22.

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Hacía tiempo que no veía a su amiga y no había notado lo mucho que la había echado de menos. Se había perdido mucho de su vida en esos meses, aunque hablaran constantemente por mensajes. Desde que había llegado, a eso de las cuatro y media de la tarde, Vale le había contado de un nuevo emprendimiento de ropa íntima y lencería que había puesto en marcha; también de que estaba saliendo con un muchacho bohemio, con lentes de marco grueso y el hábito de fumar puros.

Abril escuchaba con parcial atención. La verdad era que su boca quería llevar la conversación a Marco, a lo que estaba pasando, pero su cabeza no estaba de acuerdo y se limitaba a permitirle revivir en la privacidad de su mente lo que había sucedido y sacar cálculos inútiles de en qué momento había comenzado aquello, en la intimidad de su imaginación.

Por supuesto, Valeria no había pasado esto por alto así que, cuando se le agotaron las prendas que había diseñado para mostrarle, procuró primero entablar una conversación en la que no fuera la única participante.

—¿Sabes? Me encantaría que modelaras algunos de los conjuntos y me dejaras fotografiarte para las redes —sonrió con entusiasmo.

Abril puso los ojos en blanco y bufó.

—Amiga, sabes que no tengo el cuerpo para eso. Tengo un par de sucias casquivanas de compañeras en el trabajo que pueden servirte para el caso —soltó con veneno, aunque nada tuviera que ver con Vale ni con su colección.

Ésta la miró de pie con los brazos en jarra. Abril arqueó las cejas en una expresión de desconcierto e inocencia sin moverse de su posición sobre la cama, boca arriba.

—¿Vas a decirme por qué este nueve once? —inquirió con decisión.

—No sé a qué te refieres —contestó, girando la cabeza y perdiendo la mirada en la ventana.

—A que me llamas para venir después de mil años, obviamente tienes la cabeza en la luna y aparentemente odias a tus compañeras de trabajo, así que asumo que algo tienen que ver. ¿Qué es lo que quieres contarme?

Vale esperó unos segundos pacientemente, pero la respuesta de su amiga fue un suspiro profundo sin siquiera devolverle la mirada.

—No es nada —soltó.

—¿Con Juli bien? ¿La convivencia con el Capitán Patético bien? —tanteó.

En seguida Abril se volteó azorada.

—Oye, no es patético, tuvo una mala racha —dijo, frunciendo el ceño y cobrándose la sonrisa divertida de su amiga.

—Okey, entonces es el concubino el quid del asunto —asintió, dándose por entendida.

Abril lanzó una amalgama de suspiro y quejido y se tapó la cara con la almohada. Su boca la había traicionado, sabía que no había debido abrirla, pero ahí estaba y no había forma en que pudiera (o quisiera) convencer a su amiga de que nada estaba pasando con Marco. Como ya había soltado la lengua, hizo lo único lógico por hacer: contarle todo con lujo de detalles desde el día en que había decidido vivir en ese departamento.

Luego venía la etapa dos: conjeturas que podían tomar horas. ¿La estaba seduciendo? ¿Estaba burlándose de ella? ¿Era tan despistado que no sabía qué efecto causaba? ¿Lo sabía perfectamente y era el ser más cruel de la Tierra?

Como era de esperarse, ninguna vía de hipótesis era fructífera, pero las dos sabían que ese no era el objetivo de analizar y sobre analizar paso por paso lo que había ocurrido. Ambas eran conscientes de que lo único para lo que valía aquella conversación era para que Abril satisficiera al menos la necesidad de hablar de él por un buen par de horas, de cansarse de decir su nombre en voz alta. Valeria, como mejor amiga que se respeta, soportó dar mil vueltas sobre lo mismo, porque sabía que era lo que Abril necesitaba, además de que la situación a veces ocurría a la inversa y ella era la verborrágica.

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