· 21 ·

278 32 32
                                    

El reloj dio las diez de la noche cuando tanto Third Reich como Imperio Japonés pudieron ver dos figuras altas y delgadas acercarse a ellos. La luz de las farolas las iluminó, y pudieron ver que se trataba de San Marino y Azerbaiyán.

Third Reich se quedó quieto y callado. La última vez que había visto a San Marino, era tan sólo una niña sonriente que siempre llevaba vestidos y trenzas. Y se suponía que estaba muerta.

Y ahora parecía exactamente lo contrario: camisa negra, pantalones negros, guantes negros, botas negras, cinturón negro con armas y capa dorada con capucha. Y llevaba dos relucientes dagas en las manos.

Azerbaiyán tampoco vestía muy distinto a ella: la misma camisa, los mismos pantalones, las mismas botas, y la misma capa, aunque de color granate. Aunque no llevaba armas en las manos.

Quedaron frente a ellos, sin decir nada. Hubo un gran silencio incómodo durante muchos segundos, hasta que Imperio Japonés soltó un adorable maullido tímido. Azerbaiyán le miró, pero San Marino continuó con su vista clavada en Third Reich. Éste no la temía, pero era algo intimidante estar frente a una persona que le sacaba tres cabezas de altura.

-Dijiste que sabías algo de Italia-acabó por decir el alemán. San Marino se quedó callada durante varios segundos, hasta que terminó por hablar.

-Ya te lo he dicho antes: le curé las heridas y estuvo varios días conmigo. Después se quiso marchar. Agarró sus cosas en una maleta y se fue. Le busqué al día siguiente para comprobar que estaba bien, pero no lo encontré. -Respondió la italiana, encogiéndose de hombros como si no sintiese ningún tipo de emoción.

-¿Para qué hemos venido entonces? Queremos encontrarle-habló el alemán, ignorando el hecho de que Imperio Japonés tan sólo quería irse a su casa para dormir.

-Creo que sé dónde puede estar-se limitó a responder San Marino. Third Reich le miró con curiosidad, mientras San Marino comenzaba a caminar hacia algún lado con paso rápido. Third Reich casi tuvo que correr para ponerse a su lado, al igual que Imperio Japonés. Azerbaiyán se adelantó un poco, agarrando con fuerza una escopeta que solo Dios sabe de dónde había sacado.

-Cuando le salvé de los borrachos-habló San Marino, mirando al frente. -Se encontraba en el parque donde... En el parque. Le gustaba ir allí.

Third Reich se preguntó cómo sabía San Marino eso. Parecía saberlo todo. Pero no habló. La chica no volvió a abrir la boca hasta que llegaron al parque al que se refería. También era el único de la ciudad.

La única luz era la de las farolas, pues la luna estaba cubierta por las nubes y apenas se veía su luz. En el parque había varios grupos de personas. La mayoría estaban muy lejos de ellos. Y en ninguno parecía estar Italia Fascista. Quizás ni estaba en ese parque.

Comenzaron a andar por todos lados, con la esperanza de encontrar al italiano. Conforme fueron pasando los minutos y los pasos, se iban dando cuenta de que era muy poco probable que se encontrase allí.

Y en el caso de que no, iban a tener un problema, pues la ciudad era ligeramente grande, y quién sabía en qué rincón de ella se escondía Italia Fascista.

-Creo que no está aquí-acabó por decir Azerbaiyán, en un tono de voz algo bajo. Nadie dijo nada durante algunos segundos. No dejaban de pensar en sitios donde el italiano pudiese estar. ¿En una pizzería?... Seguramente no, eran casi las diez y media de la noche, y la mayoría se encontraban lejos de allí. Tardarían en llegar el tiempo justo que necesitaban las pizzerías para cerrar.

De pronto, se oyó una sonora risa desde alguna parte. Third Reich quedó pálido.

-Es él-habló, como si fuese para sí mismo. Miró a los demás, alarmado. -¡Es él! Conozco sus risas explosivas lo suficientemente bien como para saber que es él.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now