29.

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Marco ya estaba en la cama, aunque sentado y destapado, cuando ella volvió de cepillarse los dientes. Se encontraba leyendo un libro nuevo a la luz del velador, pues hacía poco había terminado uno. Abril cerró la puerta detrás de sí, nerviosa como una adolescente y con el corazón latiendo a mil por hora. Había pensado bastante durante el día y la nueva información que había obtenido de él y de ella misma lo había cambiado todo.

Tiró de las mangas largas de su camisón antes de suspirar a ojos cerrados y caminar hacia él, quien cuando leía solía olvidarse de lo que lo rodeaba. Sin embargo, levantó la mirada del papel y le dedicó una sonrisa en una expresión sorprendida.

Abril, con delicadeza, le quitó el libro de entre las manos y colocó el separador que descansaba en la mesa de luz antes de dejarlo allí cerrado.

—¿Sucede algo? —preguntó él y ella negó con la cabeza.

Se inclinó sobre él y tomó su rostro entre las manos para besarlo despacio.

—Sé que dijiste que no querías hacer nada hasta resolver el asunto de Majo —soltó poniendo todo de sí para ignorar el ardiente calor en sus mejillas—, que querías que fuera especial y no simplemente para descargar... malas energías—continuó, tropezando con sus palabras y pasando la pierna por encima de las de él para acomodarse a horcajadas sobre su falda.

Instintivamente, Marco posó las manos en su cintura y Abril rodeó su cuello con las suyas. Suspiró tratando de relajarse y le recorrió el rostro con los ojos para anclarlos en los de él, castaños y expectantes.

—También pienso que entre tú y yo debe ser especial, pero... —re relamió pensando en cómo decir lo que quería sin sonar como una telenovela cursi— sin importar las circunstancias, no creo que pueda ser de otra forma.

—¿Estás segura? —preguntó tras tragar con dificultad.

Abril sonrió y asintió acariciándole la mejilla con el pulgar.

—Estoy muy segura.

Marco se acomodó mejor, para acercarla más a él, y ladeó la cabeza para besarla. Aquello se sentía correcto, perfecto. Aunque hubiera comenzado con un trato ridículo y un noviazgo de cartón, lo que sentía cuando la miraba, cuando la besaba y acariciaba era más tangible que el suelo sobre el que apoyaba los pies todos los días.

Los besos de Marco bajaron por su cuello y las manos subieron por su espalda desnuda. Abril levantó los brazos para que le descubriera el torso completo. Por instinto se tapó, pero él la tomó con cuidado por las muñecas y las acomodó a los lados. Ella comenzó a agitarse a merced de su escrutinio y empeoró cuando sus pechos quedaron ocultos bajo el tacto de aquellas manos grandes.

Volvió a besarla y la recostó sobre la cama. Abril sabía lo mucho que la deseaba, no hacía falta que le dijera cuánto quería estar dentro suyo y sentir cada centímetro de su piel bajo la lengua, no era necesario que lo pusiera en palabras. Bastaba con la adoración con que le besaba la clavícula, los pechos y con que acariciaba sus piernas; alcanzaba el esfuerzo que hacía para no presionarla con demasiada bestialidad contra el colchón, controlando su propia excitación.

Se dijo que él tenía que saber también cuánto ansiaba ella ese momento y como la encendía tenerlo cerca. Lo empujó hasta que enfrentara el techo y lo desvistió con lascivia. Sonrió al ver que aquello le gustaba y que podían comunicarse a base de observarse. No la sorprendió que su erección fuera, al igual que el resto de él, extraordinaria. Le besó la boca, bajó por su cuello y acarició el vello de su pecho con los dedos. Ella también quería darle la mejor noche de su vida, no le gustaba ser sólo receptora paciente en momentos como aquél.

Cuando sus labios pasaron por debajo del ombligo y sus manos alcanzaron sus muslos, Marco fracasó al controlar la risa.

—Lo siento, tengo cosquillas —dijo tras carraspear.

Ella rio suavemente antes de comenzar la exploración que más ansiaba y cuya respuesta solía terminar de llenarla de ardoroso entusiasmo. Él hacía lo único que podía, le sostenía el cabello y respiraba agitadamente a ojos cerrados. No le dejó degustarlo por demasiado tiempo. Tiró de ella para volverla a recostar debajo de él y recorrerla a besos con mucha más ansiedad que al comenzar aquella travesía a través de su cuerpo.

Estiró los brazos por sobre su cabeza y cerró los ojos, disfrutando de los mordiscos juguetones en el interior de sus muslos mientras terminaba de desnudarla y del roce hambriento de sus labios y su lengua, después de perderse en el suelo su ropa interior. Cuando Marco extendió el brazo para acariciarla hasta donde la mano llegara, ella aprovechó para tirar de él.

—Espera un momento —soltó y ella se apoyó en sus codos para verlo alejarse de la cama, dejando un camino de besos por su pierna.

Aprovechó que él rebuscara en el cajón de la mesa de luz para admirarlo. Se mordió el labio, ávida por continuar. Lo observó colocarse el condón y agradeció que fuera tan responsable. Por un instante había olvidado que aún faltaba para que las pastillas la protegieran de un embarazo. La invadió la ansiedad, mientras él se acercaba y se inclinaba sobre ella para volver por los besos que había dejado desde sus pies hasta sus labios, de que alguien los llamara por teléfono, de que Majo tocara la puerta o el timbre sonara. La boca de Marco llegó a la suya y la devoró mientras la cubría con todo su peso. Hacía tiempo que Abril no tenía relaciones con nadie y se sabía estrecha y apretada. Él no se desanimó y procuró encenderla hasta que estuviera lista. En el instante en que se acomodó dentro de ella, soltó un gruñido en su oído y a Abril se le llenó la boca de agua y se le activó cada una de sus terminaciones nerviosas.

Él aún recuperaba el aliento y ella lo miraba, recostada de lado. Se preguntó qué tan buena idea había sido, pues se sabía completamente suya sin que él la hubiera reclamado. No era que hubiera sido perfecto absolutamente todo en el acto; había habido torpezas, habían tenido que encontrar un ritmo que los satisficiera a ambos, pero él no había sido para nada egoísta con ella y la había acompañado hasta un orgasmo maravilloso antes de perseguir el suyo, que había llegado poco después. Estaba segura que cada vez que hicieran el amor, aprenderían un poco más del otro hasta encontrar el punto justo de cada balanza.

No podía apartar la mirada de su perfil de ojos cerrados y boca entreabierta. No comprendía cómo alguien podía no enamorarse de él. Pensó en Milagros y en cuánto entendía su frustración y sufrimiento, porque lo tenía a un paso, pero era eternamente inalcanzable. Se sintió afortunada... y vulnerable; la invadió una sensación de miedo que sabía que debía ignorar. Sin embargo, no podía evitar escuchar en su mente una voz que decía: "¿Y si no siente lo mismo que tú?" y "¿Qué harás cuando te deje? Lo más probable es que te deje, ya le has dado lo que quería".

Marco giró la cabeza y le sonrió antes de acercarse y abrazarla por la cintura para besarla con ternura.

—Creo que a ambos nos vendría bien una ducha, ¿qué dices?

Abril sonrió y asintió, empujando a la voz de su inseguridad fuera de su cabeza. Él jamás le habría hecho daño, se dijo. Él jamás la habría usado y dejado después.

Se pusieron él una bata, ella su pijama, y la arrastró fuera de la habitación y dentro del baño para una ducha en la que sólo pretendían enjabonarse el uno al otro la espalda.

ImpostoresWhere stories live. Discover now