuso su propuesta:

—Tienes que pedirle perdón a Nix.

Hudson se despertó de inmediato. Se le escapó el sueño de los movimientos embotados y los ojos medio cerrados y su cerebro empezó a reaccionar.

—No.

Alicia gruñó de desesperación echando la cabeza hacia atrás y crispando los dedos.

—Escúchame, Ranita. Le necesitamos.

—He dicho que no.

—Y yo que me vas a escuchar. —Se acercó hacia el borde de la cama y acercó su rostro al de Alix, muy peligrosamente—. No tiene sentido que estés enfadado con él. ¿Quieres seguir con esa búsqueda? Le necesitas.

Alix se levantó de la cama y se apartó de ella. Cruzó los brazos y miró por la ventana. Los rayos de sol apenas se transparentaban entre la niebla.

—Por su culpa no hay búsqueda que valga, ¿recuerdas? Estamos sin pista, así que no hay forma de continuar. Por lo tanto, no pienso pedirle perdón.

Alicia titubeó. No quería contarle lo que había visto anoche, pues sabía que había muchas probabilidades de que no le creyera, u opinara que eran falacias. Muchas más de que se posicionara del bando de Elisa. No podía decirle que de quién debería preocuparse no era de Nix, si no de su amiga de toda la vida, ni podía decirle que ella la que tenía la pista. Se preguntó si Elisa acabaría contándole a alguien que la tenía en su poder o si todo dependía de ella.

—Eres desesperante y cabezota. No ves lo que tienes a dos palmos de tu frente. ¡No entiendes nada! —gritó Alicia, porque las cavilaciones y morderse la lengua la sacaban de quicio. Salió de la habitación con un portazo y dejó a Alix más confuso y desconcertado que al levantarse.

Durante toda una semana en la que el médico seguía visitándoles y prohibía a Alicia salir al exterior con la excusa barata de que "debía guardar reposo", trató de convencer a Alix de que se disculpara con Nix y volviera a involucrarle. Pero era difícil dar con él, porque esquivaba sus palabras, se encerraba en su sótano, y cuando salía era apenas el tiempo que necesitaba para coger la comida y meterse de vuelta.

Cuando no estaba dándole la lata a Alix, espiaba a Elisa. Por las noches se escurría de su habitación hacia su cuarto y vigilaba por el ojo de la cerradura o la rendija de la puerta a la espera de una nueva razón para desconfiar de ella, por si no tuviera ya bastantes. Sin embargo, en aquellas seis noches no volvió a recibir la visita de ningún fantasma, vivo o muerto. Griffin no volvió a aparecer y se pasaba las horas muertas haciendo ridiculeces que la aburrían hasta el punto de que hubo veces en las que se despertó al golpearse la cabeza contra el pomo.

Cenizas en la nocheOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz