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Mientras Marco hablaba con el rostro compungido, contándole lo sucedido con Majo —que en ese momento dormía—, Abril trataba de disimular la conmoción que la revolucionaba por dentro y el embeleso que trataba no fuera demasiado evidente.

Cuando más temprano había visto su nombre en la pantalla del teléfono, automáticamente había dejado de prestar atención a Vale. En principio se había alarmado, pues en términos generales su comunicación se basaba en mensajes de texto, era muy raro que se llamaran, a menos que fuera una emergencia. Había notado de inmediato que Marco estaba nervioso, no precisamente por ella sino en general, tenso. Entre balbuceos le había dicho: "¿Te arruino el día si te pido que vengas a casa?" Con esa pregunta algo se había removido dentro de ella. Le había preguntado si había pasado algo y él le había respondido que nada grave, que sólo quería hablar con ella.

No tuvo que decir nada más para que dejara a Vale con las galletas atoradas en la garganta y saliera corriendo con la boca del estómago hecha un nudo.

En ese momento, sentada en una silla, enfrentándolo a un Marco sentado al borde de su lado de la cama, se sentía ahogada en sí misma. Sabía que ya había pasado la línea de la atracción y allí, tomándolo de la mano y escuchando sus preocupaciones, entendió que su afecto hacia él ya no era llanamente amistoso.

—No sé si hice bien, no sé si estoy haciendo bien —concluyó él, con los codos apoyados en las piernas inquietas—. ¿Crees que hice mal?

—Estás haciendo perfecto —trató de reconfortarlo con una sonrisa—, estás apoyando la decisión de Majo y la estás acompañando. ¿Qué más puedes hacer?

Marco suspiró y se frotó los ojos, antes de apoyar el mentón en el puño y mirarla.

—No lo sé. Tiene veinte años, quizás debería haber tratado de convencerla de que no siguiera con esto, pero... hubieras visto lo desesperada que se veía —continuó desviando los ojos al suelo y negando con la cabeza—. Tenía tanto miedo de que me enojara con ella... ¡Y mi madre! ¿Tú escuchaste lo que le dijo mi madre? ¿Qué la echó por no querer abortar? ¡¿Qué clase de madre hace eso?!

Abril asintió, comprensiva, con el corazón un poco más desbocado con cada palabra que Marco pronunciaba. No era simplemente que hubiera querido hablar de este problema con ella y no con su hermano mayor ni sus amigos; sino que Abril se sentía colmada de admiración por la clase de persona que era. En su fuero interno se reía de sí misma por haberlo creído un ser patético en el momento en que se habían conocido y su resentimiento hacia Camila creció, pues no entendía cómo se podía ser tan cruel de lastimar a una persona así que para colmo había sentido devoción por ella.

—No puedes hacer nada respecto a tu madre, no es tu responsabilidad —dijo con voz suave.

—Majo cree que mamá la odia —bufó—. Tengo que hablar con ella, tiene que disculparse.

Abril apretó los labios, pues sabía en donde terminaban ese tipo de conversaciones. Los adultos, más aún los padres, eran bastante testarudos y no solían dar el brazo a torcer. Vale había tenido infinitas discusiones con su madre y esta nunca aceptaba el error. Los padres de Javi, aunque personas de buen corazón, también eran duros como una roca, razón por la cual Juli y su marido discutían seguido.

—Me parece bien que hables con ella, sólo no te decepciones si tu mamá no cambia la postura, ¿sí? Es algo que va a ver cuando lo vea, no cuando se lo muestren.

Tras asentir con reflexiva lentitud, Marco tiró de la silla en la que ella se encontraba y las ruedas se deslizaron hasta dejarla estacionada de piernas cruzadas entre las de él. Con un suspiro profundo y cansado, recostó la cabeza sobre su falda y la abrazó por la cintura, cerrando los ojos. Abril derramó suaves caricias en su espalda pensando que aquella relación falsa era la más sana y real que había tenido jamás.

