Parte 56

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Bajo tu piel.

Estiras tu cuerpo sobre la alfombra que has extendido de una esquina de tu habitación. Estirar un poco antes de salir de la habitación te ayuda a pensar mejor, y a cuidar de tu cuerpo junto con el del bebé. Aria y Lilly están profundamente dormidas en su propio futón cada una, y no es para menos, aún es muy temprano, ya que apenas comienzan a colarse los primeros rayos de sol de la mañana.

Terminas con tu estiramiento matutino, y decides salir en busca de algo para desayunar, tal vez una porción pequeña de fruta. Se ha vuelto una rutina, un desayuno liviano y cálido junto a tu abuelo, que generalmente siempre despierta aún más temprano que tu persona.

Tus pasos reducen su velocidad cuándo escuchas una voz conocida en el interior del salón principal de la casona, parece ser de la risa suave de Suguru. Con una pequeña sonrisa en tu rostro cruzas la puerta de entrada, y la risa de Suguru y de tu abuelo resuenan en tus oídos, pero se torna lejana cuándo un tercer rostro aparece en la instancia.

Esta sentado en una esquina, sobre un pequeño banco de madera oscura con respaldar. Su mano sostiene una taza blanca de café, y sus ojos lucen libres de aquellas gafas oscuras que le viste usar por última vez. Él esta ahí.

Silencioso, reservado, imponente, y... Vivo. Milagrosamente vivo. 

—Tú... —intentas decir, pero tu abuelo te interrumpe amablemente.

—Te estábamos esperando.

El cuerpo de Nanami se tensa evidentemente al escuchar tu voz, pero no se gira para mirarte, ni siquiera un poco. Sus ojos oscuros siguen centrados en tu taza de café, fijos en un punto vacío, fijos en sus propios pensamientos.

Suguru se acerca para tomar tu mano y besarla, en acto de respeto. Sus ojos te buscan, impresionados por tu prominente vientre, pero no menciona nada, posiblemente entendiendo de inmediato que Nanami no lo sabe, y que lo sabrá una vez que se digne a mirarte. No te pierdes del gesto, pero estás demasiado impresionada para siquiera procesarlo, agradecerlo o apartar tu mano. Tus ojos van de tu abuelo a Nanami, y viceversa.

Los ojos de Nanami se niegan a verte, cómo si buscaran ignorar a toda costa tu presencia, pero estas ahí, no hay escapatoria, él no puede simplemente irse sin enfrentarse. 

Irse... 

—Nanami... —susurras lentamente, como si de pronto todas esas lágrimas no hubieran significado nada, o tal vez sí, como si hubieran significado el intenso amor que sientes por él, y la forma en la que nunca dejarás de quererle. Tu voz es débil, un hilo de voz demasiado sútil, demasiado cansado por la espera, el dolor y la tristeza.

—T/N —susurra él con tono serio, alzando sus ojos para verte, pero todo en él cambia cuando nota el contorno redondeado de tu vientre, la camisa blanca demasiado abultada en esa zona, y todo tu cuerpo que ha cambiado con el pasar de los meses. Sus cejas se fruncen, y su boca se entreabre sútilmente.

No le dejas pensar lo suficiente, te acercas a él, buscando abrazarlo. Tus brazos rodean su cuerpo, y lo atraen hasta tu pecho, aprovechando la clara diferencia de tamaños ahora que él esta sentado y tú de pie. El olor de su piel, la suavidad de su cabello rubio un poco más largo de lo normal, su respiración irregular, y el latido desembocado de su corazón, haciendo contraste con el tuyo.

Nanami esta ahí, esta bien, esta vivo.

—Pensé que estabas muerto, pensé que no podría verte nunca más —susurras en su oído, sintiendo como las lágrimas luchan por salir de tus ojos. Sientes sus fuertes manos en tu espalda, cómo su cuerpo se destensa bajo tu toque, y como su rostro se refugia en la curvatura de tu cuello. La calidez que emana es adictiva, es necesaria para ti. Te hace sentir segura, completa.

Bajo tu Piel | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora