· 14 ·

338 31 19
                                    

—Está horrible—se burló con una risa Third Reich, sentado entre las piernas de URSS, observando el dibujo que el soviético había hecho. Dejó el que él había hecho, mil veces mejor que el del más alto, junto al dibujo de URSS. 

Éste frunció el ceño, molesto mientras se enfurruñaba como si fuese un niño pequeño, lo que le resultó muy tierno al alemán. 

—Tampoco está tan mal—respondió URSS, observando su dibujo. Se había esforzado todo lo posible por imitar el dibujo de Third Reich, exactamente como él le había dicho, y no estaba del todo mal.

—Parece el dibujo de un niño de tres años—se burló el alemán, sintiendo que se derretía por lo tierno que era el ruso. 

Éste le abrazó, pegando su mejilla a la del menor, mientras hacía un puchero. Third Reich sonrió, al mismo tiempo que se dejaba. El soviético le miró, todavía abrazándole y manteniendo su puchero.

—Seguro que tú dibujarías genial si fueses yo—respondió URSS, algo indignado. Habría que ver al alemán de espionaje, seguro que no sería capaz de no emitir ni un sólo ruido como hacía él. El menor sonrió.

—Pero no te enfades—habló, tratando de hacerle sonreír. URSS tan sólo le abrazó con todavía más fuerza, y una sonrisa. Se acercó a él para darle un beso en la mejilla y después le acarició el cabello, aunque casi de inmediato, Third Reich apartó su mano de allí y volvió a colocarse bien su gorro. No le gustaba cómo se veía sin él.

Y, como venganza, le arrebató su ushanka a URSS, mientras se reía e intentaba alejarlo del ruso para que éste no lo pudiese recuperar. Al final, el soviético se vio obligado a prácticamente tirarse encima suyo para inmovilizarle y poder recuperar su gorro, con una risa triunfante.

Esperó a que el alemán se incorporase otra vez para agarrar su gorro  y sustituirlo por su ushanka. 

Third Reich soltó un chillido cuando notó que su gorro desaparecía de su cabeza y era sustituido por el del ruso. Soltó otro chillido. A continuación lo agarró y lo lanzó a la otra punta de la cama, con algo de asco.

Al fin y al cabo, Third Reich seguía siendo Third Reich a pesar de estar enamorado.

Luego luchó para intentar recuperar su gorro. Para el alemán, estar sin él puesto era como estar desnudo. A URSS, al ser claramente más  alto que él, tan sólo le hacía falta levantar su brazo un poco para que el menor no fuese capaz de alcanzarlo. 

—Awww, el duende de jardín no puede alcanzar su gorro—se rio URSS, soltando una risita tierna por lo adorable que se veía el alemán.

Alemán el cual, al oír su comentario, frunció el ceño con rabia y le dio una tremenda bofetada/cachetada que hizo que el ruso cayese sobre el colchón, sin esperarse eso en absoluto. 

Third Reich aprovechó para ponerse encima suyo y robarle su gorro y, milésimas de segundos después, ya se lo había colocado otra vez en la cabeza.

Desde su punto de vista, esa frase de "la violencia no soluciona nada" era una completa mentira.

. . .

—¿No acepta la llamada?—Le preguntó España a Italia, quien no dejaba de llamar a su padre, pero éste no respondía. El italiano negó con la cabeza, preocupado y con lágrimas en los ojos. Italia Fascista no respondía ni a sus mensajes ni a sus llamadas. Ni siquiera los leía. Y tampoco se encontraba por la zona del hotel, ya que tanto el español como su pareja habían buscado día y noche, y no había ni rastro de él.

—¿Y si le ha pasado algo malo?—preguntó Italia, mientras comenzaba a llorar un poco. España le abrazó con fuerza. No quería verle así por nada del mundo. 

—No creo, Italia. Tu padre se sabe defender perfectamente—trató de convencerle el menor. Italia se quedó algunos segundos callado, y apagó su teléfono. Lo lanzó a la otra punta de la habitación, sin importarle si se había roto o no.

—España, lleva días desaparecido. No le acepta las llamadas a nadie, no lee ni responde los mensajes, no aparece por ningún lado y además nos ha dejado a Reich al cargo. No puede estar bien—respondió el italiano, llorando y hundiéndose en el colchón. 

