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—¿Qué demonios quieres?—Preguntó Italia, con cara de querer matar a alguien cuando alguien llamó a la puerta, la abrió y se encontró con que ese alguien era USA.

—Necesito un sitio donde estar. Un sitio normal.

—¿Qué...?—USA ya había entrado en la habitación del italiano cuando éste se dio la vuelta para mirarle, deteniéndose.

—Canadá y Dinamarca están jugando juntos a un juego de pingüinos en el móvil de mi hermano.—Respondió. Después se dio la vuelta y continuó caminando hasta que se sentó en uno de los extremos de la cama de la habitación.

—¿A ti no te gustaba Dinamarca?—Preguntó Italia, cerrando la puerta y caminado un poco hacia su amigo, de brazos cruzados.

—Sí, pero... —gruñó, sin llegar a acabar la frase. Italia abrió la boca para hablar, pero no dijo nada, al mismo tiempo que USA giraba la cabeza para mirar a la pareja de Italia.

—Joder, que no muerdo—habló el estadounidense con el ceño fruncido cuando vio que España, que estaba en la otra esquina de la cama, se apartaba un poco de él.

Justo entonces, Michi, que se encontraba en los brazos del español, siendo acariciado por éste, soltó un sonoro maullido y saltó de los brazos de España para correr hasta USA. Maulló tiernamente y le olió, antes de emitir un ruidito y comenzar a trepar por su pecho.

—Michi, no—riñó España, aunque no se atrevió a tratar de arrancar al felino del cuerpo de USA. El estadounidense sonrió mientras le acariciaba.

Eso duró poco, ya que, cuando Michi alzó la cabeza y vio a USA mirándole, volvió a maullar y salió corriendo hasta la otra punta de la cama. Le bufó, con el pelaje erizado.

—Le dan miedo los ojos azules—explicó España, como si fuese lo más normal del mundo. Italia se rio un poco, mientras se sentaba entre su pareja y su mejor amigo. Luego agarró a Michi y le acarició para calmarle.

—Supongo que en su vida anterior fue maltratado por personas de ojos azules—el italiano miró a USA—¿Qué problema tienes con los juegos de pingüinos?

No lo dijo con tono molesto. USA le miró y frunció el ceño, mientras España agarraba en brazos a Reich y esta se dejaba.

—¡¿Qué?! ¿Como que qué problema tengo? Italia, le han puesto a un pingüino un traje de una hamburguesa y lo han llamado Nueva York.—Respondió el estadounidense, con el ceño fruncido y tono molesto en la voz—¡¿Está Nueva York gordo acaso?!

—No lo sé—respondió Italia, encogiéndose de hombros, mientras USA se cruzaba de brazos —la última vez que lo vi, él tenía catorce años.

—Bueno, pues yo lo veo todos los años en las cenas familiares y no lo está.—Respondió, frunciendo el ceño todavía más. Justo entonces, el móvil del estadounidense vibró, indicando que había recibido un nuevo mensaje. Lo sacó y miró la pantalla.

—No... —Habló el americano, mirando el móvil. Italia se inclinó hacia él para ver qué pasaba. —No...

—¿Qué pasa?

—Dinamarca y Canadá han casado a Nueva York y Moscú—respondió USA, con un suspiro. Dejó el móvil de lado, mientras Italia se acercaba un poco más a él y volvía a mirar al frente.

—¿Se puede casar a los pingüinos?—Preguntó Italia, alzando una ceja, y acariciando a Michi, que hacía ya algunos segundos que se había aferrado a su pecho. USA se encogió de hombros, sin mirarle.

—No lo sé. Supongo que será una especie de Los Sims pero versión pingüinos. —Respondió. Italia frunció el ceño y miró a España de reojo.

—No me hables de ese juego. Una vez creé a España y cuando se lo enseñé me dijo que estaba horrible—comentó el italiano. España le miró, frunciendo el ceño también mientras acariciaba a Reich, quien se había dormido sobre su regazo. Ambos eran adorables.

—Es que te salió feísimo—respondió. Italia le devolvió la mirada asesina justo antes de abrazar con fuerza a Michi, como si pretendiese quedarse con el siamés para siempre.

—Mentira. Era como mirarte en un espejo y lo sabes.

—No.

—Sí.

—No.

—Sí.

—¡Que no!

—¡Que sí!

—Te odio.

Italia sonrió, acercándose a él para abrazarle. Pegó su mejilla a la del español para camarle, pero el menor tan sólo miraba al frente, manteniendo su cara de enfado y sus brazos cruzados.

—¿Te he dicho ya que eres adorable cuando te enfadas?—preguntó el italiano, dándole un beso en la mejilla. España no respondió hasta después de algunos segundos, apretando con fuerza los puños. Italia oyó cómo el menor murmuraba algo en vasco que él no entendió.

Chilló cuando sintió que Michi le arañaba con todas sus fuerzas.

. . .

—Ale...—Habló Rusia, mientras se acercaba un poco a Alemania, que se encontraba sentado en la cama de Imperio Japonés. El medio humano y medio gato se encontraba un poco más atrás, lavándose entero después de haberse duchado.

El alemán ignoró a su pareja, frunciendo el ceño, mientras el ruso se acercaba a él, arrepentido. Miró hacia abajo, al mismo tiempo que Alemania gruñía un poco.

—Me dijiste que me fuese a la... Y eso hice—respondió el menor, mirando sus uñas, con gesto molesto. Rusia apretó los puños, triste, antes de sentarse a su lado. Alemania se separó un poco de él sin ni siquiera mirarle.

—Perdóname, Ale. Lo hice porque estaba enfadado—trató de pasar su brazo por los hombros de Alemania, pero éste no lo permitió y se alejó un poco más de él.

—Entonces, aprende a callarte lo que piensas—respondió, con dureza. Rusia se dio cuenta de que, cuando hablaba así, su voz se parecía ligeramente a la de su padre. Permaneció algunos segundos en silencio, con la vista y la cabeza baja.

—Lo siento muchís...

Alemania alzó la cabeza de pronto para mirarle, con el ceño fruncido.

—¿Acaso crees que yo no he querido decirte muchas cosas en ciertos momentos y me he callado?

Rusia se volvió a quedar callado durante algunos segundos, arrepintiéndose mucho de haberle hablado así a Alemania. Le miró, con algunas lágrimas en los ojos.

—En serio, Alemania, te prometo que lo siento muchísimo. Demasiado.—Volvió a intentar pasar su brazo por los hombros del menor, y esta vez se dejó.

Alemania se quedó quieto durante algunos segundos. Parecía estar pensando en otra cosa. Más bien, era como si estuviese en otro mundo. Rusia tragó saliva y le miró, con lágrimas en los ojos. Le dio un vuelco el corazón cuando vio que Alemania se acercaba un poco a él.

—¿Me... Me perdonas?—preguntó el soviético, aproximándose levemente él también a Alemania. El menor se quedó algunos segundos callado, como si no supiese qué decir. Miró hacia otro lado antes de volver a mirar a Rusia de reojo. El más alto tenía miedo por lo que su pareja pudiese responder.

—Está bien—acabó por decir, en un tono ligeramente bajo.

Rusia sintió que el alivio le inundaba entero. Inspiró hondo y sonrió un poco, mientras Alemania giraba la cabeza para mirarle, sin sonreír. Incluso parecía que continuaba triste. Rusia no apartó su brazo de los hombros del alemán.

Entonces, el menor acortó la distancia con él y le besó con timidez, como si se tratase de la primera vez.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now