Parte 1 - The beginning

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La música pesada del ambiente le hizo doler la cabeza

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La música pesada del ambiente le hizo doler la cabeza. Necesitaba una siesta urgentemente, de lo contrario, podría tomarse muy en serio su trabajo.

El club en el que se encontraba ni siquiera mostraba un cercano asomo de cierre, y en solo un par de horas el sol saldría por el oeste, bañando con su luz toda la pecaminosa y asquerosa cuidad que le rodeaba.

Entre las mesas del enorme casino, mujeres bailaban de un lado a otro, apenas vestidas, siendo observadas por tipos depravados y asquerosos. La imagen le hizo sentir repulsión por cada uno de ellos. Odiaba esa vida, y si no fuera por la exitosa y elevada cantidad de dinero que recibía con cada trabajo, no estaría poniendo la cara en tan desagradable estancia.

Se movió con tranquilidad, ocultando con disimulo el fastidio que le provocaba el desorden en el ambiente a su alrededor. —Pero mira quién viene, jodido matador Kento.

El rubio cenizo fruncido el ceño, rodando los ojos oscuros bajo las singulares gafas de marco delgado, sintiendo real asco por todos ellos.

—Escuche que el jefe me llamó —murmuró de forma directa, tal cómo solía hablar con todos sus "compañeros" de trabajo.

Uno de los tipos en la mesa sonrió de forma enferma, elevando su vaso de cristal lleno de un dudoso líquido marrón claro. Era, posiblemente, algún whiskey muy pesado.

—El jefe no esta aquí, se encuentra en las oficinas inferiores.

Nanami asintió. Era un hecho, pero siendo siendo sincero la idea de bajar le hizo sentir el doble de enfermo. Por obvias razones el Capo no estaría ahí, entre el desorden común, entre la casta más inferior de todo su imperio. —¿Puede alguien decirle que ya llegué, o tendré que arriesgar mi trasero solo apareciendo allá abajo?

Ésta vez otro tipo se levantó de la mesa, alzando sus manos en una clara señal de que estaba totalmente alcoholizado, y para colmos, alterado.—No somos sus secretarias, mueve el culo por tu propia cuenta.

Nanami apretó la mandíbula, maldiciendo en silencio. Comenzó a mover sus pies en dirección a los pasillos del club, aflojando su corbata negra con cada movimiento, con cada paso. Estaba cansado, no tenía energía después de perseguir a un par de matones que debían mercancía desde hacía varios meses.

Por lo general la Nadretta daba bastante tiempo para pagar las deudas, pero cuándo el tiempo se acababa, simplemente quedaba resignarse. La muerte llegaría de todas formas, no había forma de escaparse, al menos no de su persona. 

Caminó por los oscuros pasillos superiores, llegando a un silencioso ascensor custodiado por un hombre alto y una hermosa mujer corpulenta. La chica le dedicó una sonrisa silenciosa, reconociéndolo de inmediato, a lo que Nanami simplemente inclinó la cabeza, de forma caballerosa y reservada.

La permitieron pasar sin preguntas, ya que le reconocían cómo el arma mortal del jefe, el sicario más temido de toda la mafia europea, o bueno, sin exagerar, tal vez uno de los más enigmáticos e insensibles de todo el continente.

Las puertas se cerraron a su espalda, y para cuándo dio un giro sobre sí mismo, se percató de su imagen reflejada en los limpios espejos de la puerta metálica. Odiaba los ascensores con espejos, o en general cada espejo. No podía evitar mirarse y encontrarse con todos sus defectos, con su cabello rebelde, su nariz perfilada y sus prominentes rasgos, así que por lo general simplemente apartaba la mirada, posándola en el techo del ascensor, y procurando respirar muy lentamente.

Cuándo el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, sus negruzcos ojos fueron hacia las extensas y lujosas mesas en el interior del lugar. Eran unas oficinas perfectamente remodeladas y elegantes, a donde solo asistían los socios más cercanos del jefe.

