12.

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El sábado la alarma había sonado a las ocho de la mañana. Había olvidado apagarla y en ese momento el ritmo feliz de Hall&Oats se repetía por tercera vez.

—Maldita Abril del pasado —se quejó la castaña estirando el brazo, ya con el sueño cortado, para apagar a consciencia el aparato.

Dejó de nuevo su móvil sobre la mesa de luz y abrazó la almohada. Al fin había terminado su primera semana, durante la cual Marco había sido mucho más atento que en su primer día. Con los cabellos hechos una maraña sobre su rostro, Abril sonrió para sí. Camila no la había molestado, así que creía que Marco había exagerado con el nivel de maldad y obsesión que le atribuía.

Escuchó la puerta del departamento y eso acabó por despabilarla. Se puso un suéter que le quedaba de vestido y se asomó al living. Desde allí podía escuchar la ducha en funcionamiento. Saber que Marco se había levantado temprano y seguramente había hecho su rutina de ejercicios la hacía sentir un completo fracaso, culpable por no hacer todo lo productivo posible en las horas disponibles del día. Rodó los ojos y volvió a la cama hasta que su compañero abandonara el baño para poder asearse.

Su hermana le había enviado algunos mensajes, preguntándole si quería ir a almorzar, pero no tenía energía. Necesitaba dormir, después de una semana de fingir ser organizada y prolija. Además, el día estaba gris y frío, era perfecto para quedarse en casa hecha burrito con la frazada.

Volvió a asomarse y golpeó la puerta del baño, pero Marco no respondió; debía haberse perdido el momento en que había terminado. Tras una ducha y de cepillarse los dientes, se vistió allí mismo y salió exactamente como había entrado —en pijama y con su enorme suéter—, pero con el cabello mojado.

—Buen día —saludó al castaño, quien parado frente a las hornallas revolvía huevos en una sartén.

—¿Quieres huevos? —preguntó tras sonreírle a modo de saludo, ella asintió y pasó a prepararse un té en uno de los tazones hechos a mano que había dejado en la cocina. Cuando abrió la alacena, Marco le siguió la mirada y chasqueó la lengua al ver el café instantáneo—. Es imperdonable que sigas bebiendo café batido, prometo enseñarte a usar la cafetera.

—No, gracias, soy una experta batidora, me sale con espuma y todo —respondió aún somnolienta.

Abril se sentó junto a la cocina, sobre la mesada, con la bebida entre las manos. Hasta el momento no había presenciado a Marco con tiempo libre, siempre tenía algo que hacer. Tampoco habían hablado de qué pasaría si alguno tenía una cita o quería dormir con alguien. Mientras preparaba dos platos con tostadas y huevos, tarareaba una canción que ella no conocía; parecía de muy buen humor.

—Antes de ayer almorcé con Gastón —le comunicó felizmente, entregándole a ella su plato y sentándose de espaldas a la isla para mirarla, mientras comía—, está muy contento contigo.

Ella asintió con una sonrisa de agradecimiento, detrás de la taza. Se tomó un instante para observarlo cerrar los ojos para disfrutar el primer bocado de su desayuno.

—Es la primera vez que te veo comer lento, siempre pareciera que te persigue el reloj.

Marco, que tenía la mirada perdida en la ventana de la cocina, la fijó en ella, antes de encogerse de hombros.

—Es que hoy sólo tengo que ir por una o dos horas a la oficina, en general sí soy el conejo blanco.

—¿Siempre trabajas los fines de semana? —preguntó bajando de la mesada.

Marco tomó un sorbo de su café, tratando de descifrar si lo estaba juzgando como adicto al trabajo o si había algo de admiración detrás de la pregunta.

ImpostoresWhere stories live. Discover now