11.

312 64 3
                                    

Abril llegó al departamento sola, pues Marco se había quedado trabajando. Se quitó los zapatos y se arrastró hasta el sillón para poner los pies ampollados en alto. No había sido un mal día y, sin embargo, le había quedado un hueco en la boca del estómago. Sabía que la contratarían y se debía a la frase de bienvenida de su entrevistador, mientras le sacudía la mano:

—¡La recomendada de Marco! Vaya, es un placer, necesitamos a más gente organizada en esta empresa, sin duda.

Lo había dicho como un comentario jocoso, pero para ella había sido un salvavidas. Su peor defecto era ser un caos caminando, cosa que su hermana siempre le había reprochado y a partir de ese momento supo que tendría que fingir naturalidad a la hora de clasificar carpetas.

Se tapó los ojos con el brazo y comenzó a llorar en silencio. Toda su vida era una mentira, pensó; vivía en un departamento que no era de ella, era novia de alguien que no era su novio y en el trabajo era una secretaria organizada y perfeccionista, nada más alejado de su naturaleza...

Se volteó hasta acomodarse en posición fetal, mucho más cómoda para llorar en medio del oscuro departamento. Marco la había ignorado durante toda la jornada y aquello había acabado por abrir aquel agujero negro sobre su estómago. Había pasado caminando con Camila a su lado y había ignorado su presencia. La pelirroja le había clavado la mirada con una media sonrisa, mientras él leía el contenido de una carpeta con máxima concentración. La había hecho sentir completamente vulnerable. No necesitaba que la protegiera, pero tampoco iba a mentir —no soportaría una nueva mentira en la lista, y para colmo, una a ella misma—, no le gustaba verse desamparada.

Se dijo, mientras corrían las lágrimas por su rostro hasta caer en el almohadón, que le habría gustado tener un novio real. Uno que pudiera abrazarla en ese momento de congoja completamente estúpida y fuera de proporción. Si Marco hubiera sido su novio real, no la habría dejado sola en todo el día, habría almorzado con ella y, por ser su primer día, habría salido del edificio con ella y le habría preguntado durante la cena cómo le había ido. Así, al menos, era como Abril había esperado que hubieran sucedio las cosas, pero se había chocado con un clásico caso de expectativa vs. realidad.

Tiró de la manta que Marco había doblado prolijamente, después de que ella la dejara hecha un embrollo sobre el sofá la noche anterior, se tapó y siguió llorando hasta dormirse.

***

Cuando llegaron a la empresa esa mañana, la tensión se sentía densa y palpable en el elevador. Sabía que Abril estaba nerviosa y no quería ponerle más presión. Según sabía, Camila no le había dicho a nadie sobre su noviazgo, así que trataría de ocultarlo lo mejor que pudiera. Después de todo, la farsa era sólo para su ex, no para todo el mundo.

—Que tengas un buen primer día —le soltó antes de que las puertas se abrieran y ella sonrió cordialmente.

Pasó junto a Milagros como si no hubiera existido, perdido en sus cavilaciones, colgó el saco y se sentó en su silla. Aquella era una aventura incierta, un juego cuyas reglas desconocía —porque, ¿qué ser humano normal se había dispuesto a jugar a algo tan infantil y estúpido que claramente saldría mal? Sólo alguien tan mal de la cabeza como él—, no había precedentes. Si llegaba a demostrar un ápice de afecto hacia la castaña, Camila la haría trizas... O eso creía, aunque se había mostrado más que indiferente la mañana anterior.

Mientras cavilaba aquello, frente a la pantalla de su computadora encendida en vano, le llegó un mensaje del correo interno de la compañía. Era Camila, lo necesitaba en su oficina para la campaña. Suspiró profundamente, quería estar en cualquier lugar menos en el trabajo. Quería estar solo, en donde nadie lo conociera y en donde su estupidez no lo persiguiera.

ImpostoresWhere stories live. Discover now