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—Awww, sólo míralos, Ale, y dime que no son hermosos—habló Third Reich, observando a Adolfo y a Blondi tumbados el uno al lado del otro, en el suelo. Alemania alzó una ceja. Eran hermosos, pero no cuando te despertaban pisándote la barriga a las siete y media de la mañana. 

De pronto, Benito maulló y, junto a los otros dos gatos, se acercaron al husky para olerlo. Estaban acostumbrados a Blondi, pero no a aquel nuevo perro. Armin, enseguida, echó a correr en cuanto olisqueó un poco a Adolfo. 

Benito, en cambio, estuvo casi medio minuto olisqueando al perro nuevo, hasta que, por fin, maulló y le dio un lametón en el hocico, feliz. El husky abrió los ojos, molesto con quienquiera que fuese el que le había despertado. Benito restregó su mejilla contra la de Adolfo, ronroneando, antes de tumbarse a su lado. 

. . . 

—Necesito verlo—habló Italia Fascista en cuanto Third Reich le abrió la puerta, casi arrollando al alemán. Entró al salón sin ningún tipo de descaro, con un transportín para gatos en la mano, y chilló de alegría al ver a Adolfo tumbado en el suelo, durmiendo. 

Corrió hasta el husky y lo agarró en brazos tras dejar el transportín sobre el suelo. 

—¡¡Hola!!—saludó, con la cara del perro a tan sólo unos centímetros de la suya. El animal no hizo nada más que olerle con curiosidad, aunque se mantuvo quieto. El italiano se giró hacia Third Reich con una gran sonrisa, antes de sacar algo del bolsillo del pantalón.

Era un collar para perros. Un collar rojo donde había algo escrito, el alemán supuso que sería el nombre del perro. 

—¡Toma, Reich! ¡Le compré un collar con su nombre!—Habló el más alto, con la emoción de un niño pequeño, mientras le tendía el collar rojo al menor. Third Reich agarró el collar y lo observó, leyendo el nombre que estaba escrito en él.

Cerró los ojos y suspiró con paciencia.

—Italia, te dije que se llamaba Adolfo, no Rodolfo— respondió el alemán. En aquel collar estaba escrito el nombre "Rodolfo". Italia Fascista le miró como si acabase de descubrir el fuego. Luego volvió a mirarle a la cara al husky, al que todavía sujetaba en brazos.

—¿Es eso verdad?—Le preguntó al perro, como si esperase que el animal le respondiese. Justo entonces, se oyó un maullido no muy lejos de allí. 

Era Benito, que observaba a Italia Fascista desde el suelo, sentado, reclamando atención. Maulló tiernamente cuando se dio cuenta de que el italiano por fin le hacía caso. El más alto dejó a Adolfo en el suelo para después agarrar al cachorro y acariciarlo. 

El italiano se agachó y alargó una mano para abrir el transportín que había dejado en el suelo segundos antes. En cuanto la rejilla cayó al suelo, vieron cómo Reich se asomaba con cuidado. Olisqueó su alrededor.

Italia Fascista intentó acariciarla, pero la felina sólo siguió la mano del italiano con su pata y le arañó, con un maullido enfadado. 

Una vez estuvo segura de que ninguno de aquellos tres imbéciles le iba a volver a tocar, salió del transportín y observó al Adolfo, que se encontraba tumbado sobre el suelo, ignorando todo y a todos. 

Se acercó a él y lo olisqueó con curiosidad. Nunca le había visto. Maulló algunas veces antes de darle golpecitos con la pata al husky. El perro también le olisqueó, desde el suelo, antes de darle un lametón. Aquello no era un perro, pero le gustaba.

Alemania y otras cosas bonitas ★ ❀ CountryHumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora