35.

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Abril jamás había sentido esa punzada de dolor, no con los anteriores. Había sido tan ingenua, se dijo, tan imbécil. Con la vista empañada, revolvió su morral para buscar las llaves y la bolsa con dos viandas envasadas se le resbaló de las manos y cayó al suelo.

Se odiaba por haberse quedado al igual que se odiaba por haberse marchado. La había invadido el pánico después de la frase nefasta de Marco: ¿Por qué me confundes ahora que estoy bien? No había podido quedarse para ver cómo acababa esa escena y en su mente sólo podía verlo acariciando a Camila de la misma forma en que la había acariciado a ella incontables veces... pero con un deseo real. Ella era falsa, se dijo. Su relación ni siquiera tenía nombre, jamás se habían profesado ningún tipo de sentimiento el uno al otro. Pero ella estaba atravesada por un amor que no había sentido jamás, como la fanática lectora de romances que era.

Abatida ante la visión del desastre de comida en el suelo y la llave sin aparecer, se recostó contra la pared y se dejó caer hasta sentarse para llorar. Sabía que no debía sacar conclusiones apresuradas, que debía preguntarle, pero no quería escuchar la respuesta. Si le decía que había estado con ella, la presión que sentía en el pecho acabaría en una explosión sanguinaria.

Suspiró y sorbió la nariz mientras se limpiaba la cara. Abrió la puerta, dejó sus cosas y se dispuso a limpiar al piso. En su mente giraban los engranajes buscando un plan de acción. Debía estar preparada en caso de que Marco le dijera que podía irse, que ya el trato quedaba disuelto, que Camila había vuelto a abrirle los brazos.

—No seas estúpida —se dijo en voz baja—, Marco no te haría eso.

Pero el gigantesco monstruo de la inseguridad ya se había adherido a ella y la acompañaba a donde fuera, tuviera el pensamiento que tuviera. Comió lo que sobrevivió a la caída dentro del contenedor y se bañó rauda. Quería estar dormida —o fingir que lo estaba al menos— cuando Marco llegara a casa. No estaba lista para cruzar palabra ni para verlo a los ojos, cuando todo lo que habitaba en su cabeza eran él y Camila en posición horizontal.

Cuando despertó, Marco estaba en la ducha, probablemente había vuelto de hacer ejercicio hacía algunos minutos. Lo escuchaba cantar animadamente bajo el agua y por un segundo sonrió, olvidando por completo lo que había pasado. La catarata de información le cayó sobre la cabeza como un piano de cola desde un piso diez. Se preguntó si era Camila la razón por la cual entonaba sus canciones preferidas tan alegremente. Quiso llorar otra vez, pero se contuvo, con la determinación de no hacer de aquello algo más grande de lo que era. Cuando había ocurrido el incidente de Milagros, Marco se lo había contado todo sin necesidad de que ella le preguntara. Estaba segura de que lo haría en ese momento también y la liberaría de dudas.

Se levantó y, mientras esperaba que él saliera para cepillarse los dientes y demás, comenzó a preparar el café tal como a él le gustaba y que ella había aprendido a hacer con maestría barista. Escuchó que el agua dejaba de correr, aunque el concierto persistía, y los pasos a su espalda, acercándose a ella.

—Buen día —dijo, besándole la mejilla y volteándose para ir a cambiarse a la habitación.

—Ya está el café —avisó con la voz débil, quebradiza, antes de encerrarse en el baño.

Mientras sorbía de su taza de té, lo observaba leer las noticias en el celular. La incertidumbre la estaba matando, necesitaba que le dijera qué había pasado, pero él se veía demasiado relajado como para que se avecinara una conversación incómoda.

—¿Qué tal te fue ayer? —le preguntó untándose una tostada de la forma más casual que podía.

Él levantó la mirada y un halo de tensión cruzó su rostro, pero enseguida desapareció dando paso a una sonrisa.

—Muy bien, adelanté muchísimo, así que podré tomarme todo el sábado y podremos ir a ver a Juli o podemos salir solos, ¿qué dices?

Abril sintió el ardor en las mejillas que siempre precedía a la angustia, pero se contuvo y le sonrió, asintiendo en silencio, pues de abrir la boca no habría podido evitar que la voz se le quebrara. Quería convencerse de que lo que fuera que hubiera ocurrido después de lo que había escuchado hubiera sido una tontería, otra maldad de Camila que Marco hubiera esquivado como siempre. Pero ella había llorado tanto, la había oído tan sincera... y a él tan vulnerable. Quizás, pensó, esa fuera la mayor maldad de la pelirroja: ilusionarlo de nuevo y volver a partirle el corazón. Una parte de Abril quería irse corriendo, ya estaba demasiado involucrada en esa relación y había una probabilidad demasiado alta de salir hecha pedazos. La otra parte quería ir y romperle la cara a la vecina del piso de abajo por atrevida, por querer derrumbar lo que habían construido ella y Marco con tanto cuidado y dedicación. Quería demostrarle que ella estaba ahí y no pensaba moverse. Pero, ¿si era Marco el que quería que se fuera?

Sabía que todo aquello no le permitiría ser un humano eficiente o simplemente funcional durante ese día, así que mientras entraban a la oficina, rogó que fuera un día ligero en el área financiera.

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