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"Lunes", sentenciaba su calendario desde la mesa de luz. El sol aún no había salido y ya quería que el día terminara. Todo su ser deseaba estirar el cubrecama hasta taparse la cabeza y pedirse el día, pero su padre le había dicho muchas veces que, si algo le producía algún tipo de temor, era la mejor razón para hacerlo. Tomó aire y se levantó de la cama. Se observó en el gran espejo que constituía la puerta de su placar. El tiempo dedicado al gimnasio había rendido frutos y eso le infundía seguridad para enfrentar el día que comenzaba. Dispuso sobre la cama uno de los mejores trajes que tenía, a medida, pero no el mejor. No quería parecer desesperado por causar una buena impresión. Luego de su rutina matutina de ejercicio se sintió mucho más relajado.

Para cuando puso un pie en su oficina, lo invadía una actitud menos fatalista. Había, además, evitado a sus jefes, quienes siempre que faltaba a un evento social se lo recriminaban y trataban de convencerlo de asistir a la siguiente hablando de lo bellas que se veían las empleadas de la empresa cuando no vestían de oficina. Pero en su silla, detrás de su escritorio, se sentía refugiado. Ni siquiera Camila Fiquet podía pasar sin pasar por su muralla humana, Milagros. Miró su pizarra, vacía. Tenía que empezar con el nuevo proyecto, así que se puso a leer la documentación y presentación de la empresa —una nueva marca de vino tinto— para inspirarse.

Se quitó el saco y arremangó las mangas de su camisa. Mientras anotaba palabras que para alguien más que él mismo habrían sido un sinsentido, Milagros tocó su puerta y abrió, sabiéndolo solo dentro.

—Señor —dijo en un tono que él le conocía en demasía y vaticinaba una mala noticia—, yo sé que debo r.s.v.p. a todos los eventos con una negativa, pero ha llegado una invitación que no va a poder evadir. Lo siento mucho.

—Dime que puedo llegar tarde, escapar temprano y nadie va a ofenderse y no tendré problema en asistir —bromeó, tapando su fibrón, pero el rostro de Milagros se frunció en una expresión de lamento—. Por el amor de Dios, ¿qué evento es, que no puedo escapar?

—El cumpleaños número setenta del señor Bocaranda —informó tapándose la cara con su libreta de notas.

Marco rodó los ojos, ya hastiado ante la idea, pero su secretaria tenía razón, no podía escapar del cumpleaños del dueño de la compañía, con quien siempre había tenido una excelente relación, que lo había ayudado a crecer en la empresa.

—Bueno —suspiró—, a ese no puedo faltar —chasqueó la lengua, resignado.

—Será... la primera vez que nos crucemos fuera de la oficina... —dijo en voz baja—, señor —agregó, como dándose cuenta de que había dicho en voz alta un pensamiento privado, sonrojándose de inmediato.

Él sonrió en respuesta, sin saber qué responder ante el anhelo con el cual había pronunciado aquellas palabras.

—Pues... soy mucho más aburrido que aquí —dijo, encogiéndose de hombros.

Destapó su fibrón, dando por terminada la charla y volviendo a enfrentar su pizarra.

—Ya estoy encargándome del regalo del señor Bocaranda —dijo ella como despedida—. ¿Necesita algo más?

En ese instante, Marco recordó una compra que debía hacer y se volteó de inmediato. Abrió la boca para indicarle qué comprar a su secretaria, pero de inmediato la cerró.

—Tengo que averiguar algunos datos antes, pero sí hay un... regalo, digamos, que necesito comprar —meditó.

—Puedo ocuparme de conseguir los datos, si usted quiere... y si me indica qué datos y en dónde debo buscarlos —dijo con la voz que normalmente empleaba en su rol de secretaria.

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