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Cierto hombre caminaba de noche por las calles de aquella ciudad, cerca del complejo vacacional en el que se encontraban España e Italia. 

No se encontró con nadie en su camino. No hasta que llegó a la puerta cerrada que le impedía el paso al complejo. Sonrió justo antes de acercarse al que controlaba los accesos y también la puerta de entrada.

El desconocido, sorprendido por la llegada de aquel hombre a las tres de la madrugada, levantó la vista desde el interior de su garita. Dejó el móvil de lado y miró al hombre. No le vio la cara, pues llevaba una capucha puesta y tenía la cabeza algo agachada. Lo que sí vio fue que iba vestido con ropas largas a pesar de ser verano y de color negro, junto con una capa con capucha y guantes.

—Buenas noches—saludó el desconocido de la garita, sentándose correctamente en su silla. Tenía un tono de voz desinteresado, como si dijese eso todos los días a todas horas.—Nombre y número de reserva.

—Déjame pasar—ordenó el hombre. Su tono de voz era frío, y al señor de la garita se le puso la piel de gallina al escucharlo. De todos modos, permaneció serio. 

—Lo siento mucho, no puedo dejar pasar a nadie que no tenga reserva aquí—respondió el señor. El encapuchado se quedó quieto algunos segundos. Hasta que,  para la sorpresa del desconocido, se llevó las manos a un cinturón negro y de él sacó dos relucientes dagas.

—Déjame pasar—repitió el hombre. No le apuntó con las dagas, pero tampoco las guardó.

El desconocido de la garita retrocedió un poco, asustado.

—L-lo siento, s-señor, no podemos...

El hombre, cansado de aquel desconocido que no parecía temerle al peligro, hizo un rápido movimiento y con sus dos dagas, le cortó la cabeza. 

Murmuró algo en gallego antes de darle una patada al cristal que le impedía entrar a la garita. Lo rompió en mil pedazos y  no tardó ni dos segundos en colarse dentro de ella. 

No quería llamar la atención abriendo la enorme puerta, y menos a esas horas de la noche, de manera que se limitó a acceder al complejo a través de la garita. Observó lo que había a su alrededor: palmeras, vegetación y más vegetación por todos lados.

Visualizó el hotel que tenía como objetivo y comenzó a caminar hacia él, con paso rápido y decidido. No se detuvo ni un sólo segundo en su camino. No hasta que tuvo en enorme hotel frente a sus narices. Observó la recepción del hotel, muy iluminada.

Sin pensárselo dos veces, entró al interior del edificio. No guardó sus dagas, pues tenía la sensación de que las iba a volver a necesitar. Sin mirar a los recepcionistas, que lo observaban, incrédulos, comenzó a dirigirse hacia las escaleras.

—Oiga—llamó una de las mujeres que se encontraban en la recepción. El hombre le ignoró y continuó subiendo las escaleras.—¡Oiga! ¿Qué se cree que está haciendo? Debe...

El hombre, finalmente, se dio la vuelta de inmediato y, con un rápido movimiento y agilidad, le lanzó una daga que pasó rozando la oreja de la recepcionista, hasta clavarse en la pared.

La mujer, sorprendida y asustada por la acción de aquel hombre, se quedó de pie, sorprendida. No habló más, asustada ante la posibilidad de enfadar a aquel extraño hombre y que le clavase una de sus dagas en el puente de la nariz. 

Éste continuó subiendo las escaleras con paso rápido y sin guardar la daga que le quedaba en la mano. Ya recuperaría la otra después. Llegó hasta el tercer piso y comenzó a recorrer el pasillo casi corriendo. 

Se plantó frente a la puerta de la habitación de España e Italia, y dio algunos toques lentos con los nudillos. Esperó con paciencia hasta que la puerta fue abierta por Italia Fascista. El italiano sonrió al verle y el hombre le devolvió la sonrisa justo antes de hablar.

—He oído que alguien merece morir.

. . . 

