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Por supuesto, su contratador había elegido el restaurante más caro de la zona popular de la ciudad. Eso implicaba rogarle a su mejor amiga, estudiante de diseño de modas, que le prestara uno de los vestidos más bonitos que tenía, una compra de la que estaba sumamente orgullosa. Cuando acabó de arreglarse en la casa de Valeria, su amiga, se miró en el espejo y le costó reconocerse. El vestido se adaptaba mucho más a su cuerpo que la ropa que solía usar y le creaba unos pechos de los que carecía. Su cabello castaño estaba semirrecogido, más su rostro —maquillado por las manos virtuosas de Vale— la hacían verse más sofisticada; y las sandalias altas le daban diez centímetros, concediéndole una apariencia mucho más esbelta.

—¿Me veo como una novia trofeo? —preguntó sin dejar de observar su reflejo.

—Definitivamente —contestó su amiga con la sonrisa de quien ha realizado un buen trabajo.

La preocupaba saber que aquello no era más que un disfraz, que no tenía habilidades sociales como Vale, que era poco probable que supiera comportarse adecuadamente en aquella mesa de gente sofisticada, de la que sabía diferenciar vinos y combinarlos con el plato. Aquella Camila se veía observadora y malintencionada, y no hacía falta ser un genio para adivinar que esa pareja tenía historia de la turbia.

—Me veo como otra persona... —dijo más para sí que para Vale.

—Sí, pero una persona que vale muchos billetes la noche —bromeó, haciéndola reír.

Con un poco más de seguridad salió del departamento de su amiga y aguardó en la entrada. Le había dado la dirección a Marco para que la pasara a buscar. Cuando éste llegó, de forma automática envió a su hermana y a Val el número de patente del vehículo, porque aún no conocía al extraño, por más buena espina que le diera.

Marco bajó del auto y le abrió la puerta del acompañante sin dirigirle más que un asentimiento a modo de saludo. El ego de Abril sufrió el primer golpe de la noche.

—¿Está bien el look? —preguntó con fingido desinterés—. Jamás he ido al restaurante que me mencionaste.

Marco estaba visiblemente nervioso y sudando frío. No había prestado atención al esfuerzo de Abril por cumplir a la perfección su parte del trato.

—Sí, sí. Encajarás como una nativa —contestó atropellado.

El viaje sucedió en silencio sepulcral, sin radio, sin intercambio de palabras. Abril procuró no interrumpir la catarata de pensamientos que estaban petrificando al conductor, por miedo a exaltarlo en medio del camino. Él, por su lado, con suerte había podido salir de su casa sin olvidarse de vestirse. Se odiaba por ser presa de tamaño pánico por una mujer. Una mala mujer, para colmo. Estacionó en automático con mucha facilidad, gracias a sus años de manejo, y apagó el motor, mas volvió las manos al volante, completamente rígido.

—Ey, campeón —se volteó Abril—, hazme un favor y respira.

Marco la miró y soltó todo el aire que tenía en el pecho. Se recostó en el asiento, cerrando los ojos y procuró inhalar y exhalar a conciencia.

—Debes creer que soy un idiota —dijo sin levantar los párpados.

Sabiendo que no la miraba, ella sonrió y lanzó un suspiro.

—No eres el único al que lo ha perseguido una antigua relación de mierda —bromeó, volteándose para enfrentarlo.

Marco la miró y sonrió, logrando por fin aflojar la línea de los hombros y soltar el volante. Bajó primero y ella aguardó, pues sabía que iba a abrirle la puerta. Le tomó la mano que él había extendido para ayudarla a salir y, por un momento, a Abril le gustó vivir en la fantasía. Ella, una mujer sofisticada, con un novio apuesto y con un gran empleo, yendo a cenar por... quizás su aniversario. Se mordió el labio, sintiéndose una adolescente estúpida y salió de aquella ilusión. Debía enfocarse en su trabajo de esa noche, todos debían creer que Marco Esposito y Abril Bonilla eran pareja y se amaban apasionadamente.

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