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El caos que había dentro de aquel avión era indescriptible. Muchos países caminando y corriendo de aquí para allá, otros gritando y hablando muy alto. A eso había que sumarle los ladridos de Blondi y los interminables maullidos de los gatos que algunos tenían.

—Tranquilo, Dinamarca—habló Canadá, acariciándole el cabello con suavidad, mientras lo abrazaba para que el danés se calmase. Lo estaba pasando tremendamente mal con tanto ruido y tanta gente a su alrededor. 

El canadiense quiso darle sus auriculares para que Dinamarca se pusiese a escuchar música, pero se dio cuenta de que los había dejado dentro de su maleta, junto con algunos libros que había llevado también.

Se preguntó, desesperado, qué hacer. El danés se estaba agobiando mucho. Mil veces más que en la playa. Había tratado de pedirle hacía un rato a los países que armaban escándalo que dejasen de hacerlo para que el pobre Dinamarca se calmase, pero eran muchos los que hacían ruido y no dejaban de moverse, y era difícil caminar hasta todos. 

Así que no tuvo más remedio que cantarle al oído para que escuchase algo aparte de gritos. Estaba seguro de que eso conseguiría calmar al danés aunque fuese un poco. Se acercó a Dinamarca, que estaba hecho un ovillo en su asiento, con las manos en las orejas y llorando. Odiaba los aviones. Odiaba a la gente.

Segundos después de que el canadiense empezase a cantarle al oído, Dinamarca le apartó de un empujón de allí, molesto y rabioso. 

Canadá no se atrevió a acercarse de nuevo a él, aunque sí se atrevió a agarrarle con fuerza de una de sus manos. Soltó un chillido cuando vio que el danés comenzaba a rascarse la nuca con fuerza.

—¡No, Dinamarca, para!—a pesar de que sabía que no debía gritar para no empeorar su estado, no pudo evitar decirlo en un tono de voz alto. Quitó la mano del danés de donde estaba y le inspeccionó la nuca. Una herida nueva con sangre.

Suspiró, con paciencia, y se levantó de su asiento. Le pidió a Dinamarca que esperase un poco, que iba a al baño, y éste no respondió. 

Salió corriendo hacia el baño del avión, apartando con empujones a todos aquellos que le bloqueaban el paso. Llegó hasta los aseos y agarró una larga tira de papel higiénico. Salió corriendo del baño, y llegó hasta su asiento en un tiempo récord. 

Fue entonces cuando se dio cuenta de que Dinamarca volvía a rascarse con fuerza la nuca. 

—¡Dinamarca!—Regañó el canadiense, arrodillándose frente a él. Apartó la mano de Dinamarca otra vez de donde se encontraba. Le miró a los ojos, agarrándole con fuerza de una de sus manos. Le lanzó una mirada severa.—Dinamarca, esto es serio. Si no dejas de hacer eso tendrás problemas importantes, ¿Queda claro? O sea que no quiero volver a verte rascarte la nuca.

El danés, asintió, llorando. Después, Canadá se levantó y le dio un abrazo, justo antes de sentarse de nuevo en su sitio, al lado del europeo.

. . . 

—Míralos—protestó Italia Fascista, señalando con la cabeza a su hijo y a España jugando con una consola antigua, emocionados como si fuesen niños pequeños. Se cruzó de brazos y frunció el ceño.—Veintidós años y jugando con una Nintendo.

—Bueno, el mío todavía duerme con un peluche—dijo Third Reich, buscando a Alemania con la mirada. No lo encontró, así que volvió a mirar a sus dos aliados. 

—Japón es la más normal de todos.—Habló Imperio Japonés, con orgullo, Third Reich soltó una risa.

—Tan normal que es medio humana y medio gata y suelta maullidos cuando le apetece.—Hizo una breve pausa, e Italia Fascista soltó una risa.—Además, su fuese normal, la hubiesen dejado pasar sin problema al avión. 

Imperio Japonés les dirigió una mirada asesina, molesto y ofendido.

