Capítulo 3: Las huérfanas no tienen tiempo para llorar.

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Tatiana no tenía tiempo para llorar pero igual lo hizo, se aferró a su madre llorando desconsolada, y luego recordó a los empleadores de Sonia, aquellos que habrían de entrar en cualquier momento por la puerta de su humilde cabaña y la venderían a cualquier noble como esclava si no se marchaba pronto.

Para ser honesta, no entendía qué había hecho mal y lloró desconsolada mientras preparaba un bolso y sus botas de viaje. Su madre no había estado tan mal, la fiebre había disminuido, la tos no fue tan grave.

Entonces, ¿qué había pasado?

Cualquier cosa que hubiese pasado, Sonia ya estaba muerta y no podía hacer otra cosa que salvarse ella. Le puso un girasol entre las manos y le besó la mejilla.

—Te quiero, mamá. Adiós—le dijo. Tomó su bolso, el dinero de los girasoles y el collar que había sobrado de las joyas de su madre. Era una gargantilla con un dije de diamante en forma de corazón, símbolo de las concubinas del Emperador, le serviría como prueba algún día si reunía el coraje de presentarse frente a Claude.

Se lo colgó al cuello y partió, cerrando la puerta sin mirar atrás. Salió justo a tiempo, porque dos hombres ya venían por el empinado camino que desembocaba en la cabaña y debio ocultarse entre los girasoles para no ser vista.

Los dos eran robustos y de tosca presencia, abrieron la puerta sin preguntar y uno exclamó enseguida: —¡Te lo dije! ¡Está muerta! ¡Seguro a muerto de pulmonía!

—¡Que desgracia! Era la favorita de los soldados. ¿No tenía una hija, acaso? Esa nos servirá de reemplazo.

—Aquí hay ropa de niña. Debe estar escondida.

Con el corazón en la boca, Tatiana tomó eso como su señal para huir. Se echó colina abajó, corriendo todo lo que sus cortas piernas le permitieron.

—¡Ey, niñita!—gritó un hombre, al verla salir de entre los girasoles—¡Oye! Zoquete, ¡Allá va la mercancía!

Los dos se apresuraron a seguirla pisándole los talones. Eran dos hombres adultos, mucho mejor alimentados y con piernas más largas, así que Tatiana supuso no tardarían en alcanzarla. Aún así, algo de ingenua esperanza impulsó a Tatiana a seguir corriendo.

—¡Para! ¡Niña!—escuchó, demasiado cerca como para no alarmarse. Creyó que todo estaba perdido cuando una pesada mano cayó sobre su hombro, todo su cuerpo se sintió embargado por una pesadez venenosa y tuvo la apremiante necesidad de echarse a llorar.

Eso era todo.

Estaba perdida.

No pasó más de un segundo para cuando levantó la mirada hacia el sendero y los vio.

Era una caravana de guardias imperiales que enfilaba por el camino rumbo al pueblo, justo mirando en su dirección.

Todo su cuerpo tomó vida de vuelta. ¡Era su oportunidad!

—¡Auxilio! ¡Guardias! Guardias! ¡Me quieren hacer daño!—chilló Tatiana. Cuando los guardias voltearon hacia el ruido, una desfavorecedora imagen de un hombre mayor que sostenía a una niña por la fuerza les recibió.

—¡No es lo que creen!—enseguida se justificó, subiendo las manos. Tatiana hubiera aprovechado para huir, pero el segundo llegó y le tomó del brazo.

—¡La niña es de nuestra propiedad!—bramó, con la voz jadeante—. Su madre era nuestra empleada y nos debía dinero, ahora ha muerto y eso hace a la niña responsable de pagar su deuda, trabajará como su madre.

—¡Son mentiras! ¡Mentiras! ¡Me quieren secuestrar!—volvió a chillar Tatiana, agitando un bracito flacucho en un gesto de protesta.

El capitán de la caravana, un hombre guapo y realmentejoven, dio dos pasos al frente. 

¿Quién me convirtió en la hermana mayor de las princesas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora