46: Tres gotas de sangre

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En cuánto escucharon aquella voz familiar reptar desde sus espaldas y se dieron la vuelta, se les paralizó el cuerpo. Solo sus ojos eran capaces de moverse. Todos los demás músculos se les habían congelado, y comprendieron que habían llegado demasiado tarde.

Griffin, escondido entre dos resquicios de luz que se colaban por una ranura de la esfera del reloj, dio un paso adelante, atravesando la nube de partículas de polvo que la luz anaranjada de las primeras horas de la mañana alumbraba, y les sonrió pérfidamente.

Alicia intentó mascullar un grito o una especie de reclamo respecto a su situación petrificada, pero no fue capaz de abrir la boca.

Griffin levantó un dedo, pálido y amarillo cuando rasgó el recuadro de luz y atravesó la columna de partículas de polvo, y lo movió de lado a lado. Sus ojos demoníacos brillaron de negro.

—Ah, no, no, no, mi querida Alicia. No gastes energías intentando hablar en vano, no puedes mover un músculo. Ni tú ni tu amigo, al menos no hasta que yo lo diga. Será mejor que te dediques a escuchar, y observar.

Alicia intentó apretar los dientes, amplificando la sonrisa de Griffin.

—Tengo muchas cosas que mostrarte, Alicia. Pero antes, voy a ser benevolente. Lleváis mucho sin veros.

Griffin chasqueó los dedos y a su lado, entre él y las estatuas de Alix y Alicia, aparecieron dos jaulas, una hecha de barrotes humeantes y otra, más pequeña y abovedada, de oro. En su interior, Nix, apresado y con los ojos cerrados, y Elisa, en su forma de gorrión. Elisa fue la única de los cinco que reaccionó. Giró la cabeza hacia Alix y empezó a piar histéricamente. Alix, congelado, solo fue capaz de fijar la vista en el animal que le gritaba, ajeno a quién era o por qué era importante.

Por el otro lado, la visión de Nix atrapado como una muñeca de trapo en una caja de barrotes enfrió a Alicia, y luego, casi al instante, le hizo bullir la sangre en las venas, que era lo único que aún se movía en su cuerpo.

El cambio de luz y el piar de Elisa obligaron a Nix a abrir los ojos, entre parpadeos, hasta que se adaptó a la madera dorada y los rectángulos luminosos que habían sustituido a las paredes podridas y a las lámparas de aceite. Tardó unos segundos en percatarse de dónde estaba. Los engranajes enormes y la esfera del reloj terminaron de darle la pista. Cuando se dio cuenta, giró la cabeza hacia la izquierda. Terminó de abrir los ojos al ver a Alix y Alicia congelados a medio paso, con la pupila de sus ojos moviéndose con frenetismo, y todo lo demás tan quieto que daba miedo, como si les hubieran puesto ojos humanos a unas estatuas inquietantemente realistas.

—¿Qué has hecho? —expiró Nix, dirigiéndose a Griffin. Era el único, aparte de él, que todavía conservaba la capacidad de hablar.

La sonrisa de Griffin contra sus cabellos rubios y sus ojos teñidos de tinta resaltó en su rostro como una cicatriz curvada.

—Verás, Nix. Cada uno de ellos ha sido una pieza clave en esta aventura. Sin todos ellos juntos, esto no habría sido posible, y me parece justo que estén en el desenlace, en el culmen de este misterio, ¿no crees? Seguro que nuestro amigo Alix, aquí presente, estaría de acuerdo conmigo si pudiera hablar.

—Acaba con esto de una vez.

Griffin salió de entre los resquicios de luz y caminó hasta el centro de todos ellos.

—Pero es que aún no hemos llegado a la mejor parte, Nix. ¿Recuerdas esa profecía que encontraste un par de pistas atrás? ¿Recuerdas que hablaba sobre dos hermanas? "Dos mellizas separadas al nacer, descendientes del Primero" —citó—: Descendientes del Primero; de Veteris. Por suerte para nosotros, las dos mellizas se encuentran con nosotros. Aquí y ahora.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now