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Hacía una semana que había comenzado una sucesión vertiginosa de encuentros pasionales, a veces más tiernos, a veces salvajes. Sin ir más lejos, el viernes no había alcanzado a quitarse la ropa de trabajo que Marco la había tomado en la cocina, contra la mesada. La había sorprendido, pues no había creído que fuera tan aventurero ni que lo entusiasmara usar espacios para actividades que no les correspondían.

Pese a que estaba pasando el mejor momento de su vida, mientras Marco manejaba y Majo cantaba junto a él canciones ochenteras a todo pulmón, ella no podía dejar de pensar en lo que le había dicho Camila el viernes.

Abril había salido del cubículo del baño de mujeres, se había lavado las manos y había admirado su reflejo durante unos instantes. Pensando en que aquello que le calentaba el pecho debía ser felicidad, había abierto su pequeño estuche de cosméticos y había tomado un labial fucsia. Cuando lo había abierto, la voz de Marco había cruzado por su mente, haciéndola sonreír. "Me encantan esos colores fuertes, pero prefiero los naturales. No puedo besarte si son fuertes, quedo todo manchado, parezco el Guasón", había dicho entre risas después de una tarde ardorosa de confinamiento en la habitación en que la parte inferior del rostro de ambos había quedado roja y vampírica.

Se había mordido el labio, mirándose y repitiéndose mientras sacaba un labial nude del estuche que no lo hacía para complacerlo a él, sino porque le encantaba saber que podía besarlo a cualquier hora y en cualquier lugar.

Fue entonces que Camila entró en el baño con su bolso, del cual saco un brillo de labios rojo carmín, mientras la observaba a ella terminar de colorearse la boca.

—Sí —había suspirado—, a Marco lo incomodan los colores estridentes. No lo culpo —continuó maquillándose con muchísima serenidad—, es cierto que son poco convenientes —apretó los labios un par de veces hasta que quedó conforme y cerró el pote—. Pero que bien se siente un buen rojo, había extrañado usarlo.

Abril la miró completamente mortificada. Aunque era lógico que supiera las preferencias de Marco, sentía que acababa de poner un pie en su intimidad y que estaba años luz delante de ella.

—¿Estás pasándola bien, cielo? —le había preguntado aún sin dirigirle la mirada, retocándose el rubor—. Pues, disfrútalo. No va a durar mucho esta etapa de luna de miel. Están cerca las fiestas y ahí verás cuáles son las prioridades de Marco y en dónde quedas tú.

Aquel mal augurio se le atoró como una miga de pan en las vías respiratorias y no había sabido qué responder. Había querido decirle hacía tiempo que no intentara siquiera urdir un plan malévolo para atormentarlos, que no importaba que fuera cruel por deporte, ya no podía alcanzarlos, pero nada había salido de su boca. Su rostro había quedado petrificado en una expresión de desagrado, como si en lugar de a una bomba pelirroja hubiera estado viendo un cadáver en descomposición.

—Te voy a dar un pequeño spoiler —había dicho en voz baja Camila, acercándose lo suficiente como para que Abril sintiera el aroma mentolado de su aliento—: no estás ni en los primeros tres puestos.

Sin decir más, había taconeado hasta salir del baño y dejarla sola. Aquello había arruinado su día y la había llevado a un lugar que odiaba en el cual especulaba sobre un futuro que era en realidad incierto. No había nada en aquella relación que estuviera mal o que indicara que las cosas se encaminaran a un destino rocoso.

Pese a que se había repetido una y mil veces que Camila no era ella y que Marco era todo lo que se podía pedir de un hombre, la funesta predicción la seguía como una nube negra que le impedía disfrutar del presente. También estaba segura de que ese pequeño intercambio no era lo que la pelirroja tenía en mente a modo de desquite, era demasiado sádica como para contentarse con sembrar una semilla ponzoñosa y ya.

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