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Había salido temprano de su casa esa mañana en altos zapatos que estilizaban sus piernas, una falda tubo, camisa y un saco pinzado. No era el tipo de vestimenta que más cómodo le resultaba, pero sabía que era el mejor para una primera impresión positiva y formal. Acababa de despedirse de una pequeña editorial, pero la paga era poca y hacía sólo libros religiosos, además de que no tenía una distribución demasiado amplia. No le interesaba ni un poco. Le quedaba una entrevista ese día y podía volver a casa. Con los pies ya ampollados por caminar la ciudad, llegó a un local en donde el olor a incienso era violento. El lugar no tenía demasiada luz, era bastante lúgubre, con el suelo negro y las paredes grises iluminadas por luz de tubo blanca. Los estantes estaban repletos, sin ningún tipo de categorización u orden; y los productos iban desde paraguas hasta maquillaje imitación. Una señora con muy mala cara leía una revista de farándula detrás del mostrador.

—Buen día —saludó Abril. La mujer se limitó a dirigirle la mirada—. Tengo una entrevista de trabajo, mi nombre es Abril Bonilla —añadió con una sonrisa amable que no tuvo respuesta.

La señora la observó de pies a cabeza con desdén. Ella aprovechó para mirarla a su vez y apreciar la camisa floreada vieja y descolorida que llevaba puesta en combinación con un cabello negro azabache llovido hasta el mentón.

—¿Currículum? —preguntó extendiendo la mano.

Abril rebuscó en su portafolios —de Julia— de forma apresurada y le entregó una carpeta muy prolija. La pelinegra ojeó los papeles sin ninguna demostración de interés, cosa que llenó a la aplicante de ansiedad. Sabía que cuando llegara a los requerimientos especiales, que incluían un día de estudio por examen y dos días de salida temprano a la semana, iba a rechazarla.

—Aquí se comienza de abajo —decretó la señora—, todo es trabajo de todos: limpiar, ordenar, vender —enumeró. Abril paseó la mirada por el local pensando en que parecía que nadie hubiera limpiado ni ordenado en años allí—. Navidad, año nuevo, se trabaja día completo. Puedes comenzar la semana que viene. ¿Sabes sobre la paga? Lo pusimos en el anuncio —dijo y la castaña lo sintió como una prueba de su eficiencia. Asintió velozmente, había leído el anuncio con mucho cuidado y la paga era coherente al trabajo—. Bien... nos vemos el lunes próximo.

—Muchas gracias —sonrió, pero la mujer la ignoró y volvió a su lectura.

Abril salió del local con el alma a los pies, realmente no quería trabajar ahí, era todo lo que no le gustaba. El aire viciado, la falta de luz, la suciedad, todo parecía sacado de una pesadilla. Se preguntaba como seguía en pie aquel negocio. Caminó despacio y se sentó a esperar que el bus llegara. Tomó su teléfono y abrió sus mensajes; no tenía ninguno sin leer, simplemente quería ver a quién podía molestar esa noche para no cenar en casa de su hermana. Vale hablaría de ella misma por horas, para lo cual no estaba de ánimo. Su amiga Gabi se quejaría de cuanto le hubiera pasado en la semana y criticaría todo aquello que se le cruzara, tampoco estaba de humor para eso. Gonzalo, uno de sus amigos más agradables, quizás el ideal para esa situación, se había mudado al exterior hacía un año, lo cierto es que le habría gustado poderlo ver ese día. "Marco Esposito Portatil", leyó en la pantalla. Sonrió al recordar la última vez que lo había visto, hacía dos semanas, cuando le había preguntado si tenía una pierna de madera. Se mordió el labio, pensativa, pero de inmediato apagó la pantalla. Era ridículo, se dijo, quedaría como una psicópata aún mayor que él.

Miró el aparato apagado, sopesando la idea, pero se dijo que no lo conocía, no tendrían de qué hablar. Le causaba curiosidad cómo iban las cosas con Camila, personaje que de solo recordar le inspiraba deseos de saber boxear.

Suspiró profundamente cuando el bus frenó. Se subió, volviendo a sentir el dolor en sus pies, que se habían relajado al no soportar su peso. Cuando se sentó pensó en que no podía compartir la noche con nadie, porque no sabía con quién quería pasar el rato. Decidió que iría al cine sola, se llevaría un buen libro y cenaría en algún lugar con el autor como única compañía. Era la mejor opción que se le ocurría.

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