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Italia estaba haciendo todo lo posible para tener paciencia y no arrancarle la cabeza a Portugal. Sobre todo cuando éste comenzaba a sonreírle de forma ligona a su España, cuando se acercaba a él más de lo necesario, cuando se pasaba la mano por el pelo constantemente (e Italia sabía que no era sólo por los nervios), o también cuando el portugués se le quedaba mirando con una sonrisa, como si tratase hipnotizarle.

Y España no parecía darse cuenta de absolutamente nada.

Italia resopló por quinta vez en seis minutos, tratando de que alguno de esos dos (preferiblemente España) se diese cuenta de lo molesto que estaba allí.

Pero Portugal hacía todo lo posible para que España no se centrase en el italiano. E Italia sentía que en cualquier momento se le iba a ir la cabeza y le iba a desencajar la mandíbula de un puñetazo.

Respiró hondo y trató de calmarse, aunque le estaba resultando tremendamente difícil con aquel portugués ligándose a su pareja delante de él. ¿Acaso no tenía vergüenza?

El colmo para él llegó cuando Portugal, "accidentalmente" le tiró su taza de café ardiendo encima.

El portugués se apresuró a pedirle disculpas. Italia tenía que admitir que se veía bastante real la escena, pero no se dejó engañar. Seguramente estuviese enfadado por lo que le había dicho cuando estaban a solas y ahora querían vengarse.

Cerró los ojos y suspiró, tratando de calmarse. Su ira creció conforme escuchaba las disculpas falsas del portugués. Sin poder aguantarse más, se levantó de su silla y, con todas sus fuerzas, le pegó el mayor bofetón/cachetada que le había dado nunca a nadie.

Estaba harto de él. Harto de sus tonterías y de sus estupideces. Podía ir a ligarse al novio de otro, pero no al suyo.

Quiso salir de aquel comedor y alejarse de Portugal, pero no lo hizo. No pensaba dejarlo a solas con España. Se quedó de pie, observando la mejilla roja del portugués por culpa del golpe.

—¡Italia!—Le llamó la atención España. El italiano, quien ya había perdido la paciencia, le miró y gruñó un poco.

—No entiendes nada, España—le dijo.— Ese tipo al que tú llamas "Mejor amigo" me pidió antes que te soltase por una noche para poder acostarse contigo. ¡Habló de ti como si fueses un objeto!

El español, quien se había levantado de la silla, frente a Italia, se quedó callado durante algunos segundos. Tragó a saliva y miró a Portugal durante algunos segundos. Éste sólo se hundió en su asiento, cruzado de brazos, con la vista baja y algo sonrojado.

El menor se quedó callado y relajó los hombros levemente. Volvió a dejar las manos a ambos lados de él, pues hasta ahora habían estado apoyados en la mesa. Se acercó un poco a Italia, con algo de vergüenza.

—Yo... Portugal, te quiero mucho porque eres mi mejor amigo, y sé que igual no te gusta que tenga pareja, o que esa pareja sea Italia, pero, por favor, te pido... Te pido que te aguantes—pidió el español, con voz tranquila para no alterar a su mejor amigo.

Fue entonces cuando España agarró la camiseta de Italia y tiró de ella para atraerle hacia él y besarle con pasión como si el mundo se fuese a caer.

Italia abrió los ojos como platos cuando España hizo eso. En ese momento, él se encontraba mirando hacia otro lado y el empujón, junto con el beso, le habían pillado completamente desprevenido.

De todos modos, no se lo negó. Quería que Portugal se diese cuenta de una vez de que España le amaba a él, y de que siempre iba a ser así. O al menos por un tiempo.

El español se separó de él mucho antes de lo que al italiano le hubiera gustado, aunque no protestó ni se molestó en volver a acercarse a él. España le soltó de la camiseta con algo de brusquedad y miró a Portugal.

Luego se acercó a él y se colocó tras su silla, para después abrazarle y pegar su mejilla a la del portugués, con una sonrisa. Éste último derramó una lágrima. Cuánto odiaba a Italia.

El italiano se volvió a sentar en su silla, algo más calmado por el beso de su pareja. Después de que éste le diese un poco de cariño a Portugal, abrazándole y susurrándole cosas al oído, se separó de él y les miró a los dos con severidad.

—O comenzáis a llevaros bien, o no quiero estar con ninguno de los dos—advirtió el español, con el ceño fruncido. A continuación, salió del comedor sin decir nada más.

Italia y Portugal cruzaron una mirada, sin decir nada. Ambos se entendieron perfectamente, pero no se quedaron para hablar. El italiano fue el primero en levantarse de su silla y salir también del comedor, dejando a Portugal solo.

. . .

—Awww, míralos—habló Polonia, observando con ternura a Katze y a Benito jugar juntos, ronroneando todo el tiempo. Prusia sonrió, al igual que el polaco, justo antes de acariciar a Katze con cariño. Éste último maulló, justo antes de colocar una de sus patitas sobre el lomo de Benito, indicándole que se tumbase con un maullido.

El cachorro obedeció, y se tumbó, para después revolverse tiernamente sobre el colchón. Fue entonces cuando Katze se acercó a él y comenzó a lavarle entero con su propia lengua, mientras Benito sólo ronroneaba.

Algunos minutos después, el gato del prusiano ya había lamido todo el cuerpo de Benito. Polonia y Prusia, sabiendo que iban a salir de esa sala con diabetes, comentaban entre ellos que no había nada más adorable que eso.

Retiraron lo dicho cuando vieron que Katze se ponía de pie y se acercaba todavía más a Benito, que continuaba patas arriba. Entonces, el felino de Prusia le dio un lametón en el hocico. Benito le devolvió la muestra de cariño exactamente en el mismo lugar.

Katze comenzó a lamerle el hocico, mientras Benito ronroneaba más que nunca durante todo el rato. Después de diez segundos, Katze se detuvo y Benito se sentó frente a él. Fue el cachorro quien comenzó ahora a darle lametones en el hocico. Cómo no, el gato más grande ronroneaba sin parar.

—Awwww, mira, Prusia, se están dando besitos—habló Polonia, observando a los dos felinos con ternura, sintiendo que se iba a derretir por lo adorables que eran los dos gatos. Prusia sonrió y pasó su brazo por los hombros del polaco, para después acercarse a él y darle un beso en la mejilla. Polonia le abrazó, muy sonriente.

Third Reich, sin embargo, gruñó. Se encontraba en pleno ataque de celos, y lo único que deseaba era matar a Polonia. No entendía por qué a Prusia le gustaba tanto aquel polaco.

En serio, Polonia. Polonia. ¿Quién le iba a querer a él?

Pues al parecer, por alguna razón que él no entendía, prefería estar con un polaco como él a estar con una persona fuerte, dura y hermosa como él.

Fuese como fuese, no era capaz de observar a la pareja sin sentir ganas de matar al más bajo. Era su culpa que Prusia no le amase. Bueno, no toda la culpa era suya, pero gran parte de ella sí.

Y cuando podría estar muriéndose de ternura mientras veía cómo dos felinos adorables se daban amor entre ellos, estuvo sintiendo celos y odio. Iba a encontrar la forma de que Prusia le amase.

Costase lo que costase.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansDove le storie prendono vita. Scoprilo ora