14.

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Estaban a jueves y aún las cosas estaban un poco extrañas entre ellos. Eso le daba la pauta de que a Abril le había incomodado la tontería del ascensor, porque no había otra motivo para la tensión que se había generado posteriormente. El contacto físico se había limitado; no que hubiera habido demasiado antes, pero la castaña solía posar la mano en su hombro o en su mejilla cuando quería decirle algo que requería su atención completa. Ya no lo hacía y Marco extrañaba aquellos pequeños gestos de cercanía.

En la oficina dudaba que alguien supiera de su falso noviazgo. Dudaba incluso que supieran que se conocían más allá de la charla casual en la sala de descanso. Casi se había olvidado —y calculaba que ella también— de la representación de pareja feliz que se suponía debían realizar.

Mientras miraba sin prestar real atención los papeles que tenía delante, se cuestionaba si le importaba. Si extrañar los minúsculos contactos de la castaña se debía a ella o a simplemente un deseo general de recibir algo similar a una caricia. Si bien la visita a Dora el fin de semana había tenido muchísimo roce de pieles, no lo había satisfecho en ese aspecto.

En ese instante, Milagros golpeó la puerta. Él le permitió el paso y ella entró con una sonrisa y esa mirada entre tímida y seductora que siempre le echaba y Marco ignoraba adrede. Le leyó algunos mensajes, recibió instrucciones para algunos de ellos y se quedó de pie con semblante nervioso.

—¿Algo más? —preguntó él, al ver que no se movía.

—Sí, quería recordarle que el sábado de la semana que viene es el cumpleaños del señor Bocaranda. Ya está el regalo comprado y envuelto, listo para entregar, aquí adentro —dijo, señalando un aparador que solía estar vacío.

Marco asintió y se pasó la mano por el rostro, tratando de no fastidiarse por el evento social antes de tiempo. Milagros aún no se movía de su sitio, a lo que él levantó la mirada con las cejas arqueadas en una expresión de incógnita.

—¿Algo más? —volvió a preguntar.

Milagros se mordió el labio y sonrió, antes de negar lentamente, con los ojos clavados en sus zapatos. Sin decir nada, se marchó y cerró la puerta detrás. Marco tuvo la sensación de que acababa de esquivar una bala; aquella situación con su secretaria se estaba volviendo un problema y él no sabía cómo demostrar mayor desinterés.

Miró su reloj de muñeca y se puso de pie, volviendo a alargar las mangas de su camisa y calzándose luego la chaqueta. Tomó su teléfono y su billetera, y se encaminó a la oficina de Gastón, no demasiado lejos de la suya. Frunció el ceño al encontrarlo inclinado sobre el cubículo de Abril, quien le señalaba la pantalla de la computadora con una sonrisa divertida. Comenzó a enfadarse al ver la proximidad con la que hablaban, como si hubieran sido confidentes, sin un mínimo de respeto por el espacio personal del otro.

Gastón se irguió cuando notó su presencia y Abril borró la sonrisa, fijando la mirada en su agenda.

—¡Marco! —lo saludó su compañero con una palmada en el hombro.

Al aludido se le cruzó por la cabeza que tranquilamente y sin esfuerzo lo podía dormir con dos golpes. Gastón no entrenaba y era bastante más bajo que él, le debía sacar media cabeza como poco de altura.

—¿Qué te trae por aquí, al sector aburrido de la empresa? —añadió, al ver que Marco no respondía al saludo.

—Lo siento —se disculpó con una sonrisa—, venía a robarte a tu secretaria, si no es problema.

Abril levantó la mirada y la fijó primero en su jefe, luego en él.

—¿A mí?

—Sí, quería saber si querías acompañarme a almorzar —dijo en voz baja, como si hubiera sido un secreto, apoyando la mano en la pared del cubículo gris con cautela, cual si la hubiera estado posando en la dueña.

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