23.

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Se arrojó sobre la cama con la ropa del trabajo puesta, aún con la cartera colgada y los zapatos en sus pies. La situación se estaba saliendo de control, ella se estaba aprovechando. Lo había notado, Marco había censurado a sus propias manos para que no bajaran hasta hundir los dedos en la carne cubierta por su falda. Si la hubiera atraído más contra sí, creyó que la pulverizaría en esa oficina. Sintió el calor quemándole las mejillas por la culpa que sentía, pues había dejado esa puerta abierta de par en par a propósito. Se sentía como una adicta, estaba empezando a crear situaciones en las que tuviera que echársele encima. Pero cuando le dijo que la besaría porque Camila estaba ahí, recordó que el tipo la había contratado para darle celos a su exnovia. No quería ser el segundo plato de nadie, no quería que él desahogara su frustración sexual con ella. Al menos en los papeles, porque su cuerpo lo pedía a gritos.

Se desabotonó la camisa y metió la mano debajo del sostén cerrando los ojos, forzando a su imaginación a convocarlo. Quería sentir aquellas manos grandes, hirvientes y angulosas acariciándola y aquello era lo más parecido que tenía a disposición. Se recorrió el cuello y revoleó los zapatos. Para cuando se arremangó la falda, ya su respiración era pesada. Separó las piernas y comenzó a acariciar la suave tela de su nuevo conjunto, regalo de Vale. Imaginó que él llegaba del trabajo, se apiadaba de su pobre condición y la relevaba de la faena. Le besaba los muslos, los pechos, el cuello, los labios y se acomodaba sobre ella con calculada fiereza. Lo veía tras sus párpados, semidesnudo, porque tendría tantas ganas de hundirla en ese colchón que no le alcanzaría el tiempo para quitarse toda la ropa. Ella se encargaría de irla arrancando entre embestidas.

Aprovechando no había nadie más en el departamento, se permitió hacer tanto ruido como quiso y, estando en la soledad de su mente, hacer cuanto deseó con él. Arqueó la espalda sin proponérselo y se propició las caricias que felizmente habría recibido en esa oficina en la que él tanto disfrutaba pasar el rato trabajando. Hacía tiempo que no hacía aquello y aún más desde que había estado con un hombre. Abrió la boca y se retorció, contrayendo cada músculo cuando el placer explotó entre sus muslos y se extendió por su vientre y sus piernas, dejando detrás la sensación de que el corazón lo tenía en el sexo y no en el pecho.

Dejó a sus miembros caer flácidos en donde estaban y sonrió con un suspiro. No estaba bien aprovecharse de la situación, pero era tan fácil y placentero, tan a su alcance que su moral prefería fingir que no había visto nada. Se levantó con esfuerzo y se arrastró a la ducha, disfrutando de lo relajado que sentía el cuerpo.

Ya con uno de sus vestidos preferidos puesto —sobre un conjunto que Vale le había dado y la hacía sentir una bomba sensual—, mientras se secaba el cabello con la toalla y esperaba que el agua para un té se calentara, se dijo que lo que estaba haciendo no era correcto. Tendría que decirle a Marco que debía mudarse, no podía invadir su privacidad de esa manera. No podía ocultar que le gustaba y lo deseaba, que lo quería; no mientras vivieran bajo el mismo techo. Y él no iba a estar cómodo sabiendo que Abril esperaba que saliera de la ducha, que llegara del trabajo y se aflojara la corbata, que volviera hecho agua de su entrenamiento para observarlo y crear historias no aptas para menores en su mente.

No. No estaba bien, se dijo. Tenía que irse, se lo diría esa misma noche, después de la película.

Dejó la toalla a un lado y se comenzó a servir el agua sobre su taza sin mango. El timbre sonó y Abril miró la puerta extrañada, como si allí se fuera a materializar la respuesta a la incógnita de quién llamaba. Nadie los visitaba nunca, era la primera vez.

***

Se metió al elevador cantando I've got the world on a string y salió con una sonrisa estampada en el rostro. Esa noche planeaba dar un paso más, uno pequeño: la tomaría de la mano y vería su reacción. Era poco probable que se cruzaran con alguien de la oficina, menos aún con un familiar, así que Abril tendría que comenzar a asumir que él realmente sentía cosas por ella, no podía escudarse más detrás de la excusa de que todo era un show para Camila.

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