España se sorprendió mucho al ver a su tío en la puerta. Hacía mucho que no le veía. Seguramente años, aunque no tanto tiempo como su padre. Se enderezó de inmediato, emocionado, aunque Italia dejó una mano sobre su pecho para que se tumbase de nuevo.

España Franquista le observó desde la puerta, pero no movió ni un sólo músculo. Sabía perfectamente lo que le había ocurrido a su sobrino. Esa era la razón por la que Italia Fascista le había llamado.

El italiano mayor no le tenía demasiado afecto a España, pero tampoco iba a permitir que nadie le hiciese eso al novio de Italia. Más que nada, porque no era un simple español: era la persona que hacía feliz a su hijo.

El español mayor avanzó sin decir nada más, serio, hasta su sobrino. Le observó de pie desde su lado. España quiso abrazarle, pero el cuerpo le dolía demasiado.

—¿Qué te han hecho?—Preguntó, casi en un susurro, observándole fijamente. Por primera vez, parecía que España iba a hablar, pues desde que había regresado, había estado durmiendo debido al cansancio, y se había negado a hablar.

Los ojos se le comenzaron a llenar de lágrimas antes de hablar. 

—Fue un hombre.—Habló el español, agarrando a Italia con fuerza de la mano.—Tenía la cara tapada, pero le reconocí la voz.—Luego miró a Italia, comenzando a llorar. Al italiano se le rompió el corazón—Italia, ¿Recuerdas la noche en la que te llevé al  parque para que te disculpases con Rusia?—Italia asintió—tú te marchaste y yo te seguí por algunas calles hasta que al final fuimos a tu casa. Fue aquel hombre. El que mientras andábamos comenzó a mirarme y a decirme cosas.

Italia tragó saliva, sin poder creérselo. No por el hecho de que fuese aquel hombre, pues al fin y al cabo, a él también le habían seguido durante algunos días para pillarle por sorpresa en algún momento. Era más por el simple hecho de que aquel hombre había sido lo suficientemente acosador como para seguirle a otro continente.

—S-se me llevó en plena noche a una casa no muy lejos de aquí, en medio del campo. Me e-encerró en una de las habitaciones y comenzó a t-tocarme y a besarme todo e-el tiempo. Luego me obligó a q-quitarme la ropa y después... Después...

A Italia se le heló la sangre. No quería saber lo que había pasado después. Era obvio, pero no lo quería saber. 

De inmediato se acercó a él y le abrazó con fuerza. Dejó su dedo índice sobre los labios del español para que no siguiese hablando. A continuación, le dio un beso en la mejilla para que se calmase un poco. Le secó las lágrimas con cuidado.

—España...—Le susurró el italiano al oído.—Yo... Perdona que te lo pregunte, pero... Dime que por lo menos aquel hombre se puso protección.

El español se quedó quieto durante algunos segundos, asustado. Luego tragó saliva y negó con la cabeza.

Italia se puso pálido y se enderezó de inmediato. Después se levantó de la cama a toda prisa y salió disparado de la habitación sin decir nada. 

Por otra parte, España Franquista parecía estar hirviendo. Miró a Italia Fascista y se acercó a él con paso rápido. Le agarró del brazo y tiró de él para llevarle hasta el pasillo. 

Guardó su daga justo antes de echar a correr.

. . . 

—Yo creo que es esa casa—habló Italia Fascista, señalando a una pequeña casa en medio del campo, de aspecto abandonado. España Franquista no respondió, solo caminó todavía más rápido, agarrando con fuerza la mano del italiano.

Éste último no había podido evitar sonrojarse al sentir que el español le agarraba de la mano. Todavía no había olvidado lo mucho que se habían amado el uno al otro en la adolescencia. Y estaba seguro de que España Franquista tampoco lo había olvidado. 

No se soltó del español. Se sentía muy mal por estar haciendo eso, pero no hizo nada por evitarlo.

Llegaron a la supuesta casa antes de lo que se imaginaban. El español fue el primero en entrar a la casa, sujetando con fuerza su daga, y apretando el puño que tenía libre. Allí no parecía haber nadie, aunque tampoco se quisieron confiar. 

De pronto se oyó un ruido y vieron una sombra.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now