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Todos los días durante las últimas tres semanas habían sido largos y se había liberado del trabajo pasadas las ocho de la noche. Era lo que su jefe llamaba "la hora del perro" y nadie se atrevía a decirle que aquella era una frase exclusiva del sector gastronómico. Se refería a la hora de la noche más ajetreada, que en su caso eran dos meses. Dos meses infernales de miles de horas extras y pocas de sueño.

Apenas había visto a Majo, cuyo embarazo la inducía al sueño mejor que el más efectivo fármaco y la hacía desfallecer antes de que él hubiera arribado al hogar. Claro que a ella no le molestaba demasiado, tenía a Abril y a Elías, que visitaba de forma regular. Mientras tuviera el día libre, para no quedarse sola, se tomaba un taxi hasta la casa de alguna amiga o de Julia, que brindaba todo lo que su madre se negaba aún a ofrecerle a su hija. Cuando Isabel no estaba en casa, también iba a ver a Gera, quien había relajado su postura con respecto a su próximo a venir sobrino y ahora inclinaba la balanza sin pensárselo hacia Majo. Estaba encantado con la idea y le hablaba al vientre apenas abultado de su hermana.

Era inconveniente, sobre todas las cosas, que su relación con Abril hubiera decidido florecer tan cerca de su temporada más demandante en la oficina. Por un lado, le costaba concentrarse durante la cantidad de tiempo que le requerían las fechas, necesitaba tenerla cerca, aspirar el perfume de su cabello, escucharla hablar, contarle su día... Cuando llegaba por la noche, generalmente la encontraba desmayada en el sofá con un libro en el regazo y no tenía que decirle que lo esperaba para acostarse.

Tenía planes para agasajarla como ella lo había hecho luego de aquel día agotador en que había hablado con su madre. Quería que fuera romántico, quería llevarla a un parque en especial que a él siempre le había gustado y lo siguiente en su lista era decirle letra a letra lo que sentía por ella, lo que deseaba para ambos. Y, en medio de sus planes, rogaba que la castaña no respondiera con un sabotaje automático. No habían podido intimar desde el lunes y, a viernes, si se disponía a planear cómo seducirla y bañarla en protagonismo a la hora del placer, su cuerpo le pedía ignorar la parafernalia y saciar el deseo apoteósico que su calor le provocaba cada vez que se encontraba en las inmediaciones de su cuerpo.

Mientras cerraba la oficina con llave, sonrió ante la certeza de que, aunque a Abril le gustaba el romance, también sabía disfrutar de su lado más salvaje y siempre estaba dispuesta a jugar, fuera cual fuera la propuesta. Con Camila había sido diferente, siempre le había gustado ser admirada y vanagloriada, y por supuesto él lo había hecho en la medida de sus capacidades. No que fuera suficiente, nunca era suficiente.

Cuando llegó, los lugares comunes del departamento estaban vacíos y las luces apagadas. Le llamó la atención, pero no se alarmó. Los pasados días la luz del velador junto al sofá había estado encendida. Colgó su bolso y, después de una parada de aseo en el baño, comenzó a desvestirse caminando con paso cansado hacia el dormitorio. Abrió con cautela y cerró de la misma forma detrás de sí, para no despertar a una Abril que respiraba profundamente en la cama. En su lado de la cama. Una vez en su ropa de dormir, levantó la sábana en dónde ella solía acostarse y se acomodó hasta poder tomarla por la cintura. Aún dormida se estremeció frente al tacto helado de sus manos, pero no despertó. La arrastró hasta poder estrecharla y ella respondió volteándose, aunque a ojos cerrados, y enterrando la nariz en su cuello, respondiendo al abrazo.

Ella seguía dormida cuando él despertó. Miró el reloj en la mesa de luz y bufó, cansado a cuenta de los minutos que no habían transcurrido, aunque hubiera sido bastante más tarde de a la hora en que solía comenzar el día. Se levantó sin ánimo y marchó a asearse. Hacía bastante frío y el cielo estaba gris. Pensó cuánto le habría gustado no trabajar ese día, pero no podía faltar. Ni siquiera tenía energía para hacer su rutina de ejercicios esa mañana, la noche anterior lo había dejado agotado.

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