—Bueno, al menos mi pequeña Japón no es la novia del hijo de URSS ni la de un español adicto a la paella.—Respondió, indignado. Italia Fascista acabó por cortar su risa y mirar a su pareja con una mirada asesina, aunque se quedó callado.

—¿Cuánto queda de viaje?—Le preguntó Third Reich a Finlandia, que se hallaba en el asiento de atrás. El finlandés se encogió de hombros, sin decir nada, y continuó mirando por la ventanilla, mientras Suecia no dejaba de decirle cosas. El alemán se dio la vuelta.

—Buff... Me aburro—protestó, con cara de querer morirse. 

—¿Por qué no vas con URSS y te besas con él como aquella noche en el parque?—Preguntó Italia Fascista, con una sonrisa burlona. Third Reich se sonrojó y se estremeció al recordar aquella noche.

—¿Por qué no haces tú eso con tu estúpida parejita?—Le soltó el alemán, de mal humor, mirando hacia otro lado. Pudo observar de reojo cómo Italia Fascista miraba con una sonrisa a Imperio Japonés y se acercaba a él.

—Ni se te ocurra, Italia. Aquí no—habló el japonés, viendo las intenciones de su pareja. Éste volvió a sentarse en su asiento, con una protesta, y sin sonreír. 

. . . 

—Como me saques un +4 corto contigo—amenazó Alemania, observando las oscuras intenciones con las que Rusia observaba sus cartas del UNO. El ruso sonrió con malicia y soltó una risa.

Entonces, el soviético dejó su carta sobre su regazo. Era una de +4. 

Alemania retahíla de palabrotas justo antes de agarrar cuatro cartas al azar del montón, con el ceño fruncido y brusquedad. Dejó sobre su regazo una carta al azar. 

El hecho de que Rusia soltase una risa sólo enfadó todavía más a Alemania, pero de todos modos, el alemán se quedó callado, esperando para ver con qué carta aparecía Rusia ahora. El ruso se quedó callado algunos segundos, pensando en qué hacer. Alemania comenzó a asustarse y a enfadarse nada más ver la sonrisa malvada de su pareja. 

Rusia dejó sobre su regazo otra carta de +4.

Alemania gritó, frustrado, y comenzó a lanzarle maldiciones en alemán, mientras le tiraba su baraja de cartas al pecho. Luego volvió a mirar al frente.

Rusia tan sólo se rio. Alemania era muy tierno cuando se enfadaba. Vio cómo su novio se cruzaba de brazos, con el ceño fruncido exactamente como hacía su padre. 

Se acercó al alemán y le dio un beso en la mejilla, rodeándole con los brazos. Alemania le ignoró, incluso cuando comenzó a llenarle la cara de besos. 

—Pero no te enfades, Ale—habló Rusia con una leve risita por lo adorable que era Alemania en esos momentos—¿Te he dicho que eres muy tierno cuando te enfadas? 

El menor sólo frunció el ceño todavía más, con la vista clavada en el asiento de delante. No parecía haberle gustado en absoluto el cumplido de Rusia.

—Ya veremos si te sigo pareciendo tierno cuando le diga a mi padre que te atraviese la cabeza con un cuchillo—respondió, con tono de enfado. El ruso tan sólo sonrió, mientras se acercaba a él. 

—No eres capaz de hacer eso. Jamás lo serías, por nada del mundo—habló el soviético, picándole con el dedo en el hombro, y una sonrisa algo burlona. Alemania ni siquiera le miró.

—Rusia, me duele la barriga y no estoy de buen humor—respondió el alemán. Rusia se sintió entonces un poco culpable por haberle molestado. Se separó de él y volvió a apoyarse en el respaldo de su asiento.

—¿Por qué?

—No es asunto tuyo.

El ruso se quedó callado, sin saber qué decir. No dejó de preguntarse en ningún momento qué le pasaba a Alemania. Tenía que ser algo lo suficientemente personal como para que no quisiese contárselo ni siquiera a él.

Un ruido le sacó de sus pensamientos. Era una voz que sonaba por todo el avión. Y la voz avisaba que el avión iba a aterrizar en breve.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now