19.

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Había pasado el día haciendo absolutamente nada. Le habían "dado el día" para que se relajase, pero lo único que había hecho había sido acumular ansiedad. A la hora del almuerzo llamó a casa de su madre y se entretuvo charlando con Majo, quien le había atendido. Su hermana le contaba felizmente que estaba de novia y muy enamorada, que no veía la hora de presentárselo para que él, su hermano preferido, le diera su veredicto. Mientras Majo hablaba sin cesar sobre todo lo que le gustaba del novio que tenía desde hacía rato y les había ocultado a ellos, Marco se preguntó qué debía hacer respecto de su relación falsa y su familia.

No podía contar la verdad, lo querrían internar en un psiquiátrico. A su vez, tenía que pensar en qué excusa iba a poner cuando su madre quisiera visitarlo, cosa que de vez en cuando ocurría y no había aviso previo. Si encontraban a Abril en su casa probablemente la hallarían con uno de sus ridículos pijamas que le dejaban las piernas casi en su totalidad al descubierto y que él tanto esfuerzo hacía por ignorar. Pues su madre tenía un radar, se daría cuenta de que ahí sucedía algo.

Un poco convencido, un poco engañado por su deseo de parecer para ser, se dijo que lo más práctico sería fingir también con ellos.

Mientras almorzaba sentado en el balcón, sonrió pensando en que debería ser un poco más demostrativo frente a su familia si quería que le creyesen y eso no le disgustaba en lo más mínimo. No sabía seducir mujeres, no era un arte que se le diera bien —en términos generales lo seducían a él—, pero algo tenía que hacer para lograr alguna reacción de Abril. El beso en la mejilla en la puerta del ascensor que había empleado desde hacía unos días la ponía nerviosa, podía verlo, pero también se había vuelto una costumbre, parte de la rutina.

Desde la fiesta de cumpleaños de Bocaranda, le picaban los labios cada vez que la tenía cerca, sin embargo no encontraba el momento para acercarse y besarla. Quizás fuera un completo cobarde, pero con la excusa de que debían verse como una pareja frente al mundo, se sentiría más cómodo tratando de abordarla.

Las cinco tardaron en llegar, entre acomodar lo acomodado, leer y ver películas. La casa que tanto tiempo había habitado solo en ese momento le parecía fría y gigante sin el parloteo de Abril.

Cuando escuchó la llave en la cerradura, se puso de pie, ansioso por ver a su compañera de cuarto y charlar con ella.

—¡Ey! ¿Cómo te ha ido hoy? —pregunto como un entusiasta amo de casa.

Para su sorpresa, ella entró con la expresión sombría y tras un cortante "bien" se metió en su habitación y cerró con un portazo. Marco comenzó a rezar que no se tratara de lo que creía y que no fueran lágrimas lo que le habían hinchado y enrojecido los ojos a Abril.

***

Cuando Abril llegó a la oficina y salió del elevador, sintió la falta de aquella caricia suave en su brazo, la mano de Marco que con cada día la tocaba con mayor decisión y el beso en su mejilla el cual, quizás por pura imaginación o deseo suyo, sentía cada vez más cerca de su boca. Se le erizó el vello de la nuca al visualizar el contacto en su mente y suspiró.

Sabía que se estaba hablando de algo a sus espaldas, pero a lo largo de la mañana no preguntó al respecto. La extrañó la mirada esquiva de su jefe, con quien tenía una relación muy amistosa, y que no se acercara a su cubículo a hacerle algún comentario del chisme.

Fue en el almuerzo cuando se enteró de qué sucedía y de por qué no estaba siendo invitada a participar del rumor general. Jorgelina se tensó al ver entrar al comedor a Milagros y sus allegadas. Abril se volteó a verlas y supo de inmediato que tenía un lugar protagónico en el escándalo de turno, pues las secretarias reían por lo bajo y la miraban. Sólo faltaba que la señalaran y ya no quedarían dudas.

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