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Hacía horas que no tenía interacción humana, pues todos habían marchado a las cinco. Estaba muy seguro de que estaba solo en el piso. Bostezó frente a la carpeta que tenía enfrente y se fregó los ojos, cansado. Había comenzado su martes temprano y hecho su rutina de ejercicios como siempre, negado a perder la constancia, pero las pocas horas de sueño le pesaban en el rendimiento tanto laboral como físico. Se recostó contra el respaldo de su silla pensando en las ganas que tenía de que terminara aquel infierno de clientes que sólo aparecían para el spot navideño y/o el de año nuevo. Quería volver a mirar una serie en la cena con Abril, como hacía desde que se había mudado con él. Sonrió al pensar en ella, siempre tenía ese efecto. No sabía qué tenía que funcionaban tan bien juntos, pero no se lo cuestionaba. Aceptaba con gratitud lo que el universo le ofrecía y cerraba el pico.

Con la sensación de estar cometiendo un delito, cerró las pestañas abiertas de su computadora y abrió en el explorador una de las páginas guardadas en favoritos. Se trataba de una inmobiliaria. Había impreso las publicaciones de algunas casas un tanto más alejadas del centro hacía un par de semanas, las mantenía en el portafolio por miedo a que alguien las encontrara. Aunque no pensaba decírselo a Abril, la veía en su futuro y no quería que lo tomara desprevenido. Los imaginaba en una casa un poco más grandes, formando la familia que él siempre había querido y que no imaginaba con nadie más, pero sabía que faltaba mucho para concretar ese proyecto con ella. Que si le decía siquiera que había pensado en abandonar el conveniente departamento por una casa para que ella tuviera su estudio y un cuadrado de hierba verde en el cual sentarse al sol, la asustaría más que un espectro diabólico. Se limitaba a mirar esas casas, imaginando el porvenir de ambos. Era un modo de recreo para él, lo hacía cuando se estresaba demasiado y asumía la sensibilidad que lo caracterizaba. A lo largo de su vida había aprendido a disimularla, porque aparentemente a las mujeres no les gustaba que fuera así, pero en su intimidad se podía permitir toda la sensiblería existente.

Cerró de golpe la pestaña que había abierto al escuchar un suave golpe en la puerta y se acomodó los nervios antes de permitir el paso. Abrió los ojos con sorpresa al ver a una conocida pelirroja entrar. Jamás la había visto tan tarde trabajando. Más aún, era inconcebible para él verla con el cabello atado en una coleta desprolija, disonante con el elegante traje de sastre que le quedaba como un guante.

Se acercó hasta su escritorio y le tendió un manojo de carpetas. El observó su rostro cansado, pese al maquillaje, y las tomó.

—Revísalas mañana, ya adelanté bastante. Son los clientes nuevos, los de las medias de nylon que conseguí la otra semana. Todo de última hora.

—De acuerdo —contestó él, sin poder superar que fuera la primera interacción desde el desastre de su ruptura en que ella, estando solos, le hablaba sin malas intenciones ni ironía en la voz.

—Vete a casa, ya son más de las once —suspiró ella dándole la espalda y marchándose con paso cansado.

El resto de la semana había tenido y tendría el mismo ritmo y para el jueves estaba destruido. Ya quedaba poco, se decía, pero el tiempo parecía estirarse y arrastrarlo. Aún era relativamente temprano, tenía tiempo de alcanzar a Abril en la cena, pero la pila de pendientes lo miraba acusadoramente. En el momento en que sopesaba la idea de largarse de ahí temprano, la puerta se abrió de par en par y Camila entró, dejándola abierta detrás de sí. Lejos de su aspecto habitual, en su rostro se apreciaba la constelación de pecas por falta de maquillaje y llevaba puesta ropa completamente casual, hasta con zapatillas.

Instintivamente se puso de pie. Alterada, la pelirroja se mordisqueaba la carne del pulgar con una mano situada en su cadera y un pie repiqueteando sobre el suelo. Sus ojos azules estaban perdidos en la alfombra, enrojecidos e hinchados. Sin poder evitar su naturaleza, Marco rodeó el escritorio y se acercó, aunque sin tocarla.

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