Parte 10

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—¿A dónde vamos?

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—¿A dónde vamos?

Tu pregunta es silenciada por el golpe de los zapatos contra el suelo. Tu andar es rápido y elegante, aún con aquellos zapatos de plataforma alta.

La mandíbula del rubio se tensa, en una clara señal de que su mal humor ha vuelto. —Vamos con la persona que lidera todo esto.

—¿El viejo peliblanco?

Nanami cierra los ojos con fuerza, sin detener su andar. —Por Dios, ni se te ocurra soltar un comentario de esa clase delante de las personas ahí abajo.

—¿Por qué?

—No quiero que me ordenen poner una bala entre tus cejas.

—¿Y lo harás?

—Por supuesto, si me lo ordenan lo hare.

Tu andar disminuye considerablemente, quedándote atrás por mucho. Sientes tu respiración irregular de nuevo, los nervios sofocar tu interior.

El varón parece notarlo de inmediato, y sin mucha paciencia solo vuelve hacia a ti y te toma de las muñecas con fuerza, jalándote en un gesto de que te muevas a la velocidad de sus pasos.

Tus ojos viajan a sus dedos, a la forma en la que aprietan tu piel, y la dejan levemente marcada.

Quieres decirle que su agarre te duele, pero, simplemente no puedes.

Ambos comienzan a descender por una serie de escaleras, y poco después se ven rodeados de una estancia menos iluminada y de apariencia monótona. Sigue pareciendo lujosa, solo que menos brillante.

Dos personas descansan al final del pasillo oscuro, simplemente vistiendo de negro.

Nanami se acerca a ambos, no sin antes hacerles una señal de espacio con la mano. Los voluptuosos tipos, aunque no tanto como Nanami, abren la puerta, corriéndose de la entrada levemente.

La puerta se abre, y la intensa luz del interior golpea tus ojos.

Toda la luz que hace falta afuera, esta aquí, cegándote.

Cuándo tu mirada se recompone, el agarre del rubio desaparece, y solo quedan las marcas de sus dedos sobre tu piel. Frotas tu muñeca, sin apartar tu mirada de la misma.

Tus ojos se elevan, encontrándose con la escalofriante mirada del viejo que momentos atrás estaba hablando delante de todos los presentes.

No dices nada, tu lengua es incapaz de moverse. Tu mente está a mil, y tu cuerpo se obliga a si mismo a no temblar.

—¿No me reconoces?

—¿Disculpe? ¿Debería de hacerlo?

—Tenías razón, da la pinta de ser rebelde —suelta el viejo, dedicándole una mirada rápida al rubio—. pero al mismo tiempo parece ser muy asustadiza.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Where stories live. Discover now