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Abril había tenido un pequeño ataque de ansiedad en el auto, antes de descender, insistiendo en que haber ido con él era lo mismo que pintarse una diana en la espalda. Marco la había tratado de convencer de bajar, diciéndole que con un par de tragos se relajaría y no sentiría las flechas atravesando órganos vitales, pero ella gritó que no podía beber, no allí, nadie podía verla ebria.

Él se había arrodillado junto a la puerta abierta del acompañante, mientras el valet aguardaba entretenido con la escena, y le había dicho que se veía hermosa, y tratado de recordarle las ganas que había tenido de refregarle la cita a Milagros. Aquello había funcionado como un hechizo, Abril estaba de nuevo en pie, lista para conquistar el evento. Aquella rivalidad lo hacía sonreír, pero dada la ocasión, disimuló bajando la cabeza y mordiéndose los labios. Ella bajó del auto con la frente en alto y la espalda erguida, tomándolo por el brazo y arrastrándolo dentro del hotel.

—Pero de veras que no queremos que beba demasiado, así que me quedaré con jugos y gaseosas —dijo mientras esperaban el ascensor.

El salón del evento, un piso gigante en un hotel de primera categoría, con escalinata y un gigantesco balcón, estaba decorado con atención y detalle. Todos se encontraban de pie frente a una mesa con tapas, otros bocadillos y bebidas.

Abril le apretó el brazo y se acercó a su oído, ayudada por los zapatos de tacón alto.

—Te aviso para que no te infartes y te pongas a decir estupideces, como si tuvieras algún retraso del habla —él se relamió y sonrió, tratando de disimularlo sin éxito—: Camila parece una cosplayer de Jessica Rabbit.

Abril estaba en modo profesional, se dijo Marco, y borró la sonrisa de inmediato. Había olvidado por completo que Camila había sido siquiera invitada al evento y ahora lo perseguiría aquella información como el mismísimo diablo. Sus ojos se encontraron con los de la aludida, cuya apariencia la castaña había descrito a la perfección. El vestido rojo, los labios igual, aquel millar de hebras de fuego onduladas hacia un costado, dejando el cuello largo y minado de pecas, que él tantas veces había recorrido a besos, desnudo, salvo por una pieza de joyería.

Sintió el roce de la mano de Abril, que delicadamente le acariciaba el cabello, justo a la altura de la sien, y deslizaba la mano hasta su cuello. Marco bajó la mirada y se encontró con una sonrisa que buscaba inspirarle valor y aquello lo hizo sentir completamente estúpido. La castaña estaba segura de que a él se le caería el mundo ante la presencia de una ex novia que no había hecho más que hacerlo sentir segundo plato.

—Tu mírame como si estuvieras loco por mí, sonríe como un bobo y verás cómo ve de qué se ha perdido —asintió ella sin borrar la expresión de entre pena y cariño del rostro.

Él le respondió con una sonrisa, sí, pero apenada. Una parte de él sentía lástima por sí mismo, no quería ni pensar qué hubiera pensado su padre de estar vivo, y todo aquello era mucho peor que el hecho de que los demás lo pudieran mirar como a un pobre imbécil.

—Oye —le dijo Abril con seriedad, mientras agarraba un vaso de jugo de naranja de una bandeja que un camarero iba haciendo circular—, si esa es tu capacidad actoral, esta empresa va a ser una odisea.

En ese momento, las luces del resto del lugar se encendieron y los invitaron a pasar a las mesas, indicándole a los presentes su sitio asignado. Ellos dos se encontraban en un lugar preferencial, cerca de la mesa principal, junto con Gastón, que había ido solo, y otros preferidos de Bocaranda, a quienes Marco conocía por apellido. Lo apenaba llamarlos así en un contexto informal, siendo que a esa altura de su carrera en la empresa debía ya saber sus nombres de pila; sin embargo no tenía opción, así que abrió la boca a sabiendas de que quedaría como un maleducado.

ImpostoresWhere stories live. Discover now