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Todos, Isabel incluida, rodeaban la mesa sobre la cual había un pastel blanco bellísimo que Majo había encargado. Elías la abrazaba por la cintura, ambos procurando generar suspenso. Marco sentía un dejo de nerviosismo que le causó gracia, porque era un sinsentido. Estaba contento de que su hermana hubiera escogido la casa de su madre y hubiera invitado a todos allí para el evento.

En el discurso previo a cortar el pastel, Majo había contado con gran talento dramático que ella y su novio habían ido en secreto a hacer una nueva ecografía para saber si recibirían una princesa o un príncipe —en sus palabras— y que estaban ansiosos por compartir su felicidad con todos sus seres queridos.

—¿Están listos? —preguntó apoyando tentativamente la cuchilla sobre la crema blanca de la cobertura.

Sus amigas gritaron que sí desde un rincón y ella hundió el filo hasta tocar la bandeja. Repitió el acto y giró la torta antes de retirar el trozo de pastel. Una catarata de almendras bañadas de color rosa cayó por el plato y de inmediato todos comenzaron a aplaudir.

Marco miró a Abril a su lado, que lagrimeaba de emoción, y sonrió. Hacía una semana que la notaba rara, distante y apagada, lejos de su naturaleza alegre. Desde el jueves anterior había buscado el momento para contarle lo que había pasado con Camila, pero la actitud gradualmente más gris de la castaña lo amedrentaba. Si algo le generaba dudas con respecto a él y le contaba lo que había ocurrido podría terminar de arruinarlo. Aquello lo preocupaba aún más por las noches en las que ya no lo esperaba despierta, sino de cara a la pared en la cama.

Empujó el pensamiento para ocuparse de aquello luego y abrió los ojos con sorpresa al ver a su madre llorando, desbordada de emoción, abrazando a Majo —quien por supuesto lloraba también. Tenía el presentimiento de que se había perdido un escalón entre la última vez que habían ido allí y ese momento en que Isabel participaba activamente del festejo y caminaba hacia un rincón para arrastrar su caja de lanas a la mesa. Majo no podía detener el llanto, señalando uno y otro color que su madre prometía utilizar para un ajuar de bebé.

Pese a la buena noticia de aquella reconciliación y a que nada parecía andar mal, no podía evitar la sensación de que Abril arrastraba una nube oscura. Se preguntaba qué tanto valía la pena decirle que Camila le había propuesto volver si él no tenía intención alguna de siquiera sopesar el asunto. Sabía que la amargaría la idea de su exnovia tarde por la noche abordándolo en ese plan y la preocuparía que él trabajara hasta esas horas. No quería preocuparla ni hacerla pasar un mal rato, pero su cuerpo tenía necesidad de quitarse el peso de encima. No le gustaba ocultarle eventos como aquel.

Por lo demás, mil y una veces había hecho un repaso de sus actos de una semana y un poco más atrás hasta ese día, pues en algún momento tenía que haber hecho algo indebido. Algo tenía que explicar la actitud extraña de Abril y dudaba que tuviera relación con algo que no fuera él, ya que en términos generales le contaba todas sus inquietudes.

Ella se mantenía en su silla, contra el respaldo con una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos normalmente risueños. Cuando iba a voltearse para darle un beso con el que procuraba mejorar las cosas, Majo se acercó y se sentó junto a ella.

—Oye, Abi —dijo con la mirada empañada y él sintió que sobraba—, yo no soy católica, no voy a bautizar a la niña, pero... me gustaría que... —su voz se quebró en emoción.

Abril le acarició la espalda y la abrazó con una sonrisa.

—Anda, tranquila —le susurró hasta que la joven se calmó.

—Lo siento, estas hormonas —rio limpiándose la cara—. Me gustaría, aunque seas la tía política de mi bebé, que fueras también su madrina —logró soltar antes de volver a lagrimear.

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