—No te preocupes, seguro...

—¡Deja de decirme que no me preocupe!—Gritó el más alto, tumbándose sobre el colchón y tapándose con la sábana hasta arriba. El español comprendió que en ese momento, Italia no quería que nadie le consolase, de manera que se quedó sentado sin hacer nada, oyendo el llanto del italiano y sintiendo  que los ojos se le llenaban de lágrimas. 

Justo entonces, Michi emitió un ruidito al mismo tiempo que saltaba sobre el colchón de la cama. Se acercó a su dueño y frotó su cuerpo contra la pierna del español. 

Justo entonces, España tuvo una idea y se levantó del colchón de un salto, asustando un poco a su gato, quien le siguió con la mirada por toda la habitación. 

El español agarró una galleta que había robado del restaurante el día anterior, durante el desayuno, y que había dejado sobre su mesilla de noche para comérsela en algún momento (o, como segunda opción, para dársela a Michi).

Después, arrancó un trozo muy pequeño de un papel cualquiera que encontró por la habitación y después, aunque le dolía un poco, arrancó dos largos hilos de su camiseta. Luego volvió a su galleta y colocó el papel en el medio.

Michi corrió hasta donde se encontraba su dueño, atraído por el olor de la galleta de chocolate, aunque España no le permitió tocarla ni siquiera con los bigotes.

Con uno de los hilos, rodeó la galleta, pasándolo por encima del papel, en el que anteriormente había dibujado un pequeño corazón. Luego hizo un nudo en la parte de abajo para que no se viese y repitió el proceso con el otro hilo, solo que en el sentido horizontal para asegurarse de que el papel no se escurría hacia arriba o hacia abajo.

Una vez el papel quedó retenido contra la galleta, y ésta, "envuelta" con los dos hilos, uno en horizontal y otro en vertical, agarró la galleta con cuidado para no desmontar nada y la acercó a Michi, quien la comenzó a olisquear. España la tuvo que apartar justo a tiempo para que el felino no le diese un lametón. 

—Ez, Michi, hau ez da zuretzat (No, Michi, esto no es para ti)—le dijo España a su gato en vasco. Michi maulló, decepcionado, aunque siguió escuchando a su dueño. —Italiarentzat da. Orain katu ona izan eta ekarri iezaiozu gaileta hau. Bai? Eta osorik iristen utzi (Es para Italia. Ahora sé un gato bueno y llévasela. ¿Sí? Y que llegue entera.)

Michi maulló, moviendo su cola con felicidad y agarró la  galleta con la boca cuando su dueño se la tendió. Sin embargo, no la mordió ni la lamió, simplemente corrió hacia Italia, que continuaba llorando bajo las sábanas, y asomó su adorable cabeza bajo ellas, después de tener algo de dificultad para levantarlas.

Italia le miró y el felino emitió un ruidito antes de acercarse a él con alegría y frotar su cuerpo contra el del italiano. Éste último murió de ternura cuando Michi le dio unos golpecitos en la mano con su pata. 

—¿Qué quieres, Michi?—Preguntó Italia, con una sonrisa triste, mientras se secaba las lágrimas. El felino volvió a emitir un ruidito adorable y, de nuevo, golpeó la mano de la pareja de su dueño. 

Fue entonces cuando el italiano comenzó a imaginar lo que quería y tendió la mano. Y el siamés dejó la galleta de chocolate sobre la palma de la mano de Italia. 

El siamés maulló, satisfecho, y se tumbó a su lado con un ronroneo, mientras el europeo miraba con una sonrisa el papel con el corazón  y los hilos. Justo entonces, las sábanas se levantaron en un extremo, y pudo ver a España, asomándose con una sonrisa. 

Italia le agarró de la mano y tiró de ella para acercar al español a él. Éste soltó un leve chillido, pero no hizo nada por separarse el italiano. Agarró a Michi para tenerlo entre sus brazos, mientras Italia, pegado a él, partía por la mitad la galleta y le daba uno de los trozos a España, quien lo aceptó con una sonrisa.

Aunque no se lo comió, sino que abrazó a Italia con fuerza.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora