20.

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Hacía unos minutos que estaba mirando la pantalla encendida de la computadora sin lograr recordar para qué había entrado a la planilla abierta. Apoyó los codos en el escritorio y se tapó el rostro con las manos. Su cabeza volvía una y otra vez al momento en que a Marco se le había ocurrido besarla, en ese exacto segundo en que le había acariciado la boca con el pulgar, petrificándola. Se repetía que había sido estratégico, para que la oficina no rumoreara sobre cómo Camila hacía lo que quería con él, pero la forma en la que la había mirado la había hecho sentir otra cosa.

No tenía idea de qué haría cuando volvieran esa noche al departamento y se quedaran solos. La excitación la recorría sólo de recordar el roce de sus labios aun teniéndolo a muchos metros de distancia y encerrado en su oficina. Saber que era mentira que se hubiera acostado con Camila le había quitado la angustia que desde el día anterior la había atormentado.

Sabía que era la primera vez que alguien en la oficina veía a Marco besando a una mujer; que era público conocimiento lo que había hecho con Camila, pero que nadie había atestiguado ni el más mínimo contacto. Se mordió el labio sonriente, segurísima de que la pelirroja debía estar que echaba humo por la boca. Además, se relamió, ahora no podía volver al besito en la mejilla de los buenos días.

Aquel viernes no fue su día más productivo. Muy por el contrario, su jefe le llamó la atención más de una vez, aunque sin poder quitarle el buen humor. Ni siquiera había malogrado la jornada el hecho de que Camila había desfilado de su oficina a la de Marco todo el día, estándose segura de que Abril notara la melena moviéndose de aquí para allá, tan en llamas como imaginaba estaba su ego. No fue sino hasta las cinco menos cuarto que la sonrisa se le debilitó. Marco le había mandado un mensaje diciéndole que le tocaba quedarse hasta tarde trabajando y que no lo esperara.

Cuando estuvo preparada para salir, se encaminó hacia el elevador. Ya había hecho tiempo y quedaban pocas secretarias en el piso. Se detuvo un momento y vio a la distancia a través del vidrio esmerilado de la puerta la silueta de Marco detrás de su escritorio. Con el paso apretado se dijo que sólo iría a saludarlo y ya.

—Debo anunciarte —escupió Milagros desde su asiento.

—No hace falta, gracias. Me anuncio sola —sonrió.

Sin esperar que la rubia le respondiera, tocó la puerta y entró después del "adelante". Marco tenía la vista clavada en un contrato y no se percató de que era ella quien había invadido su oficina. Se había quitado el saco y remangado la camisa, como cada vez que ponía toda su energía en trabajar.

Abril cerró detrás de sí y suspiró procurando que la abandonaran los nervios. No tenía un plan ni un objetivo y sentía el calor subiéndole por el cuello. Marco levantó la vista del contrato y sonrió visiblemente incómodo.

—¿Te llegó mi mensaje? —preguntó.

Abril asintió y carraspeó, sin saber qué decirle. Se llevó las manos a la cintura y paseó la mirada a su alrededor mientras se mecía en sus tacones.

—Lamento no haberte preguntado... —dijo ella.

Marco se puso de pie, alisando con la mano su corbata, y rodeó la mesa para apoyarse contra el borde, enfrentándola. Se acarició la nuca, gesto que Abril reconoció como acto reflejo cada vez que se ponía nervioso, y asintió.

—Lamento haberte... sorprendido cuando llegamos.

Abril vio el reflejo de una sonrisa de satisfacción queriendo escapar de la boca de Marco y se dijo que estaba haciendo un papel lamentable y que no tenía nada que hacer ni decir en esa oficina.

—No pasa nada —sonrió, clavándole una mirada intensa—, es mi trabajo, después de todo —añadió en voz baja sin pestañar.

Se miraron en silencio durante unos segundos en los que el aire hubiera podido cortarse con un cuchillo. Abril sabía que estaba sonrojada, podía sentirse prendida fuego, y se debía a que cada centímetro de su cuerpo vibraba en reclamo de una nueva performance. Pero no tenían público, por lo que debía contentarse con alimentar un deseo insatisfecho a base de la imagen que tenía enfrente.

—Hablé con mi madre —cortó él el mutismo—, le dije que estaba viendo a una chica y automáticamente la invitó a almorzar el domingo —sonrió y volvió a acariciar su corbata—. ¿Te importaría?

Ella negó, clavada al suelo bajo sus pies.

—No hay problema, luego me dices qué tan... eh... —tragó saliva— qué debo ponerme o cómo es tu familia y eso. Cómo debo ser para que crean que estás loco por mí —rio de su propio comentario jocoso.

—No te preocupes, sé tú misma.

Abril entornó los ojos ante la sonrisa ladeada que él le dedicó, no sabiendo si la intención de Marco era seducirla o si simplemente era una maldita trampa para mujeres por naturaleza. Asintió y apoyó la mano en el pomo de la puerta.

—Te veo a las ocho. ¿Te espero para cenar? —dijo lentamente.

—Si te aguantas el hambre, nos queda el último capítulo de la serie para ver. Tendremos que buscar otra para mañana.

Ella volvió a asentir y salió de allí como despertando de una sedación. No sabía si estaba imaginando cosas o si algo estaba cambiando realmente en la actitud de Marco y, por extensión, en la relación de ambos. Se marchó pensativa, tan absorta en su confusión que pasó por alto la mera existencia de la secretaria libidinosa.

De pie en el ascensor se mordió el labio preguntándose si iba a tener que aguardar hasta el lunes para ser besada de nuevo. Se dijo que se daría el tiempo que tardara de la salida hasta el departamento para revivir a sus anchas el recuerdo e inventarse escenas que fueran mucho más allá, pero que una vez que llegara a casa, se dedicaría a estudiar. Tenía que rendir en breve un examen y casi no había tocado sus apuntes. No podía pasarse el día pensando en un hombre.

***

El domingo por la mañana Abril se levantó con el sol, cosa que nunca hacía. Estaba nerviosa por conocer a la familia de Marco, aunque éste le había dicho que los tres eran amables y cálidos, que no tenía de qué preocuparse.

Le había contado que había llevado a Camila una vez y que la habían adorado, pues era una gran actriz. Ella, en cambio, no había querido volver. Abril había intuido, por su forma de hablar de Majo, que era la luz de sus ojos. La describía como la hermana menor que todo el mundo quisiera tener: dulce, atenta, divertida, cariñosa y que lo adoraba a él también. No tuvo reservas en decirle que Gera, su hermano mayor, era el favorito de su madre, una mujer muy imparcial, pero que era buen consejero. Un halo de resentimiento se cruzaba en los ojos de Marco al hablar al respecto y, por una vez, Abril le vio un lado positivo a no tener a sus padres: nadie había podido rivalizarla con su hermana, ninguna envidiaba a la otra la atención de una madre.

Aunque Marco trataba de disimular mientras conducía con expresión concentrada, no era difícil notar que estaba nervioso también y ella lo entendía a la perfección. Iba a llevar a una novia falsa a la casa de su familia, que realmente lo conocía, que podía darse cuenta de que todo era una fachada. Se dijo que iba a dar la actuación de su vida y trataría de ignorar el nudo que sentía cada vez que miraba a Marco a los ojos desde que la había besado hacía dos días.

Se giró en el asiento para ver su perfil y degustarlo, aprovechando que él estaba tanto ocupado con las manos como con la mente. Cuando llegaron a un semáforo en rojo, apoyó la mano sobre la suya, que descansaba en la palanca de cambios, y le dedicó una sonrisa confiada y que buscaba inspirarle ánimos.

—Tu tranquilo, jamás sabrán la verdad, te lo prometo.

Automáticamente, Marco aflojó sus hombros e imitó su expresión antes de poner el auto nuevamente en marcha.

ImpostoresWhere stories live. Discover now