Aquella sólo era una de las muchas cuevas en las que se movía el adinerado mafioso bajo el que trabajaba.

Rodeo cada mesa, con disimulo en su andar. Algunos peces gordos apostaban en silencio, bebiendo y ordenando botellas de licores finos y costosos, ostentando del dinero sucio que poseían, nada muy diferente a lo que él tenia, en realidad. 

Al final de la enorme habitación se encontraba su jefe, un hombre de edad mediana y apariencia lobuna. Tenía el cabello totalmente blanco, pero sus ojos eran una rareza profunda y exótica, ya que uno de sus ojos era oscuro, y el otro de un azulado intenso, casi eléctrico como los de su hijo, Satoru.

Los ojos del hombre se iluminaron al caer sobre Nanami. —Nanami, te estuve esperando —la sonrisa en el rostro del viejo hizo que el rubio apretara los labios, incapaz de devolverle el gesto.

—¿Qué debo de hacer esta vez? —fue directo, totalmente serio en sus trabajos. Solo esperaba juntar la cantidad de dinero suficiente para dejar aquella vida. Pronto cumpliría una edad adecuada para comenzar a vivir de una forma pacífica y tranquila. 

—¿No estas cansado? Luces agotado —continuó el viejo, sonriéndole con un cigarrillo entre los labios un tanto agrietados.

Nanami odiaba el olor a cigarro, detestaba fumar porque le recordaba muchas cosas, pero de vez en cuándo no podía evitar aceptar uno que otro, principalmente en sus días de frustración.

Negó, sintiendo sus piernas cansadas por todo el movimiento del día y el esfuerzo de las persecuciones, optando una posición más cómoda para soportar todo el peso de su cuerpo sobre una sola pierna. Se veía terriblemente atractivo de aquella forma tan... inconsecuente. —¿Cuál es la misión?

El viejo asintió, dando por entendido que su fiel trabajador no quería irse más por las ramas. —El objetivo será fácil esta vez —soltó, levantándose del escritorio y tomando una carpeta blanca del interior de una de las gavetas de su escritorio, tendiéndosela a Nanami para que la tomase—. Simplemente debes de seguir las indicaciones en el informe que han recopilado los agentes.

Nanami abrió la misma, leyendo rápidamente todos los documentos perfectamente ordenados que habían documentado los oficiales que colaboraban para la mafia en sus puestos públicos. 

Su ceño se entre frunció más, si es que aquello era posible. —¿Secuestro? ¿Una chica con influencia para la Nadretta? Sr. Gojo, soy su Enforcer, el sicario de la Nadretta, yo no hago de niñera.

El viejo soltó una corta risa carente de humor ante el tono frívolo y molesto de Nanami. Sus ojos desiguales se oscurecieron, volviendo a su verdadera naturaleza; El capo de toda una organización mafiosa.

—Mira Kento, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando —Nanami no se inmutó ante el tono claramente amenazante del viejo, pero sintió el peso del insulto a sus habilidades. Tener que hablar con las víctimas y deudores siempre le molestaba en grande—. La suma de dinero por este trabajo será el triple de lo habitual, creo que esto te beneficia.

Era mucho dinero, y el rubio lo sabía. Lo necesitaba, aunque fuese de aquella forma, aunque arruinase la vida de alguien inocente que hasta cierto punto no merecía nada de aquello. 

En todo el tiempo que había trabajado para el Sr. Gojo, nunca tuvo que secuestrar a nadie, sólo apuntarlos desde lejos con un arma de francotirador, llevarlos hasta un callejón para hundir una navaja en sus cuellos, o dejar pequeños rastros de venenos mortales en sus bebidas y cocteles alcohólicos.

Secuestrar a alguien le parecía... Complicado.

Tomó un suspiro largo, y cerrando con fuerza la carpeta, murmuró: —¿Cuál es el nombre de la chica que debo de secuestrar?

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang