❝Hace tiempo alguien me explicó la historia de un paraíso que se hallaba más allá del mar. Me preguntaba qué tan desdichado había de ser alguien para nacer en el infiero, qué tan egoístas habían de ser otros para abandonar a los demás a su suerte en...
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Era de noche, no más de las doce. Caminaba lentamente por las calles de la zona de internamiento hacia mi casa de Liberio, para así poder hacer lo que más me gusta en el mundo: dormir.
Tras acabar el entrenamiento Leonhardt y yo nos habíamos quedado peleando hasta tarde.
Nada más llegar casa suspire y apoye mi espalda en la puerta por unos segundos. Estaba agotada. Las luces estaban todas apagadas. Silenciosamente me dirigí a mi habitación al fondo del pasillo. Pero la luz del salón se abrió antes siquiera de que llegara al pasillo.
— ¿De dónde vienes a estas horas? — preguntó una voz masculina an mis espaldas... Esa maldita voz, estaba harta de escucharla.
Si bien le recuerdo yendo y viniendo a nuestra vieja casa desde que tengo memoria, era molesto ver como mi madre se había encaprichado de un hombre que tal y como indicaba su sortija: estaba casado, y más importante todavía, como indicaba la ausencia del brazalete en su brazo: no era eldiano.
O al menos, eso era lo que pensaba antes de conocerle.
— ¿Vas a responder? — inquirió, viendo que me había quedado estática. Sacudí mi cabeza un par de veces.
— De entrenar — respondí finalmente.
— ¿Y qué tal te ha ido hoy?
"Mal, un demonio llamado Annie me ha pegado una paliza, bueno, técnicamente doce."
— Bien — respondí secamente.
Hubo unos segundos de silencio, mientras este tomaba una calada de su cigarrillo - ¿Te gusta tu nuevo hogar? -preguntó este virando su mirada hacia la ventana
¿De verdad tenía de tener una conversación con él? Obviamente no podía mandarlo a la mierda. Sería una falta de respeto.
— No, está lejos de todo.
— Pero está al lado de la entrada a la zona de internamiento, eso es muy conveniente — dijo este con su mirada aún fija en la ventana.
— ¿Y qué? Yo allí no voy — respondí algo molesta. Seguro que ese nuevo apartamento en el que vivíamos lo había conseguido él para mi madre de alguna extraña manera.
— ¿Ni siquiera te gustan las vista? — dijo encarándome — se ve el mar — añadió.
— Me da asco el mar — espeté.
Él enarcó una ceja, a la vez que mostraba una vaga sonrisa.
— Pues si algún día formas parte del ejército de Marley vas a tener de pasar mucho tiempo navegando o incluso sobrevolándolo — dijo mientras tomaba una botella de vino que estaba encima de la mesa. Parecía caro.
