Parte 19

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Tu beso fue brusco, exigente y voraz

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Tu beso fue brusco, exigente y voraz. Realmente no te sentías cómo una besadora experta, pero Nanami lograba encender rincones oscuros y profundos que nunca creíste tener.

La sonrisa en sus labios fue extraña, pero cuándo te apartaste levemente para verle a los ojos, te encontraste con aquel extraño brillo peligroso, encendido y profundo que habitaba en su mirada negruzca.

Nuevamente se refugió en el interior de tu garganta, besándote levemente, y luego simplemente mordiendo una parte de tu cuello con suavidad. Aquel acto te derritió, soltando un pequeño gemido en su oído.

Nanami te tomó de las costillas y te recostó sobre el largo del sillón con rapidez. Sus manos expertas se movieron por sobre tu cabeza, sacando tu camisa en un movimiento rápido, aún entre tus piernas. Sus dedos jugaron con el borde de tu sostén, dedicándote una que otra mirada rápida.

No quisiste quedarte atrás, así que con algo de valentía nuevamente, colaste tus manos por el interior de su camisa verdosa, no sin antes jalarla lo suficiente para que saliera del interior de sus pantalones.

Su piel estaba tibia, en realidad casi caliente.

La dureza de sus músculos, bajo tus dedos, se sintió genial, y cuándo tus yemas se acercaron a sus músculos pélvicos, el rubio no pudo evitar soltar un tipo de gruñido bajo.

—¿Quieres tocarme?

Asentiste, pero el ruido de un celular corto el momento.

La mirada oscura de Nanami cambio de repente, y de un salto se incorporó de nuevo, totalmente recompuesto, a excepción del bulto en su pantalón.

Tomo el celular entre sus manos, y dedicándote una mirada rápida, se llevo el mismo hasta su oreja.

—Sr. Gojo.

Su tono fue monótono, seco.

Aquello no te sorprendió, pero de alguna forma te sentiste extraña al ver lo mucho que parecía poder cambiar de un pronto a otro.

El rubio dio un par de pasos por la estancia, escuchando atentamente en silencio lo que fuera que estaba diciendo la otra persona en la línea.

"Es el viejo peliblanco" pensaste propiamente, sentándote de nuevo sobre el sofá, tomando la camisa del suelo y poniendotela en su lugar.

La vergüenza baño tus facciones pero la ignoraste con un sutil parpadeo rápido.

Nanami se giró lentamente hacía ti, y la mirada en sus ojos fue totalmente diferente a todo lo que habías conocido de su parte.

Lastima.

Lastima de parte de él...

—Bien, lo haré.

Su mano bajo, e instintivamente su dedo pulgar fue al botón de colgar. Soltó un suspiro largo, y dedicándote una corta mirada se acerco de nuevo hasta ti.

Estaba actuando bastante extraño.

—¿Qué sucede? —la pregunta brotó de tus labios cómo una brisa de verano; sutil.

—Mañana, ahora es algo tarde, mejor ve a dormir.

Dio una serie de pasos hacía atrás, un gesto confiado, y luego simplemente camino hacía la cocina. No era un problema que la casa fuera ridículamente pequeña y al mismo tiempo mínimamente privada.

No habían divisiones, así que aún desde la sala podías verle bien.

Frunciste el ceño, poco convencida por sus palabras.

—No tengo sueño.

El rubio pareció ignorarte al principio, pero aquello se debía a que estaba bebiendo un vaso de agua, posiblemente intentando bajar el calor en su interior.

—No es mi problema —soltó al mismo tiempo que dejaba el vaso sobre el fregadero.

Te levantaste y caminaste hacía él con toda seguridad. Tus pies te estaban traicionando, acercándote a la cueva del lobo sin ninguna compasión —Dímelo, ¿tiene que ver algo con mi familia?

Sus ojos se desviaron, ignorándote.

Tus manos sobre el alféizar que formaba el comedor se movían nerviosas, pensando en todas las posibilidades de ver a tu padre y hermana de nuevo.

—Es posible.

Su mirada siguió atascada en el vacío, incapaz de mirarte.

Rodeaste levemente el comedor para enfrentarte a él directamente —¿Dónde están? El capo de la Nadretta no les ha hecho nada, ¿verdad?

—No es información de la que disponga, realmente.

Por fin su mirada fue a ti, seca y cortante. Estabas a un paso de acostumbrarte a sus extraños cambios de humor, sino fuera porque tú también estabas tocando un borde.

Estabas preocupada, aquello no era algo a lo que alguien pudiese adaptarse después de un tiempo, ni siquiera después de cometer un desliz cómo... Acostarte con tu secuestrador.

—No, por supuesto, éstas más enfocado en coger que en darme noticias necesarias de mi familia.

Posiblemente fue una mala idea decir aquello.

De forma no literal, una gota había desbordado el vaso, y ahora ambos tendrían que lidiar con la pila de cristales en el suelo.

—¿Disculpa? ¿Quién fue la que me miró descaramente cuándo se supone debes de dar algo privacidad? ¿Quién fue la que me tomó de la muñeca y me dijo que no podía más? —claramente estaba haciendo una referencia a no poder contener el deseo contenido, y aunque no sonaba cómo algo grave, su tono gélido y grosero fue suficiente para hacerte sacar las garras cómo no lo habías hecho con anterioridad—. No te confundas, yo no soy el que está teniendo una lucha interna sobre que aceptar y que no. Reconozco claramente que esto sólo es follar.

Follar.

El pinchazo en tu pecho iba más allá de darle la razón a sus palabras, posiblemente iba al hecho de que reconocías haberte fallado a ti misma.

"Estoy enferma. Estoy loca" susurraste en tu consciencia. No había otra explicación mejor que aquella.

Cerraste los ojos y contuviste la sensación de ardor en los mismos.

No ibas a llorar frente a él.

Le diste la espalda, y soltaste un suspiro silencioso, un tipo de sollozo veegonzoso. —Te odio.

De hecho... No del todo. Odiabas que fuera el principal causante de toda tus pesadillas, también odiabas que te hubiese hecho ser débil, pero al mismo tiempo... Habían cosas que no podías evitar querer de su parte.

Cosas físicas, humanas, principalmente.

Diste un par de pasos en dirección a tu habitación, pero su imponente voz te detuvo. —No es la primera vez que me lo dices.

Te giraste levemente para mirarle, con los ojos enrojecidos y la voz medianamente temblorosa —¿Que?

Nanami se descruzo de brazos, y despegó su cadera del alféizar de la cocina. Dio una serie de pasos hacía ti, y sin preverlo te tomó con fuerza de la barbilla, obligándote a mirarlo a los ojos.

Estaba siendo cruel, injusto.

Su mirada parecía complacida de verte al borde de las crueles lágrimas que amenazaban con brotar de tus ojos en cualquier momento.

Su boca se inclinó un poco sobre ti, y con un susurro lento y plácido soltó;

—Daikirai.

Su pronunciación fue excelente, tal cómo la de un nativo. Sonaba igual que tu madre.

—Tú...

—He jugado contigo todo este tiempo, cariño.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat