El comienzo

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"Adiós", se despidió la chica de su lugar de trabajo, el último trabajador se encargaba de guardar las máquinas de tatuar en sus respectivos lugares. Hoy había sido el día de paga de Lyla, quien trabajaba limpiando y administrando las agujas de aquella tienda de tatuajes. Su trabajo no era la gran cosa, pero donde tenía oportunidad de ganar dinero era la gran cosa para ella. Había tomado sus pertenencias antes de salir, miraba los letreros de las calles de Tokyo para practicar su japonés mientras caminaba tranquilamente. 

Tendría que ir mañana a primera hora a comprar las inyecciones de insulina para su padre. Tenía que guardar el dinero sí o sí, de otra forma pasaría lo que ya pasó aquella vez que perdió su dinero... 

El cielo empezaba a mezclarse de distintos colores, naranja, gris, rojo. Apresuró su paso para ir a su casa, odiaba la idea de ver el rostro de su padre que por años la hizo pasar por las peores calamidades. Pero él era la única persona que tenía su custodia. ¿Qué estaría pagando? 

"Oye, tú", una voz ronca y desagradable la sacó de sus horribles pensamientos y maldiciones. Detrás suya habían dos chicos más altos que ella. Algo tenía claro y es que tendría que pelear, justo el maldito Universo envió dos asaltantes a Lyla cuando había cobrado su salario mensual. Echó a correr con todas sus fuerzas a pesar de estar cansada por su largo día, estudiar y trabajar era una combinación tenebrosa. "¡Alcánzala!", gritó uno de los asaltantes.

En estadística ella estaba en desventaja, no desconfiaba de sus habilidades así que si tenía que pelear contra dos imbéciles lo haría gustosamente; pero había un gran factor que le impedía querer patearles el trasero: el dinero. Si su padre no recibía su dosis de insulina iba a empeorar y si lo dejaba morir se quedaría sin lugar de estadía. Miró sobre su hombro, los chicos se habían ido. Había terminado escondiéndose en un tipo de plaza, se sentó en una de las bancas que habían recuperando su aliento. 

"Ahí estás, zorra", habló de nuevo uno de los imbéciles. También recuperaban el aliento, habían estado siguiéndola desde lejos. La suerte le estaba comenzando a fallar, aseguró su mochila junto a ella lo cual fue un acto sospechoso para los asaltantes, era evidente que llevaba algo de valor dentro. 

"La zorra será tu madre", Lyla devolvió el insulto sin rodeos ni miedo. Su boca era algo incontrolable si la ofendían, sabía que se rebajaba al responder de vuelta pero disfrutaba someterse a los insultos. Se levantó de su asiento y caminó lentamente, dos pares de ojos la miraban con enojo, uno trataba de rodearla mientras el otro cogía un palo de madera del piso. Estaba un poco jodida.

El chico del palo corrió hacia ella, rápidamente tomó el palo antes de que este la golpeara y golpeó el estómago del tipo con su rodilla. Lo siguió pateando a pesar de que estuviese en el suelo. El otro sujeto miraba con terror la escena frente sus ojos. 

"Retuércete como gusano", la voz de Lyla imponía poder y obligación. Lo pisaba como si fuese un insecto moribundo el cual se retorcía agonizante. "Vamos, te toca", dirigió su palabra al asaltante sobrante, estaba jadeando en cansancio, pues llevar sus libros del colegio mientras corría y peleaba era muy tedioso. El chico sacó una pistola en un movimiento rápido, no dudó en dispararle en la cabeza a la chica. Su frente ardía y escurría un camino de sangre hasta su barbilla. 

El infeliz llevaba encima una pistola de aire comprimido y su bala no era de goma, era de metal duro y frío. La bala cayó en el suelo junto con la chica, el impacto la desestabilizó y su orgullo la hizo bajar la guardia. Intentó levantarse pero recibió otro disparo en su pierna, ella gimió del dolor y no le quedó de otra más que apoyar ambas manos en el sucio piso. 

"Vamos, retuércete tú", espetó con burla, le había pagado a Lyla con su misma moneda, fue algo que ella reconoció como humillante. Cerró sus ojos sintiendo el ardor en ambas heridas, trataba de detener el paso de la sangre que salía de su pierna. El muy imbécil dejaría a su compañero abandonado y se llevaría el dinero. Tomó el tobillo de aquel idiota que tenía su mochila, apretó su agarre como si algo fuese a cambiar. "Tienes agallas, niña. Pero lamento tener que golpear a una chica tan bonita", dicho lo dicho empezó a golpearla sin piedad. 

𝓛𝓪 𝓱𝓲𝓬𝓲𝓼𝓽𝓮 𝓫𝓻𝓲𝓵𝓵𝓪𝓻Where stories live. Discover now