26.

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No estaba enojada, pero definitivamente tampoco contenta. En su inocencia había creído que, sabiendo que no habían entrado ilegalmente al departamento, iban a retomar lo que habían estado haciendo en donde habían quedado, pero Marco no le había dado ni un besito casto de buenas noches. La había soltado y se había acostado dándole la espalda. El miércoles por la mañana no le dijo absolutamente nada al respecto de camino al trabajo y él la miró con sorpresa cuando esquivó su beso cotidiano, aterrizando éste en la comisura de su boca. Lo dejó parado viéndola caminar hacia su cubículo.

Hizo su trabajo de manera automática, agradeciendo haberse acostumbrado a su papel organizadísimo en la oficina. Cada tanto recibía una queja de parte de su jefe, pero ni un cuarto de lo que ella había creído al empezar allí.

A la hora del almuerzo fue a buscarla para comer juntos y ella le mintió diciendo que Jorgelina quería hablar con ella y ya se había comprometido. La decepción en la expresión de Marco la ablandó un poco, pero no lo suficiente como para ceder. Supo que él era consciente de que había un problema cuando a las cinco en punto se le apareció de nuevo por el cubículo para que volvieran juntos a casa. No intentó hablar con ella en el viaje, se dedicó a tararear sobre la radio, tampoco le dedicó más que alguna mirada veloz.

Abril estaba frustrada hasta la coronilla. No sólo había sido ignorada la noche anterior, sino que él no había dicho nada respecto al hecho de que el suceso había ocurrido en la soledad de su habitación, sin espectadores, sin Camilas en la costa, sin familiares que convencer de absolutamente nada.

Entró, como era su costumbre, caminando directamente a la habitación a cambiarse. Marco no la siguió y cuando salió con su pijama puesto —su antiguo pijama— lo encontró sin corbata ni saco, con las mangas arremangadas y de brazos cruzados apoyado contra la isla. Tenía la vista fija en ella con una mirada preocupada y Abril temió que su distraída naturaleza masculina le hubiera ganado a su sentido común y el hombre no tuviera idea de qué la tenía en ese estado. Ella le dedicó una mirada levemente hostil antes de dirigirse al refrigerador a buscar nada en particular, solo no quería quedarse ahí jugando a quién pestañeaba primero.

Marco la detuvo con una mano en el estómago antes de que su mano alcanzara la manija del refri y ella suspiró antes de enfrentarlo.

—Oye, tenemos que hablar —soltó y aquella frase siniestra le puso a Abril los pelos de punta.

—¿De qué? —contestó mordaz haciendo honor a su condición de mujer.

Él suspiró con un dejo de frustración y ella se sintió una idiota, pero se dijo que se lo merecía. Sabía perfectamente qué quería que discutieran.

—De anoche, tenemos que hablar de anoche.

—No hace falta —respondió con un nuevo suspiro, procurando volver a caminar hacia el refrigerador.

Con un bufido que denotaba la poca paciencia que estaba manejando, Marco la levantó por la cintura y la sentó sobre la isla, apresándola con sus brazos apoyados en el granito, aunque sin tocarla. De inmediato, Abril acomodó los pies en la banqueta que tenía debajo, con las piernas juntas, con la intención de poner tanta distancia entre ambos como fuera posible.

—Ey, no hagas de esto algo difícil —le pidió él con el ceño fruncido.

—¡Es que no hace falta que hablemos de nada! —mintió ella—. Entiendo, me puse algo muy revelador y no lo pudiste controlar. Le diré a Vale que sus diseños son un éxito, se pondrá contenta —soltó con una sonrisa plástica, procurando bajar de la mesada.

Marco soltó una carcajada grave por lo bajo y soltó el aire tirando la cabeza hacia atrás. La detuvo con un suave empujón en el estómago y corrió la banqueta hacia un costado, dejando que una de las piernas femeninas colgara hacia un lado, para acercarse a ella. Abril contuvo la respiración al ver en su rostro un dejo de fiereza animal.

ImpostoresWhere stories live. Discover now