18.

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Marco entró hecho una furia a la oficina de su jefe sin esperar que lo anunciaran ni a saber si éste estaba ocupado. El hombre hablaba por teléfono, pero al ver el cabello desordenado, las mangas de la camisa remangadas y los ojos crispados en ira, terminó la llamada con la promesa de volver a comunicarse enseguida y colgó el teléfono.

—¡No la soporto más! —exclamó—. Es imposible trabajar así, ¿por qué me la asignaste a mí? ¡Sabes el historial! Quítala de mi grupo —añadió, acercándose al rostro nervioso de Robles, que se había enrojecido.

Se puso de pie y acomodó su corbata y sus anteojos, inquieto.

—Sabes que Moreno no quiere saber nada con ella, lo siento, tienes que saber trabajar en equi-

—¡Pero si yo sí sé trabajar en equipo! ¡Es ella la que no me consulta absolutamente nada y gasta el dinero de esta empresa como si fuera suyo! —interrumpió, gesticulando agresivamente, sintiendo que las venas de su cuello iban a explotar y liberar a un monstruo largamente dormido.

Robles levantó las manos en señal de paz, buscando tranquilizar a su empleado estrella.

—Hablaré con ella, lo prometo.

—¡Quítala de mi equipo! —vociferó para luego salir de la oficina dando un portazo del cual sabía que se arrepentiría luego.

Marco no era de los que se toman atribuciones de ese estilo con sus superiores, pero Camila lo estaba volviendo loco. No sólo por los desastres financieros que hacía simplemente para molestarlo, sino porque cada vez que tenía oportunidad, se sobrepasaba con él. Bastaba que lo encontrara concentrado o distraído.

Esa mañana casi había sucumbido, cosa que lo enfurecía aún más. Se habían sentado hombro con hombro en el sillón a repasar los bocetos finales aprobados por el cliente y el guion revisado por millonésima vez. Camila nunca estaba tan concentrada como él en su tarea, lo sabía, pero era una gran profesional, por lo que Marco estaba tranquilo en términos generales en los momentos de trabajo.

En un instante, se había acomodado sobre él, a horcajadas, tomándolo por la corbata para besarlo de esa forma agresiva que tanto lo había llenado de adrenalina en el pasado. Sus manos instintivamente se habían hundido en los muslos de su exnovia, pero el primer botón que ésta quitó de su ojal funcionó como un balde de agua helada.

Se sentía culpable, para colmo, pues todos en el edificio, incluida Camila, creían que su novia era Abril y ya podía sentir la noticia de que había respondido al ataque de la pelirroja salvaje de la agencia recorriendo los pasillos.

Se fue a su casa sin ordenar su oficina a la hora del almuerzo. Su celular vibró y suspiró pesadamente antes de quitárselo del bolsillo. Un mensaje de Abril:

¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Miró la pantalla, pensativo, mientras ella esperaba en línea.

Me tomé el día, estoy en casa. Todo bien

Tiró el teléfono al sillón y se aflojó la corbata y el cuello de la camisa. Sentía una extrema frustración por ser ese imbécil que se dejaba manipular, manosear y besar por quien no quería que lo hiciera. El fantasma de Camila ya no lo perseguía, pero la mujer de carne y hueso sí y de forma errática, tal como era ella misma.

Se arrojó contra el respaldo y cerró los ojos, pensando en de qué manera impedir un nuevo suceso del estilo, sin recurrir a su fuerza física, tanto mayor que la de ella. En ese instante, el teléfono sonó y atendió a un Robles mucho más firme que al cual le había gritado.

Muchacho, Bocaranda cree que tienes que tomarte el día mañana, para tranquilizarte, ya sabes... No puedo sacarla de tu equipo, Moreno no quiere saber nada de ella, lo siento.

Los ojos comenzaron a escocerle. Había decepcionado a su mentor por primera vez en la historia de su relación y todo era culpa única y exclusivamente suya. Se había dejado llevar y había perdido la compostura. Había hecho una escena, él que se jactaba de su profesionalismo.

En ese momento, la puerta se abrió y Abril entró con rostro preocupado; expresión que se acentuó al ver las lágrimas que amenazaban por rebalsarse de sus ojos. Dejó la cartera en la isla y caminó hacia Marco, que en su lugar apoyó los codos en las rodillas y se tapó el rostro con las manos.

Abril se acercó y se paró frente a él, para acariciar el cabello negro que quedaba a la altura de su estómago. Él se mantenía rígido, sosteniendo una angustia imposible. Se quitó los zapatos y, con delicadeza, lo tomó por las muñecas y tiró de sus hombros para abrazarlo. Marco suspiró pesadamente al tiempo que rodeaba su cintura con los brazos, dejándose acariciar y envolver. Mientras se permitía derramar un par de lágrimas, podía ver a su padre y al señor Bocaranda en su cabeza, mirándolo con decepción. Lo único que había querido en su vida era honrar a ambos, uno muerto, el otro en vida, pero había encontrado cómo fracasar, después de tanto trabajo y esfuerzo.

***

Abril le acercó una taza de café y se sentó a su lado en el sofá. Él le sonrió y bebió un sorbo largo con los ojos cerrados.

—Sí sabes que no tienes que ser perfecto todo el tiempo, ¿verdad? —preguntó ella.

—¿A qué te refieres?

—Pues —carraspeó—, esto pasó porque acumulaste durante mucho tiempo, para no molestar a tu jefe, pero no siempre puede separar lo laboral de lo personal. ¿Qué fue lo que te hizo esta vez Gatúbela?

Marco bajó la taza y suspiró, fregándose los ojos.

—Tengo mucha ira conmigo mismo por haber reaccionado de esa manera, fue completamente una exageración, lamento que me hayas encontrado en ese estado —respondió, obviando la pregunta.

—No hay problema —contestó ella, escondiéndose detrás de la taza, y asumiendo que lo que fuera que hubiera pasado con Camila no era algo que Marco quisiera contarle en ese instante.

—No puedo creer que me hayan suspendido —bufó, arrojándose nuevamente contra el respaldo.

—Es sólo un día —trató de animarlo, acariciándole el brazo—. Oye, ¿por qué no invitas a tus amigos a cenar? Aún es temprano, quizás alguno tenga la noche libre. Así te distraerás —propuso encantada con su propia idea.

Marco rio por lo bajo, cual si de un chiste se hubiera tratado, y giró la cabeza para mirarla.

—No puedo presentarte a mis amigos —declaró.

—Pues, me quedaré en mi habitación, no haré ruido y fingiré que no existo, tío Vernon.

Marco carcajeó ante el comentario y alargó el brazo para tomarla de la mano.

—No tenías por qué irte temprano de la oficina, pero me alegra que estés aquí —sonrió, logrando que Abril se sonrojara—. Gracias.

ImpostoresWhere stories live. Discover now