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Dinamarca no hizo absolutamente nada por separarse de él. Se quedó pegado a Canadá, quieto como una estatua, sin saber exactamente cómo reaccionar. No se esperaba eso en absoluto, aunque no es que no le gustara.

Canadá no se separó hasta después de algunos segundos, con un gran sonrojo en sus mejillas. Después de ese pasional beso, tan sólo se quedaron observándose el uno al otro, ambos con las mejillas encendidas y una gran euforia en su interior.

Canadá sonrió como un tonto, antes de que el danés, con algo de timidez pero decisión, le tomara de las mandíbulas para volver a besarle.

Canadá se dejó, acercándose un poco más a él.

. . .

Un lloro despertó a Third Reich. Al instante se dio cuenta de que no era un lloro humano, sino el lloro de un...¿Perro?

No era Blondi, ya que la pastora alemana se encontraba tumbada sobre él, junto a sus otros tres gatos. Era Adolfín el que no se encontraba durmiendo en su cama, como siempre. Se revolvió un poco y se enderezó.

Buscó al husky siberiano por la habitación, y lo encontró en el suelo, tumbado, llorando... Y con gran cantidad de heridas en el cuerpo.

Tuvo que aguantar un grito, y se levantó de un salto de la cama, preocupado. No le importó haber despertado a sus otras mascotas, solo quería saber qué demonios había hecho su perro para terminar así.

Quizás había salido de caza y se había peleado con algún perro, aunque dudaba que un perro, por muy grande que fuese, fuera capaz de hacerle semejantes heridas. Al fin y al cabo, Adolfo era un husky siberiano adulto y fuerte, se sabía defender.

En cuanto le pasó una mano por la cabeza para tranquilizarle, el perro soltó un chillido y retrocedió un poco, llorando todavía más. Third Reich se dio cuenta de que tenía una gran herida en la cabeza. Incluso sangraba un poco. De manera que lo único que hizo fue correr a buscar el botiquín para curarle las heridas.

No tenía ni idea de qué podía haberle pasado. Él tan sólo se había tumbado a dormir con sus gatos encima y sus perros a los lados, y al despertar se había encontrado con Adolfo así.

Con cuidado, comenzó a vendarle y a curarle las heridas, mientras el perro continuaba llorando y soltando chillidos cuando el alemán le curaba las heridas. Con los ojos llenos de lágrimas, observó el resultado. Seguía notándose que el animal estaba en unas condiciones pésimas. De hecho, cuando logró que Adolfín se pusiera de pie, se dio cuenta se que el husky siberiano apenas podía mantenerse en pie. Le temblaban demasiado las patas.

De modo que, con todo el cuidado que podía, lo subió a su cama y lo dejó allí tumbado, antes de tumbarse a su lado y abrazarle con suavidad. Blondi y los gatos, como si supieran a la perfección lo que ocurría, se tumbaron al lado se Adolfín. Benito incluso comenzó a lavarlo con su propia lengua, mientras los otros dos se acurrucaban entre sus patas. Blondi se tumbó junto a Adolfín, mientras este continuaba llorando un poco.

. . .

—Papá—llamó Alemania, despertando a su padre de la siesta. Tanto él como sus animales continuaban dándole mimos a Adolfín como podían. Third Reich, con molestia, se giró un poco para mirarle, abriendo un ojo.

—¿Qué?

El menor se sonrojó un poco antes de hablar, avergonzado.

—M-me duele la barriga—habló, temiendo que Third Reich le regañase o se lo tomara mal. Era cierto que él no tenía la culpa de que le doliera la barriga, pero igualmente, el alemán mayor nunca se había tomado demasiado bien la situación de Alemania. De hecho, cuando se enteró se enfureció y frustró tanto que se encerró en su habitación y no salió hasta varios días después, negándose a aceptar que su hijo, futuro gobernante del país, fuera una "niña".

Por aquel entonces, Alemania sólo tenía once años y estaba perdido sin su padre. Third Reich se negaba a salir para nada, ni siquiera para cocinarle algo a su hijo. Para colmo, el menor tenía que estar sentado en el suelo porque no podía arriesgarse a manchar el sofá. No tenía ni idea de lo que su padre le podía llegar a hacer si eso ocurría.

Después de casi un día entero sin comer ni saber nada de su padre, Alemania no tuvo más remedio que llamar a su abuelo para contarle, llorando, lo que había pasado. Imperio Alemán se plantó allí todo lo rápido que pudo e intentó tranquilizar a su nieto, aunque no encontró forma humana de convencer a su hijo de que saliera de la habitación o de que al menos, entendiera la situación del alemán menor.

Durante tres días más, Imperio Alemán fue el que cuidó de Alemania, tratando de consolarle diciéndole que tarde o pronto, su padre se calmaría y aceptaría la situación, aunque no estaba seguro en absoluto de ello.

No fue hasta el cuarto día que Imperio Alemán pudo entrar en la habitación de Third Reich para pedirle que se calmara y de que entendiera a Alemania. Después de varios gritos y varias discusiones, el alemán más mayor le obligó a prometerle que cuidaría a Alemania y le trataría bien a pesar de lo sucedido.

Alemania se sintió más indefenso que nunca cuando su abuelo se marchó. Tenía miedo de que su padre le pegara, le gritara, o de que volviera a encerrarse en su habitación. Nada de eso pasó, pero nada volvió a la normalidad hasta casi un mes después. Alemania notaba que Third Reich no le hablaba tanto ni le prestaba tanta atención ni le sonreía como antes.

A pesar de que Third Reich ya había asumido que Alemania era así, el menor todavía le podía ver fruncir el ceño cuando se enteraba, y a veces hasta gruñir y soltar maldiciones en alemán.

—¿Y qué hago? ¿Te doy un trofeo donde ponga «el niño más especial del país»?—Preguntó, con fastidio. Alemania se quedó callado durante algunos segundos, sonrojándose un poco más y sintiéndose mal.

No quiso insistir, ya que se notaba que su padre no tenía ningún interés por ayudarle con ese tema, y además, seguro que estaba de mal humor.

De manera que salió de la habitación sin decir nada más, con lágrimas en los ojos.

. . .

—No llores, Ale—pidió Rusia, mientras le secaba las lágrimas al alemán, que se encontraba sentado entre sus piernas. El menor no dijo nada. —Es... Normal que se ponga así, y más siendo tu padre. No está acostumbrado a esas cosas.

—Ya lo sé, Rusia—Protestó el alemán. —Pero llevo once años así. Ya debería haberse acostumbrado.

El ruso no supo muy bien qué responder. Nunca se le había dado especialmente bien consolar a la gente, pero comprendía a Alemania. Él también se sentiría así si su padre se enfadara con él o no lo aceptara por algo que él no podía cambiar.

—Bueno... Ignórale. Puedes pasar el día conmigo y pedirle ayuda a España cuando te duela la barriga. No tienes por qué aparecer por tu casa más que para dormir. Ni siquiera para eso, puedes quedarte en mi casa.

El alemán no respondió, llorando un poco más. Dejó que el ruso le abrazara con cariño y le diera un beso en la mejilla, aunque eso apenas ayudó a que se sintiera mejor.

—Tranquilo—le dijo, tumbándose a su lado, para después abrazarle con fuerza para que se calmase un poco. Alemania aceptó el abrazo y también le rodeó con los brazos al soviético, mientras notaba cómo el más alto le volvía a dar un  beso en la mejilla. —Quédate aquí todo el tiempo que quieras. 

Alemania no respondió, sintiéndose un poco más calmado ahora que Rusia estaba con él.


Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now