21.

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Abril se mantenía en silencio, escuchando atentamente a los demás comensales. Majo era idéntica a Marco, igual de bella y con el mismo sentido del humor e instantáneamente se habían caído bien. Gera era más parecido a Isabel, su madre, y completamente carismático, mucho más relajado que su hermano menor.

Como era de esperarse, la conversación se basaba primordialmente en anécdotas sobre su supuesto novio. Cuanto más grande era el protagonista de aquellos relatos, más íntima se ponía la cuestión. Isabel había dicho entre risas que Marco había pasado horas ensayando frente al espejo diferentes formas de pedirle a una niña que le gustaba en el secundario una cita. Abril notó la sonrisa forzada en él y supo que aquella historia lo avergonzaba. Ella siempre había detestado el humor cuyo combustible era la humillación ajena.

—Si todos los adolescentes tuvieran esa dedicación y ese cuidado, habría menos niñas llorando por desamor —soltó sin poder evitarlo y le tomó la mano por debajo de la mesa con la intención de transmitirle seguridad.

Las mujeres de la mesa se llamaron a silencio y el ambiente jocoso ganó el peso del mundo en un segundo. Gera lanzó una carcajada.

—Bueno, este es un buen cambio, Marquito. Esta no echa leña, sino que te defiende.

Saltaba a la vista que no eran malas personas y que se trataba de una familia amorosa, pero Marco estaba sin dudas tenso. Majo salió al rescate y las anécdotas comenzaron a tener a Gera por protagonista, quien muy por el contrario disfrutaba bastante la atención. Aquello alivianó el ambiente y logró que Marco riera con los demás. Pese a que ya no necesitaba el apoyo, Abril no le soltó la mano y él no la quitó tampoco. Con nerviosismo y sintiéndose una completa atrevida, se animó a incluso propiciar sobre el pulgar y la muñeca que tenía atrapada entre los dedos tímidas caricias. Si lo notó, Marco no acusó golpe y siguió riendo y comiendo felizmente.

Le había prometido que nadie se daría cuenta de que su relación era falsa y pondría todo de sí para ello. Con la mente alimentada por todos los libros de romance que habían caído en sus manos, si algo no le faltaba a Abril eran estrategias.

Antes de que acabaran el postre, se puso de pie y le preguntó a Marco si podía mostrarle en dónde estaba el baño. Procuró hacerse entender con una mirada ansiosa y esperó que la familia creyera que tenía que pedirle disculpas por el comentario ácido que había tirado.

Él comprendió enseguida y la guio por una puerta y a través de un pasillo. Cuando se encontraron frente al baño, Abril tiró de él y los encerró dentro bajo su mirada confundida.

—Escúchame —comenzó en susurros y con premura—, ahora me voy a ofrecer a lavar los platos. Cuando esté lavando tú vas a hacer lo siguiente: vas a abrazarme por la espalda, me vas a besar el cuello y vas a preguntarme si estoy segura y si quiero que tú los laves por mí. ¿Entendido?

Marco se relamió con una sonrisa y ella fue consciente del breve espacio entre su deseo en constante desarrollo y el objeto deseado en cuestión, que con cada segundo producía mayor combustión. El eco del reducido cuarto no ayudaba a la sensación de estrechez que sentía en el pecho.

—Cuando aceptaste este "empleo", nunca creí que te lo tomarías tan en serio —rio en susurros.

Ella le propició una bofetada calculada en el hombro. La hacía sentir ridícula aquel comentario, lo cual era irónico tomando en cuenta que venía del hombre que había contratado una novia falsa.

—No te rías de mí, que estoy haciendo todo en mi poder para ayudarte —contestó, posando las manos en su cintura—. ¿Sabes qué? Olvídalo —suspiró—. Olvídalo, iré y te trataré mal y te haré quedar como...

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