· 44 ·

174 19 11
                                    

—¿Qué haces, Din?—Preguntó Canadá, mirando a Dinamarca, que se encontraba sentado en el sofá, al parecer dibujando algo. El danés no respondió, y Canadá supuso que estaría en su mundo de nuevo, de modo que no se molestó en volver a preguntar.

Se sentó a su lado y observó lo que estaba dibujando en una libreta. Eran rostros vagamente humanos, pues apenas estaba comenzando a dibujar cosas así. Canadá esperaba que el menor apartara la libreta de su vista, pues, por lo general, le daba vergüenza que la gente le observara mientras dibujaba.

En efecto, eso fue lo que hizo segundos después. Encogió las piernas y apoyó en ellas su libreta, cubriendo con su brazo izquierdo lo que había dibujado.

—Pero si está bonito—habló Canadá, para intentar convencerle de que le dejara ver sus dibujos. Dinamarca le ignoró y siguió dibujando sin permitirle ver lo que hacía. El canadiense le abrazó. Era muy tierno. En cambio, el menor le apartó en el mismo instante en el que notó sus brazos rodearle.

A Canadá no le extrañó, pero sí le dolió un poco. Dinamarca era impredecible, a veces le abrazaba durante horas sin soltarle porque quería alguien que le diera cariño. Otras veces, se negaba a que nadie le abrazara.

Canadá no se molestó en hacerle más caso. Ya llegaría el momento en el que el danés volviera a estar cariñoso. Mientras tanto, se mantuvo sentado en el sofá, mirando a la pared. 

. . .

—¿Sabes qué, Ale? —Preguntó Third Reich, después de que su hijo le aceptara la llamada. Alemania se encontraba un poco mejor gracias a Rusia, y ahora se encontraba con que su padre le había llamado un trillón de veces por alguna razón. —Ven a casa, en serio. Lo siento mucho por lo de tu dolor de barriga.

Alemania se quedó callado durante varios segundos, sin saber qué responder. Aquello era muy extraño, pues había pasado de mostrarse molesto a mostrarse arrepentido. Y su padre no se arrepentía de nada. Nunca. Además, no es que fuera muy bueno mintiendo, y se notaba de lejos que no había ni un rastro de culpabilidad en sus palabras.

Pero tampoco era extraño para Alemania. Su padre nunca parecía arrepentido ni triste por nada, aunque en realidad lo estuviera. No supo qué decir, mientras Rusia le miraba fijamente.

—Eh... Bueno... Está bien—acabó por decir Alemania, con un suspiro. Third Reich no dijo nada más, tan sólo un «vale, te espero en casa», y fin de la llamada. No se le veía emocionado en absoluto, pero al menos su padre parecía haberse arrepentido.

De modo que se enderezó, le dio un beso a Rusia en la mejilla y se levantó de la cama. El ruso también lo hizo y Alemania no tardó en abrazarle con fuerza. Después, le acompañó hasta la puerta para despedirse de él con una sonrisa y ver cómo el alemán se alejaba por la calle.

Cuando llegó a su casa, el menor se dio cuenta de que su padre se mostraba más cariñoso de lo normal. Incluso le abrazó cuando le escuchó llegar. Aquello no era normal. Alemania incluso le preguntó si quería algo, o si había hecho algo malo y no quería que se enfadara, pero Third Reich respondió que no pasaba nada.

Y, ciertamente, todo parecía estar en orden.

Pero Alemania no era tonto. Sabía que su padre quería algo, o que planeaba hacer alguna cosa. Si no, ¿A qué se debía ese cambio de actitud? Pero, por mucho que preguntó, Third Reich siguió insistiendo en que no ocurría nada. El menor incluso trató de espiarle para intentar descubrir algo, pero, de nuevo, nada.

De modo que al final terminó por desistir.

. . .

Dinamarca todavía se encontraba dibujando cuando USA llegó a la casa, acompañado de un chico. El danés no levantó al vista de su dibujo, pero Canadá sí dirigió su mirada hacia el estadounidense cuando éste abrió la puerta. Le costó un poco, pero finalmente sí consiguió reconocer al acompañante de su hermano. Era el chico con el que había dormido hacía algunas semanas, antes del viaje que todos los países habían hecho con ONU.

No esperaba volver a verle, pero tampoco le importó. Su hermano le agarró de la mano antes de detenerse, mirando a los dos países que estaban sentados en el sofá.

—Hola —saludó USA, mirándoles con algo de frialdad. Parecía enfadado o molesto por alguna razón, pero Canadá no quiso preguntar. Siguió con la mirada al estadounidense mientras le devolvía el saludo y observaba cómo el más alto se dirigía hacia su habitación, todavía agarrando al chico de la mano. 

Canadá suspiró antes de dirigirle una mirada de advertencia a USA y girar la cabeza para mirar a Dinamarca. Notó cómo el estadounidense gruñía un poco antes de meterse en la habitación y cerrar la puerta. 

—¿Ya me vas a enseñar qué estás dibujando, Din? —preguntó, con una sonrisa y sin dejar de mirar al danés. Éste permaneció unos segundos en silencio hasta que respondió.

—No —le dijo, casi en un susurro. El canadiense no borró la sonrisa de su cara a pesar de la respuesta que había recibido por parte del menor. Al menos había hablado un poco.

—¿Por qué? —quiso saber Canadá—. Seguro que está muy bonito.

No mentía. Después de ver los increíbles dibujos de los pingüinos que había visto por parte del danés, estaba seguro de que no había nada que Dinamarca pudiera dibujar mal. Además, él tenía un punto extra porque era autista. Aunque, en realidad, pasaba tanto tiempo en su propio mundo que estaba seguro de que lo único que podía hacer era dibujar. 

El más alto no esperaba que el chico le diera una respuesta demasiado elaborada, pero, sin duda, no se esperaba en absoluto lo que el menor hizo.

Dinamarca se mantuvo algunos segundos en silencio, mirándole fijamente. Canadá quiso preguntar si estaba bien o si ocurría algo. Pero antes de que pudiera abrir la boca para hablar, el danés se estiró sin moverse de su sitio para lograr darle un corto beso al canadiense.

Apenas duró un segundo, pero eso fue suficiente para que en las mejillas del más bajo apareciera un leve color rojo que solo hacía que se viese aún más tierno. Canadá no pudo evitar sonreír levemente. No le había vuelto a besar desde la primera vez, en la junta de ONU. 

—Me gustas —le dijo Dinamarca, con algo de vergüenza, dejando levemente de lado su libreta, sin importarle que Canadá pudiera ver los dibujos que había en ella. 










Sé que fue un capítulo muy corto, pero ya podemos agradecerle a las deidades celestiales que me hayan concedido la posibilidad de estrujarme el cerebro hasta sacar esta cosa rara a la que yo llamo capítulo 

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now