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El fuego lo recorrió en mitad de la noche y se despertó con la respiración agitada, de cara al techo. Había soñado con la mujer que dormía a su lado, ocupando la mayor parte de la cama, siempre con una pierna o una mano sobre él. Suspiró y se acarició la frente pensando que ya estaba grande para sueños húmedos y preocupado miró hacia abajo. No había evidencia alguna de la visión desnuda de Abril y la excelente réplica de su tacto, además de la palpitante dureza entre sus piernas.

Miró al costado y observó a la castaña, profundamente dormida y en paz.

—Abi —susurró, pero ella no demostró haberlo escuchado.

Dedicó un instante a tomar decisiones. Irían a casa de su madre esa noche a cenar, Majo le había pedido que la acompañara al parque, no tendrían hasta la noche un momento solos y el lunes tocaba madrugar. Abril se volteó, dándole la espalda y llevándose las sábanas entre las piernas. El ridículo pijama que siempre usaba era un acordeón en su cintura y la carne en exposición hacía más profundo el hueco hambriento de su cuerpo. La ropa interior marcaba la piel, hundiéndose en el contorno femenino, haciéndole a Marco agua la boca.

Se recostó de lado y se apoyó en el codo para observarla con comodidad. Extendió la mano y le acarició con suavidad la cintura, atento a su rostro plácido. Una voz moralista le decía a lo lejos que no podía pensar siquiera en tocarla sin que ella estuviera despierta, pero la idea de que el placer la hiciera abrir los ojos y la tomara desprevenida era en extremo tentadora.

Deslizó la mano desde su rodilla hasta su talle, descubriéndola un poco más en su búsqueda por sus pechos que respondieron de inmediato a las caricias. Ella suspiró su nombre, aún dormida, mordiéndose el labio inferior. Él sonrió satisfecho al saberse el dueño de sus fantasías también. Aunque a veces balbuceaba en sueños, nunca la había oído decir el nombre de nadie, mucho menos el suyo. Se acercó hasta que la espalda femenina estuvo en contacto con su pecho y continuó dedicándose a masajear las rosadas aureolas con los dedos. Abril apretó las piernas y se retorció, moviéndose inquieta hasta recostarse sobre la espalda. Le besó los labios con extrema delicadeza y ella respondió a medias. Marco contuvo la risa pensando que era imposible que no se hubiera despertado ya.

—Sí que tienes el sueño pesado, cariño —susurró en su cuello, pero tampoco recibió respuesta.

Lanzó una mirada furtiva al reloj de la mesa de luz. Eran las cuatro de la mañana, por supuesto que estaba en el más profundo de los sueños. Su hombro comenzaba a quejarse por sostenerse de costado, pero aún tenía mucho por explorar antes de recostarse sobre ella. Soportó su peso a cada lado de su cuerpo y deslizó la lengua entre besos por su estómago. Sumando una mano a la tarea de encenderla con paciencia, alcanzó el valle entre sus senos y sostuvo uno de ellos con la mano libre, para que cubrirlo con la boca fuera más sencillo y efectivo. Abril se removió de nuevo ante el roce húmedo y gimió un balbuceo que él no llegó a comprender. Marco levantó la mirada y notó como los dedos de uñas rosadas comenzaban a moverse, contrayéndose contra la palma, abrazando el borde de las mangas del pijama.

No tenía demasiado tiempo hasta que se despertara. Se sentó sobre los talones frente a ella y la admiró, con las rodillas presionadas entre sí en el intento inconsciente de calmar el cosquilleo entre sus piernas; el vientre y los pechos descubiertos, con la piel enchinada, y los brazos y la clavícula cubiertas casi en su totalidad por la tela vieja y arrugada. No hizo falta demasiado esfuerzo para que relajara las piernas y soltara un suspiro. Acarició los muslos suaves y pálidos, apoyándolos por encima de sus rodillas. Se inclinó sobre ella para volver a besarle el ombligo, mientras se aventuraba sobre la ropa interior, que evidenciaba el rocío que su dedicación había producido. El pecho desnudo de Abril comenzó a moverse más rápido, hiperventilando. Sin perder la oportunidad de viajar con las manos sobre la piel en el camino, deslizó la prenda íntima de algodón hasta librarla de ella y, esta vez enterrándose bajo sus piernas, comenzó a besar un muslo, luego otro, mientras con caricias la abría para él. Podía escucharla respirar agitada y la oyó lanzar un gemido cuando los besos alcanzaron los dedos. No hacía mucho tiempo ella le había enseñado cómo le gustaba, cómo generarle placer y él había sido siempre un alumno dedicado. Supo que había despertado cuando una mano pequeña se enredó en su corto cabello y la otra chocó contra la las barras de la cabecera de la cama.

ImpostoresWhere stories live. Discover now