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Rusia pasó el día entero solo, preguntándose con quién podía acudir para pasar la mañana, pues Alemania continuaba en la habitación con su dolor la barriga, y se negaba a salir. Ni siquiera quería salir a comer nada por mucho que el ruso se lo había pedido.

Al final decidió pasar el día con España, Italia y USA, a pesar de que estos dos últimos no le hacían ningún tipo de caso. Frunció el ceño. Se suponía que Italia era su amigo, ¿Por qué apenas se molestaba en hablarle?

Bueno, al menos España era tan tierno y sonriente como Alemania.

Rusia se pasó el día entero sin hacer absolutamente nada más que bañarse y vagar por el hotel buscando algo divertido que hacer. A la tarde, cuando ya estaba anocheciendo, decidió subir a la habitación para hacerle compañía a Alemania, pues el menor había estado gran parte del día con dolor de barriga. 

Abrió la puerta de la habitación y la cerró tras entrar. Fue entonces cuando encontró  a Alemania acurrucado sobre el colchón,  con cara de querer morirse. Ni siquiera se giró para verle cuando su pareja entró a la habitación.

—Hola, Ale—habló Rusia, quitándose las zapatillas y tumbándose al lado de Alemania, que se encontraba de espaldas a él. Se pegó a él y le rodeó la cintura con los brazos.—¿Cómo estás?

—Mal.

Rusia se entristeció un poco. Nunca había visto al alemán así. O al menos no muy a menudo. Le abrazó con más fuerza. Entonces recordó que a éste le dolía la barriga y le soltó un poco, temiendo haberle hecho daño.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?—Preguntó el soviético, deseando con todas sus fuerzas poder ayudar a Alemania. 

—Callarte.—Respondió el alemán, con dureza.

El ruso suspiró, pegando su mejilla a la de Alemania para apoyarle como podía, sintiendo mucha pena por él.

—Ale, ¿Hay algo que haya hecho mal? ¿Tiene que ver conmigo?—Preguntó Rusia, muy preocupado por su pareja. Si al menos quisiese contarle lo que le pasaba, podría comprar algún medicamento o algo así para ayudarle, pero, por mucho que había insistido, Alemania no había querido contarle nada. Se quedó algunos segundos callado.

—No—respondió, finalmente

El ruso respiró más tranquilo al saber que él no era el causante de su dolor. Al final, acabó por abrazarle y quedarse pegado a él, ayudándole como podía, a su manera. De pronto, el alemán se dobló por la cintura y soltó una exclamación de dolor. Rusia, alarmado, se enderezó.

—¡Ale!—Chilló, asustado. Alemania tan sólo jadeó un poco justo antes de volver a su posición normal. 

Se mantuvo quieto algunos segundos, hasta que, finalmente, acabó por darse la vuelta, quedando frente a Rusia. Le abrazó con fuerza, pegándose a él. Hundió su rostro en el pecho del soviético, clavando sus uñas en la espalda de éste mientras se encogía un poco, con un quejido.

Así se quedó, tratando de dormir a pesar del dolor, hasta que Rusia le tomó por las mandíbulas y le levantó la cabeza, obligándole a mirarle a los ojos. Le sonrió y le acarició las mejillas, tratando de tranquilizarle y que se olvidase un poco del dolor.

—Tranquilo, Ale, ya se te pasará—habló el ruso, con un tono de voz suave para no alterarle más. Alemania le miró durante algunos segundos, sin estar muy seguro de eso. Sí, seguramente se le pasaría, pero no hasta dentro de algunos días.

De todos modos, cerró los ojos para relajarse un poco. Enseguida, la voz del soviético volvió a sorprenderle. 

—¿Quieres venir a cenar? No puedes estar tanto tiempo sin comer.—Dijo Rusia, enderezándose. Le miró con una sonrisa para tratar de convencerle. Alemania le miró, no muy convencido de lo que su pareja decía. De todos modos se levantó de la cama y caminó con molestia hasta donde se encontraba el ruso.

