· 15 ·

336 31 28
                                    

Italia Fascista sintió que se iba a desmayar, mientras uno de los cinco desconocidos le volvía a dar una patada en la sien. Ésta ya sangraba, pero el italiano no podía hacer nada por evitarlo. Le dolía cada centímetro de su cuerpo.

Sintió unas ganas terribles de levantarse y matar a todos y cada uno de esos desgraciados que le habían hecho creer que eran sus amigos, le habían emborrachado y ahora le estaban dando una paliza. 

Al fin y al cabo, él era Italia Fascista, ¿Por qué no debería hacerlo? 

Ojalá Third Reich estuviese con él. El alemán sería capaz de levantarse incluso llevando heridas en todo su cuerpo y devolverles hasta el último de los golpes que ellos que habían dado.

Pero estaba solo. Nadie estaba con él, o al menos nadie que le pudiese ayudar, y seguramente iba a morir allí, en un parque, a medianoche, a manos de unos adolescentes a los que les apetecía un poco de sangre.

Comenzó a tener visiones, y fue en ese momento cuando estuvo seguro que de verdad se iba a morir. Hasta ahora, siempre había pensado que no le iba a tocar a él. Que quizá se quedase al borde de la muerte, pero que no se moriría. Que siempre ocurriría algo que consiguiese salvarle la vida.

Solo se dio cuenta de que iba a acabar muerto cuando se empezó a marear y a verlo todo borroso. Intentó emitir aunque fuese el más mínimo ruido, pero no lo consiguió, y fue entonces cuando comprendió cómo se sentía Alemania aquella vez que recibió una paliza y después, varias visitas nocturnas por parte de USA.

No se podía mover. Es como si él mismo fuese un robot desconectado o sin cargar. Su cuerpo estaba entero (al menos por ahora), pero no le servía absolutamente para nada. Ni siquiera tenía fuerzas para temblar.

Por primera vez en mucho tiempo, tenía mied...

Le dio un vuelco el corazón cuando vio que unas dagas cortaban las cabezas de dos de los adolescentes.

Habían salido de la nada, y pensó que seguramente fuesen una alucinación más. Se dio cuenta de que no era así cuando notó que algunos de los golpes cesaban. Ahora tan sólo los recibía de tres partes distintas, en vez de cinco.

Pudo ver cómo aquellas dagas cortaban las cabezas de los otros tres adolescentes de un sólo tajo que podría haber partido un cuerpo por la mitad horizontalmente.

Italia Fascista se esforzó por poder ver bien otra vez, y cuando lo hizo, pudo ver allí, de pie junto a él, una alta y delgada figura. Sea quien fuese esa persona que le había salvado la vida, pudo ver gracias a la luz de la luna, que iba vestida de negro por completo.

Le llamó la atención una capa con capucha que la persona llevaba. Ésta última le tapaba la cabeza por completo, y quizás también el pelo, si es que tenía. 

El desconocido no soltó las dagas. Ni siquiera jadeó. Nada. Estaba quieto como una estatua, y por lo que parecía, mirándole. Italia Fascista continuó observando su aspecto: cinturón con más dagas, cuchillos y balas y guantes negros y sin dedos.

El desconocido, finalmente, se acuclilló a su lado y le miró. Algunos mechones de su largo pelo casi rozaron la cara del italiano. Éste último le miró, temiendo que fuese a clavar una de sus bonitas dagas en su pecho y a matarle de una vez.

El desconocido sonrió.

Se dio cuenta de que era una chica (tenía que serlo) cuando vio su leve curva a la altura del pecho, y también su cara. Aquel rostro no podía ser el de un hombre. Y si lo era, se trataba de un hombre muy, muy raro.

A Italia Fascista se le heló la sangre cuando vio dos cosas: la primera, su sonrisa. No sabía cuál era la intención de la chica cuando sonreía de esa forma, pero, desde luego, a él sólo le causaba terror. 

La segunda: le faltaba un ojo. 

Y ni siquiera llevaba nada para ocultarlo. Ni un parche ni nada, como si quisiera asustar a sus enemigos con la horrible cicatriz que le atravesaba el hueco en el que debería encontrarse su ojo izquierdo. 

Y desde luego que lo hacía. Aquella chica que apenas pasaría de los veintidós o veintitrés años tenía que haberse metido en líos mucho más gordos que él para que uno de ellos le dejase sin un ojo.

Había ido de la sartén al fuego. Y ahora esa chica le iba a secuestrar y le iba a matar, a torturar o a quién sabe qué. 

Al italiano le dio un vuelco el corazón cuando la joven habló. Su voz era fría y dura, y no la conocía.

—Ven conmigo.

Después, la desconocida le agarró de manera nupcial y comenzó a llevarle hacia otro lado. Italia Fascista sintió dolor por todo su cuerpo, y no quería que esa desconocida se lo llevase a ningún lado. Aunque estuviese perdiendo sangre y fuese a morir él solo si le dejaba tirado ahí en medio del parque casi a la una de la madrugada, prefería eso a lo que podía venir después.

De todos modos, no se resistió. Esa chica parecía estar dispuesta a clavarle su daga en el ojo si se ponía pesado, de manera que trató de relajarse.

Luego se desmayó.

. . . 

—Bilmirəm niyə belə etmisən, dostların səni axtaracaq, bəlkə də biz bəlaya düşərik (No sé por qué has hecho eso, sus amigos le buscarán y puede ser que nos metamos en problemas)—. Azerbaiyán observaba a Italia Fascista tumbado sobre su cama, todavía inconsciente. Se cruzó de brazos y continuó observándole. 

—Sus amigos y él no andan muy bien. No sé nada del alemán, pero sí sé que el hombre que calentaba su cama, el japonés, ya no quiere saber nada de él. No creo que quieran venir a rescatarle, y creo aún menos que nos encuentren. Además, ¿De verdad piensas que esos dos son un problema para nosotras? Lo puede matar sin problema una sola, y lo tenemos todavía más fácil si colaboramos las dos juntas y con la ayuda de USA—respondió San Marino, sentándose sobre la cama, junto a Italia Fascista.

—ABŞ bir neçə gün geri qayıtmayacaq (USA no volverá hasta dentro de unos días)—respondió Azerbaiyán, mirando a la italiana, que no parecía preocupada en absoluto.

—El alemán y el japonés tampoco—se limitó a responder ella. Azerbaiyán se sentó en el suelo, un metro más alejada de San Marino. Ésta observó la cara de la azerbaiyana una vez más: su lunar al lado del ojo izquierdo, su piel algo bronceada, sus labios finos y perfectos, con un toque de marrón natural, sus ojos algo achinados y de color miel, junto con sus largas pestañas. Además del largo y perfectamente liso pelo negro de la euroasiática, que ella muchas veces envidiaba.

Fuese como fuese, se la veía algo preocupada.

—Yaponlar partnyoru üçün bir qədər kədərlənə bilər... Və ya keçmiş partnyor, bəs Üçüncü Reyx haqqında nə demək? (Puede que el japonés se encuentre algo triste por lo de su pareja... O expareja, pero, ¿Qué hay de Third Reich?)—Insistió Azerbaiyán, mirándose las uñas porque en esa habitación tampoco había nada mucho más interesante que observar.

—A ése le doy yo una patada y lo envío de vuelta a su casa, le saco tres cabezas—respondió San Marino, con mucha tranquilidad. —Y eso que USA es un poco más alto que yo.

—Rus dili ilə gələ bilər. Xatırladaq ki, onlar indi ər-arvaddır (Puede venir con el soviético, recuerda que ahora son pareja)—añadió la euroasiática, levantando la vista ahora hacia San Marino.

—Créeme, ese ruso tiene pocas luces. Le habré inmovilizado antes de que se entere de lo que pasa—respondió la italiana, con su tranquilidad de siempre. 

Azerbaiyán dejó de intentarlo. Estaba claro que nada, absolutamente nada, podía preocupar o alterar a San Marino. Aunque, en el fondo, esperaba con todo su alma que tuviese razón. 

En realidad, no le cabía ninguna duda de que, con USA (o también sin él), no tendrían problemas para defenderse de Third Reich, Imperio Japonés, y quizá URSS.

Aunque tampoco tenían la intención de retener a Italia Fascista durante toda la vida.

Justo en ese momento, se oyó un movimiento no muy lejos de allí. Se trataba del italiano mayor, que se movía un poco en la cama. Tanto Azerbaiyán como San Marino supieron que se estaba despertando y se levantaron.

Ya les daría Italia Fascista las gracias después.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansWhere stories live. Discover now