27: Un enorme y tramposo tablero de ajedrez

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Estaban delante de la Columna de Nelson, en Trafalgar Square, centro y corazón de Londres. El monumento se alzaba cincuenta y un metros por encima de sus cabezas. Era de día y había mucha gente a su alrededor, paseando por la plaza. Las nubes estaban encapotadas en una manta bordada de gris en la que no había sido cosido el sol.

—¿Cómo entramos? —preguntó Alix, con el cuello torcido para observar la punta del monumento.

—¿Entrar? Es una columna de granito sólido, Alix. No se puede entrar —replicó Elisa.

—Pues en algún lado tiene que estar la pista, y cómo esté en lo alto, tiene que haber alguna forma de entrar. O de lo contrario, Gru Benedict Benlock volaba.

Alicia miró a Nix y supo que estaba pensando en la noche anterior, cuando había aparecido de repente en el tejado. ¿De verdad había volado, o había cogido un atajo?

—Siempre hay una forma de entrar, por muy sólido que sea algo —adujo Nix, con misterio. Se acercó a la base de la columna. Eran tres escalones y luego un enorme cubo con una placa inscrita en bronce sobre las hazañas del hombre retratado en la estatua.

—¿Qué tal si buscamos en los cuatro leones de las esquinas? —propuso Alicia, señalándolos a sus espaldas—. A lo mejor el papelito está en la boca de alguno de ellos.

Se dividieron. A Alicia le tocaron dos leones, a Alix y Elisa uno cada uno, y a Nix la base de la columna.

Alicia se asomó a la boca de uno de los leones, que se mantenía estático, con la melena de piedra siendo agitada al viento y los colmillos como guardas de su lengua, y se puso de puntillas. No vio nada en su interior. Metió la mano, con cuidado de que nadie la estuviera mirando en ese momento, hasta que se topó con el final de la garganta, un círculo sólido. Sacó la mano sin resultados aparentes, e iba a revisar el otro león cuando algo hizo click. Miró a su alrededor. En la base de la columna, Nix se encontraba delante de un agujero en el suelo que descendía en diagonal.

—Será mejor que vengáis —musitó. Alicia fue la primera en llegar, seguida de Hudson y Elisa.

—¿Por qué siempre hay un agujero oscuro que desciende? —masculló Nix, con la vista perdida en la penumbra que se adivinaba más allá de los pocos escalones que conseguía alumbrar el día sin sol—. Sea como sea, os dije que siempre hay una forma de entrar.

—¿No debería alguien quedarse vigilando en la superficie? Ya sabéis, por si acaso —preguntó Elisa. Se le había ido el color de la cara y resaltaban sus ojos azules por encima de su nariz roja. Le temblaban las manos.

Alix se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—No te pasará nada, Elisa. Yo te acompañaré.

Ella le miró y sonrió, y sus demonios parecieron desvanecerse. Asintió.

—Pues vamos allá.

Nix dio el primer paso hacia las entrañas de Londres.

***

Pronto se dieron cuenta de que habían dejado de descender. Nix había vuelto a sacar una cerilla que se apagaba a cada rato, y en uno de esos momentos de penumbra en los que tuvo que encender una nueva, al levantar la vista se fijó en que los escalones dejaban de torcerse hacia abajo, y empezaban a ascender. La temperatura empezó a incrementarse, y dejaron de palpar el ambiente húmedo del subsuelo. Se colaba la claridad que se escurría por muchos agujeros desde un punto muy arriba, y les llegaba tenue. Los escalones de mármol dieron paso abruptamente y sin aviso previo una estructura de metal, agujereada y de color negro, que rodeaba una columna más delgada y lisa que la que se veía por fuera del monumento y ascendía en espiral.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now