—E-Está bien.

. . .

Ya era de noche. El ruido de la puerta de la habitación sorprendió a Italia. Era España. Éste había estado un rato con Portugal después de cenar. Rusia y Alemania se les habían acoplado a USA, a España y a él para cenar, por lo que ver a Portugal solo empeoraría su estado de humor.

Levantó la vista de su libro para ver a España, quien le saludó con una sonrisa y de inmediato se sentó  sobre la cama para quitarse las zapatillas. Italia continuó leyendo mientras el español dejaba sus zapatillas a un lado.

Después se tumbó al lado de Italia, que le sonrió, mirándole de reojo. Luego volvió a centrarse en su libro. España agarró el mando de la televisión que se encontraba colgada frente a ellos. De repente, se inclinó hacia Italia, mirando el libro que leía.

—¿Qué lees?—Preguntó, con una sonrisa y curiosidad. Leyó algunas líneas de una de las páginas que Italia tenía abiertas en ese momento. Hizo una mueca de asco justo antes de desviar su mirada de allí y encender la televisión.

Pasaron alrededor de diez minutos, en los que España miraba la tele fijamente, aunque Italia juraría que no se estaba enterando de nada. Parecía estar en su propio mundo. Fue entonces cuando resopló y apagó la televisión, fastidiado.

¿Acaso no había nada que mereciese la pena ver?

Se quedó algunos segundos mirando la pared. De nuevo, parecía estar en otro mundo. Italia se preguntó qué estaría pensando, pero se quedó callado y volvió a centrarse en su libro.

Pasó casi un minuto más, y el español continuaba quieto como una estatua. El italiano quiso preguntarle si estaba bien o si ocurría algo. Pero, justo en ese momento, España se movió un poco. Se acomodó, con la espalda apoyada en la pared. 

Después, para la sorpresa de Italia, España se acercó lentamente a él. Cerró el libro que Italia leía, mientras se colocaba encima suyo, con una sonrisa juguetona en la cara. 

Italia se le quedó observando, sorprendido. De todas las cosas que pensaba que podía hacer España, esa, sin duda, no estaba en la lista. Observó cómo el español se sonrojaba, mirándole a los ojos como si estuviese hipnotizado.

—España, ¿Qué...?

El español le agarró de una mano y se acercó todavía más a él, pegando sus cuerpos. Se mordió el labio inferior.

—Tú ya sabes perfectamente lo que quiero.

Italia le devolvió la sonrisa pícara, justo antes de lanzar su libro a una esquina de la habitación, observando a España, hipnotizado. Con un movimiento rápido, y en milésimas de segundos, se colocó encima del español y se quitó la camiseta, divertido.

. . . 

Las 3:00 a.m.

Los brazos de Italia rodeaban las caderas de España desde detrás suyo, mientras ambos dormían profundamente, pegados el uno al otro. El español sentía una gran tranquilidad y seguridad al sentir a Italia detrás de él, abrazándole. También se sentía cansado. 

Cansado pero contento.

Se despertó al oír un leve ruido. La pequeña preocupación que sentía se esfumó al notar que su pareja continuaba pegado a él, abrazándole y durmiendo, tranquilo. Para él, estar con Italia era sinónimo de estar seguro. Y, por lo general, también de estar feliz.  

Cerró los ojos de nuevo y trató de dormirse otra vez. Tenía sueño y si no dormía, cuando amaneciese estaría mucho más cansado que de normal.

Otro ruido. España ni siquiera se molestó en abrir los ojos. Después de eso, todo en silencio. Sonrió y se apretó todavía más contra Italia. Estaba seguro de que nunca encontraría a nadie como él.

Inspiró hondo para intentar dormirse otra vez.

Su corazón se detuvo cuando notó que alguien le tapaba la boca con la mano. Una voz que no conocía le susurró al oído.

—Por fin eres mío.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansحيث تعيش القصص. اكتشف الآن