Parte 15

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Estaba oscuro, el frío de la noche cubría todo el espacio de la habitación, y la única cosa diferente era la mano sobre tu cadera

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Estaba oscuro, el frío de la noche cubría todo el espacio de la habitación, y la única cosa diferente era la mano sobre tu cadera. Aquello te hizo moverte sobre tu espalda, haciendo que la persona que estuviera detrás de ti, quedara esta vez sobre tu persona.

Este se quedó quieto sobre sobre tu cuerpo, buscando tus ojos. Una respiración cálida acaricio tu nariz, y luego sentiste el sabor dulzón de un beso presionado contra tu boca, y luego sobre tu clavícula.

Una sonrisa oscura floreció en su rostro, pero ésta vez, lejos de asustarte, solo pareció atraerte. No estabas segura de que era tan gracioso. Estabas a punto de preguntarle que pasaba, cuándo pasó su lengua sobre tu piel, hasta el oleaje de tu pecho.

Te quedaste de piedra, quieta cómo un ciervo escondido de un cazador.

—Relájate.

Las ásperas yemas de sus dedos se deslizaron debajo de tu camisa, sobre tu vientre, empujando hacía arriba la misma. Antes de que pudieses sentirte avergonzada, tus ojos se abrieron ante el sonido de un golpe seco contra una puerta.

No. Podía. Ser.

Te sentaste sobre la cama y tomaste tu cabeza entre tus manos.

Estabas loca, totalmente afectada.

Después de todo, en el sueño no habías podido observar rasgos precisos, pero de alguna forma estabas convencida que el hombre sobre tu cuerpo no era nada más y nada menos que el rubio que te mantenía presa.

Moviste tus piernas fuera de la cama, y la habitual humedad en aquella zona te sorprendió. No esperabas llegar a aquel punto, no al extremo de sentir tanta sensibilidad en ti.

Tomaste una toalla y caminaste al baño. Aún te encontrabas un poco adormilada, intentando digerir el lascivo sueño que habías tenido.

La puerta cedió fácilmente ante tu mano, pero la imagen al otro lado del cristal de la ducha no logró ceder ante tus pensamientos.

Tragaste el nudo en tu garganta, cuando un par de ojos oscuros se giraron hacía la salida, sorprendidos.

Tenía mechones rubios, ahora castaños por la humedad, cayéndole sobre la frente. Los brazos se movían sobre su pecho y pectorales, y su espalda se tensaba ante cada movimiento.

Tus ojos fueron más abajo de forma totalmente involuntaria.

Miraras por donde miraras, habían músculos, pero no de una forma exagerada, aunque si había que admitir el tan buen estado en el que estaba su imagen física.

No parecía afectado por tu escrutinio, simplemente abrió la puerta de la ducha, tomó una toalla, y se la llevo a la cintura. Los músculos de su vientre estaban muy marcados, más de lo humanamente posible, tal vez.

Sus codos se doblaron hacía atrás para acomodar la toalla a su cintura, y entonces pudiste apreciar una enorme cicatriz que iba desde bajo sus costillas, hasta la parte en donde iniciaba su cadera.

Él no se muestro cohibido, de hecho, parecía desinteresado, así que pasó a tu lado como si nada, pero justo antes de salir, tu mano involuntariamente aprisionó su muñeca.

Ni siquiera sabes que demonios hacer ahora, no puedes ser sincera y decirle todo lo que sientes, a un nivel físico, claro. Es como tener un maldito huevo en la garganta.

—Yo...

Su fuerza bruta vuelve una vez más, y como un profesional gira el agarre, siendo él está vez quién te aprisiona corporalmente, presionando tu pecho contra la puerta del baño, y su endurecido pecho contra tu espalda.

Su cuerpo huele a limpio, a gel de baño y a shampoo de lavanda. También esta fresco, pero sin dejar esa sensación cálida y frígida.

—¿Qué sucede esta vez?

—No... no puedo m-más.

Tu voz es un susurro afectado, cierras tus ojos con vergüenza, sintiendo el calor desenvolverse en tu interior.

—¿Qué no puedes más?

Estrujas tus dientes de forma molesta, mirándole sobre tu hombro. Mueves tu trasero hacía la parte delantera de su toalla, y entonces sus facciones sutilmente desinteresadas y malhumoradas cambian a unas más salvajes, a unas más avaras.

Ahora mirando su expresión hambrienta, y recientemente su enorme cicatriz, no puedes esperar que tenga consideración. No es alguien que se preocupe por las emociones de los demás, o eso a intentando mostrarte desde el inicio.

Una de sus manos se cuela bajo la cálida tela de su blusa, y esta vez sonríes de forma estúpida, porque no es un sueño, sino la jodida realidad.

—¿Por qué demonios sonríes? —pregunta con dificultad, mirándote sobre tu hombro.

Rápidamente escondes tus facciones de él, jadeando al sentir como las ásperas yemas de sus largos dedos friccionan en uno de tus pezones.

—Solo cierra la boca —sueltas buscando sus ojos para mirarle a la cara. Sus rostros quedan directamente, y él sólo sonríe sutilmente, acercándose para morder uno de tus labios, separándose rápidamente otra vez.

—Yo no sigo ordenes de nadie —sus manos te sueltan, y temes que vuelva a desaparecer, pero su rostro esta vez es una cosa totalmente diferente—. A fuera.

Tus piernas tiemblan, y él parece verlo, así que se acerca para alzarte en brazos. Con una nueva oleada de nervios sacudiendo tu interior, le rodeas con tus brazos, juntando tu pecho con el suyo.

Sus pasos son rápidos, y de pronto sientes la suavidad de una cama bajo tu cuerpo. Esta no es la habitación en la que últimamente habías estado durmiendo, sino la otra, en la que él descansa, a pesar de que nunca le has visto dormir.

En una esquina de la misma, sobre una cómoda muy monótona, descansa su ropa doblaba, y eso solo te hace concientizarte de algo una vez más; Bajo la toalla, esta completamente desnudo.

Él cierra la puerta, y avanza hacía ti sin darte oportunidad de retroceder. De repente esta sobre ti, envolviéndote con uno de sus fuertes brazos, sujetando tu cintura y tirando de su cuerpo contra el suyo.

Su boca baja hacía tu oído, y por primera vez en todo lo que llevabas de conocerle, pudiste ver una parte de él que nunca antes habías experimentado.

—Es demasiado tarde para que ambos cambiemos de opinión.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Where stories live. Discover now