Capítulo 59: Tiempo familiar.

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—Su Alteza Imperial, las flores deben ser amarillas y blancas, el rosa no...

—Revisar el palacio Imperial y limpiar muy bien las habitaciones de invitados, no se utilizaron desde el ultimo banquete de...

—Princesa. Un buen chef es la clave de todo, aunque el Chef Gio sea de confianza...

—Pri-mor-dial. Una buena presentación garantiza la calidad de un evento de este calibre.

Entre todo el parloteó que invadía la habitación, una suave presencia murmulló algo con voz suave:

—Su Alteza... ¿se encuentra bien? La veo pálida.

Inclinada sobre Tatiana Lady Rimma lucía un ceño fruncido, desde que había llegado al palacio había sido una figura maternal con la cual había desarrollado una fuerte relación fraternal. Así que no era extraño que ella le hablara con tal libertad en plena reunión.

Tatiana suspiró, para ser sincera consigo misma, estar pálida era uno de sus problemas más pequeños. La joven muchacha estaba sentada tras un escritorio, en su nuevo estudio privado, frente a ella tres nobles importantes de la corte estaban sentados sobre una amplia mesa en donde planificaban los detalles para el próximo baile.

Aunque estuvieran en pleno verano, apenas irrumpiera otoño, deberían celebrar el baile de beneficencia de la época y eso implicaba dejar todo preparado con un mes de antelación. De nuevo, Tatiana se sentía sobrepasada entre sus deberes del palacio, sus clases, las lecciones con Lucas, pasar tiempo con su familia y encontrar una hora en la cual dormir.

—Mis ojeras, deberías preocuparte por mis ojeras, Rimma—por la congoja en la voz de su pequeña niña, Rimma supo enseguida que era hora de parar.

— Honorable Lady Carmille, Honorable Conde Gigies, Excelentisima Marqueza Wendley, si me permiten interrumpir, ¿no creen que Su Alteza ya debe descansar? Es una niña en desarrollo, el trabajo puede esperar una hora mientras preparo el té para que se relajen. ¿No les parece?

La Marqueza Wendley, una mujer mayor de cabello rubio y semblante severo, estuvo a punto de replicar, pero la mirada que el rechoncho y simpaticón Conde Gigies le dirigió fue un sentido "Tenga piedad". Incluso Lady Carmille, la estricta bruja que pocas señoritas querían tener como institutriz, no estuvo en contra de un descanso.

Emma Wendley miró a la joven heredera con precaución, sentada tras aquel escritorio lucia diminuta, y aunque estaba bien vestida y se sentaba con rectitud, sus ojos lucían ojeras que ni los impecables modales instruidos por Lady Carmille podían disfrazar.

La Marqueza era "nueva" en la capital desde que la familia de Lord Grooth fuera desterrada al este por intentar inculpar a Asteria Whestern de envenenar a la princesa Athanasia. Como resultado la plaza vacante en la corte fue suplida con rapidez por su familia, que ya llevaba siglos al cuidado de occidente del Imperio sin una sola falla en su estricta vigilancia. Para ella, acostumbrada al campo y al trabajo pesado, era un notable cambio el pasar de dirigir una mansión donde se alojaban caballeros y soldados toscos a prescindir eventos junto a la heredera del imperio.

Y sobre la heredera...

Los rumores no mentían, era pequeña como un petirrojo, sus pasos ligeros apenas se notaban y era risueña en extremo, fácil de hacer reír o de ganarse su confianza. Aunque acabara de cumplir once años, parecía de menor edad y con lo delgada que era resultaba difícil imaginársela sosteniendo una espada en alguna guerra.

Era demasiado frágil.

"¿Se supone que esta será la futura Emperatriz?" Fue lo primero que Emma Wendley se preguntó al mirarla. ¿Cómo una cosilla tan pequeña podría dirigir un imperio entero? "Tampoco parece un buen prospecto para tener hijos, con la contextura que lleva" fue su segundo pensamiento. No por nada los Le Foy se habían extinto, las mujeres que elegían de esposas y las que nacían de los esos matrimonios siempre eran tan delgadas que los embarazos les resultaban difíciles de sobrellevar.

¿Quién me convirtió en la hermana mayor de las princesas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora