24.

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Abrió los ojos con dificultad en la mitad de la noche. Ojeó la mesa de luz y enfocó el reloj. Las cuatro de la mañana. No recordaba la última vez que había estado despierta a esa hora —nunca por madrugar. Sintió peso en la cintura y miró hacia abajo para encontrarse con su propio brazo sobre el de Marco encima de ella. Sonrió para sí, entre la conciencia y el sueño, y tiró de él hasta poderle abrazar la mano ente las suyas en su pecho. Él la estrechó por acto reflejo y, desde su somnolencia, Abril se sintió en el lugar y el momento correctos, sintió que aquella era su vida, esa era su habitación y ese era su novio, después de todo.

Horas más tarde, despertó y no tardó en recordar en dónde estaba y por qué, y se sentó en la cama que por supuesto estaba vacía. El sol entraba radiante por la ventana y aquello la hizo fruncir el ceño. Miró el reloj en su mesa de luz y saltó de entre las sábanas al ver que eran las diez de la mañana. Salió corriendo de la habitación para encontrarse a Marco y a Majo tomando un café en la isla de la cocina sin preocupación alguna, muy jocosos.

—¿Cómo me dejaste dormir? —exclamó escandalizada—. ¡Me van a echar, es tardísimo!

Marco abrió la boca, pero ella entró al baño sin esperar respuesta, no pudiendo creer que no la hubiera despertado. Fue mientras se cepillaba los dientes a la velocidad del rayo que se dio cuenta. Se asomó fuera con el cepillo en la boca y Marco le sonrió del otro lado.

—Es sábado —dijo ella tratando de no escupir espuma.

Él asintió, Majo se rio y Abril volvió a encerrarse para darse una ducha. Cuando estuvieron los tres en la sala de estar, la última recordó que tenía una compensación que planear; de Marco hacia ella. Mandó algunos mensajes a Vale y, tras almorzar, se puso de pie, calzándose el bolso al hombro.

—¿Te vas? —preguntó él y ella sonrió, pues era la segunda vez que sufría anticipadamente su ausencia.

Abril se acercó y le acarició la mejilla antes de darle un beso cotidiano y suave que él recibió a ojos cerrados.

—Volveré antes de cenar, tengo un par de cositas que hacer, eso es todo —le sonrió y se volvió a su falsa cuñada—. Nos vemos en un rato, cielo.

Aprovecharía que ambos tenían cosas de que hablar y pasaría un rato con su amiga, para ponerla al día y para hacerle un encargo a medida.

***

Mientras Majo se bañaba, Marco se sentó en el balcón y marcó a su madre, quien no tardó en atenderlo. Se mostró agradecida de que acogiera a su hermana bajo su techo, pero luego comenzó a hablar de sus plantas, de Gera y su taller, del perro que Majo había dejado atrás, pero no de la razón por la cual él la había llamado.

—Mamá —interrumpió un monólogo sobre los beneficios del bicarbonato de sodio—, ¿por qué echaste a Majo de casa? ¿Qué fue lo tan terrible que discutieron?

—Yo no la eché —dijo en tono cortante y con determinación—. Ella tomó la decisión por mí.

Marco suspiró con frustración y se frotó los ojos. Sacarle una respuesta simple y directa a Isabel era tarea para titanes y él era sólo un hombre, y para peor, su hijo.

—¿Qué fue lo que pasó? —volvió a preguntar con voz cansada.

—Que te cuente tu hermana —respondió con esa voz que no admitía réplica y que Marco tan bien le conocía. De inmediato, camaleónica como sólo una madre sabía ser, cambió el tono por completo por uno dulce y amoroso—. Bueno, hijo. Tengo que dejarte que llegó visita, pero ven a vernos de nuevo con Abril, que es tan simpática.

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