Marco se había quedado dormido en la cama, cosa que jamás le había visto hacer por la tarde, y Majo estaba en brazos de Morfeo desde hacía horas. Abril tomaba un té en silencio en el sofá con los engranajes de su cerebro trabajando sin descanso en analizar más de un frente. Se imaginó la situación de Majo y lo sola que se debía sentir como para decirle a su novio que se metiera de madrugada. Dejó la taza sobre el posavasos que Marco había dejado permanente en la mesa ratona para ella —pues siempre se olvidaba de tomarlo de la cocina— y se puso de pie. Chequeó cuánto dinero tenía en la billetera antes de salir, con la determinación de ayudar aunque fuera un poquito a ambos hermanos.

Cuando volvió los encontró sentados en la isla, sonrientes pese a un ambiente cargado a su alrededor.

—¿De dónde vienes? —preguntó Marco con la vista en la pequeña caja de pastelería que Abril apoyó sobre la mesa.

—Pues, se me ocurrió —dijo con entusiasmo desatando el moño— que en esta casa nos debemos una celebración, ¿no creen?

Terminó de abrirla para revelar un pastel pequeño sobre el que se leía Felicidades, mamá con un chupete decorativo a un costado y una bengala plateada. Mientras ambos hermanos se quedaban boquiabiertos observando el bizcocho, Abril hizo entrega a Majo de una pequeña bolsita. La muchacha la abrió con manos temblorosas y sacó de dentro un diminuto bodi en cuyo frente se leía Si mamá dice que no, mi tío dirá que sí.

Quedaron envueltos en un silencio espeluznante y Abril sintió calor al pensar que quizás había cometido un gravísimo error al tratar de hacer de ese embarazo un evento feliz. Miró a Majo, que tenía los ojos clavados en el bodi y aún no cerraba la boca, y a Marco que no podía apartar la atención del pastel.

Al cabo de unos segundos, no pudo aguantar más aquella tensión y rompió el silencio.

—¿Lo odian? ¿Quieren que tire todo? ¿Es muy inapropiado? —preguntó azorada en voz baja.

Su pseudo cuñada levantó la vista, la enfrentó con los ojos empañados y sonrió al tiempo que las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. Se puso de pie y se acercó a ella para abrazarla con fuerza. Abril, que no esperaba aquello, dirigió una mirada sorprendida a Marco, quien había relajado la postura y sonreía con la cabeza ladeada apoyada en una mano, contemplándolas.

—¡Muchas gracias! —exclamó Majo y ella sonrió a su vez, acariciándole la espalda con ternura—. ¿Nos sacamos una foto? —preguntó alejándose y limpiándose las lágrimas con las manos.

—Yo les saco una, pónganse allí con el bodi y el pastel —aplaudió Abril entusiasmada y agregó mirando a Marco:— Dame tu teléfono que tiene mejor calidad.

—Espera que me arreglo un poco la cara —saltó la futura madre felizmente, corriendo en dirección a su habitación.

Él se acercó metiendo la mano en el bolsillo para agarrar el celular y, cuando estuvo cerca de ella, se lo extendió. Abril lo tomó, pero al ver que no lo soltaba, levantó la vista para enfrentarlo. Éste le acarició la mejilla y le dio un beso suave y sentido que, aunque breve, le produjo arritmia.

—No sé qué decir... —susurró él con una sonrisa repleta de ternura.

—No hace falta que digas nada, sé que estás pensando que soy una maldita genio —le guiñó un ojo con aire jocoso.

Marco la miró sonriente durante un instante en silencio que la hizo sentir mucho más desnuda que el babydoll que Vale le había regalado y la volvió a besar.

—Gracias —se limitó a decir.

Después de sacarles un par de fotos con la bengala encendida, Abril devolvió el teléfono y procuraba buscar su taza para calentarse el té que había dejado por la mitad, pero Marco tiró de ella para posar de nuevo. La castaña lo miró alarmada, pero enseguida recuperó la compostura y sonrió para la cámara, aunque sin poder sacudirse el hecho de que ahora había un registro. Por siempre estaría abrazada a Marco en una fotografía que rememorara un evento tan importante como aquel.

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